Un fracaso inexorable. TOMÁS JOCELYN-HOLT Ex parlamentario, actual vicepresidente de la Internacional Demócrata Cristiana (IDC).
El PDC acaba de tener su junta nacional. Al comenzar su gestión, Ignacio Walker subió expectativas. Habló de movimiento por la renovación. De oposición inteligente. A muy poco andar esas expectativas cambiaron. Ahora invita a juzgar su gestión por su desempeño municipal y coloca el umbral muy cerca del actual número de alcaldes de la DC. Al igual que todas las gestiones anteriores, baja la vara para no exponerse a los efectos de un devenir más complejo que sus promesas electorales y aplaca cualquier crítica con la droga de candidaturas y cargos menores. Ninguna estrategia para revertir la amenaza a los partidos dominantes que la confianza casi ciega en el desempeño personal y la magia que supondría presentarlo así a un auditorio descreído que ya ha escuchado la misma música por años.
Sin embargo, el país ya refleja una dispersión que es imposible ignorar. La Democracia Cristiana, que culturalmente podría aspirar a un quinto del electorado, hoy no es ni siquiera la mitad aún a pesar que tiene un número de senadores y alcaldes que supera su peso real. Ese elenco de cargos no le ha sido útil para hacer la diferencia y generar la expectativa para retomar la conducción del país.
La tentación de la fuga hoy es irresistible con candidatos independientes que logran 20% de los votos e inscriben partidos propios. Ni siquiera la apuesta por el desgaste de Piñera garantiza una mirada de mediano plazo ante un gobierno que aprendió de la misma Concertación la fórmula de subsidio por aquí, spin por allá y juego por el margen electoral de un país empatado. Por último la apelación por refundar la Concertación tampoco recupera una diáspora democratacristiana que ya se fue de la Concertación y que no tiene ningún interés por volver.
A pesar de lo anterior, nuestros encuentros partidarios transcurren bajo el embrujo de tres cinismos. El primero es la beatería de la Concertación profesada por muchos de los que se opusieron a ella en sus comienzos. Levantar sospechas de camino propio es la mejor manera de amedrentar a críticos. El segundo cinismo es la gárgara de la lealtad por quienes no ofrecen lo que exigen. Yo mismo sufrí a un senador hacer campaña por un contrincante extra-concertación y que exigió expulsar a H. Sabag apenas tuvo una opinión distinta en materia anti-terrorista. La lealtad es un fetiche que se tira según lo que cada cual entiende por tal más que un sentimiento espontáneo de una comunidad de valores. Por último, está el cinismo centro-izquierdista. El mismo que permite privatizar sanitarias bajo Frei y escandalizarse si otro hace lo mismo con las facultades que le dio Lagos. O el que permite usar el congreso ideológico de la DC para justificar el cambio de opinión del presidente del PDC sobre el voto obligatorio aún a pesar que se haga el leso de lo que ese mismo congreso dijo sobre educación, energía nuclear, etc.
Mientras, el resto de la izquierda intenta reagruparse y hace su pega. Ahí nadie hace tremendos alegatos por la Concertación. Bachelet dejó de herencia no sólo el gobierno de Piñera sino tres grupos socialistas que tienen vasos comunicantes entre si y cuyos desacuerdos públicos no son más que reacomodos históricos de una cultura política que no necesita apelaciones disciplinarias. El desafío entonces es convencer a MEO de ir a una primaria a la que él acudirá solo si la puede ganar. Si no se pasa de idiota.
Y el PDC acepta gustoso una primaria en la que está condenado de antemano. Si la gana, esos tres grupos socialistas siguen separados y la sangría por debajo minará cualquier supuesta lealtad a favor de ese candidato común. Si la pierde, mejor. La izquierda se reagrupa y el PDC le resuelve su problema, renunciando a presentar candidato y dejando al 20% potencial del país sin expresión política. Algunos se molestan cuando les digo que nadie fuera de Chile cree que podemos ganar esa primaria, pero así es. Lo que significa que no sólo no vendrán extranjeros a endosar a nuestros líderes sino que Chile se plagará de extranjeros que dirán que estamos locos y no sólo será Aznar.
Ni siquiera insinuar usar la plancha de alcaldes para acumular fuerzas propias. Esta directiva quiere postergar el debate de alianzas hasta después de la municipal, cuando ya no tenga su principal herramienta de negociación y cuando no tenga tiempo de reaccionar por el desenlace inevitable. La elección municipal no tendrá el impacto que la directiva DC cree en la presidencial. Ya Lavín despejó ese mito.
Entretanto la DC le entrega la segunda autoridad del país a Guido Girardi, quien reemplazará al Presidente en caso de muerte. Un sujeto que no cree en la Concertación. Que tampoco respeta acuerdos y con otra agenda. Los DC austriacos tuvieron el mismo problema con Jorg Haider: cómo una minoría usa una plataforma amplia, que no podría por sí sola, y a cambio de nada.
La DC hoy no arbitra nada. No morigera a otros ni nadie cambia su opinión por lograr su respaldo. Ni en el AVC, aborto, educación, temas fiscales. Todo su afán se reduce a barajar popularidades presidenciales que no aparecen por ningún lado. Tampoco la DC aparece como un garante de una diversidad de identidades sociales de la cual ella es una más. Hoy es “trabajar Concertación hacia adentro”, como lo dijera Víctor Maldonado. Aún así Huneeus apela por perder temor al camino propio. Andrés Zaldívar clama por un espacio político más líquido y hasta Ricardo Hormazábal se queja de que el acuerdo con el PC fue inútil. A confesión de parte, relevo de pruebas.
En síntesis, son las prioridades de esta gestión. Su incapacidad para jugarse por armar una coalición después de una elección general en vez de acuerdos pre-electorales y su total desinterés por elaborar una estrategia de recuperación de toda la diáspora democratacristiana que se ha ido y que requiere dedicación propia. Todo ello mina su credibilidad. Le quita convicción y consume el poco tiempo que tiene para producir resultados…. por mucho que lo diga con una sonrisa. El Mostrador.
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