Un memo no solicitado. Pablo Larraín
Señor presidente, la semana pasada participé de una entretenida comida donde se habló por largo rato de su persona. La asistencia era variopinta y por tanto había partidarios de su gobierno -entre los que me cuento-, y varios opositores. Estos últimos, le aviso, por si no se ha dado cuenta, no lo quieren mucho.
El debate estuvo ameno, todos los comensales eran bastante ingeniosos y el abundante vino ayudó a que incluso los más tímidos sacáramos el habla. Hubo un solo punto donde toda la mesa estuvo de acuerdo: su imagen pública. Para ponerlo en términos positivos -después de todo soy su partidario-, el consenso fue que su imagen puede ser mejorada.
Usted debe haber leído decenas de opiniones de influyentes columnistas de la plaza refiriéndose a este tema. Es probable que todas las semanas mida a través de encuestas las subidas y bajadas de sus atributos a los ojos de la opinión pública y, a su vez, no hay duda de que sus múltiples asesores le deben dar sesudos consejos en esta área. ¿Qué pasa, entonces? ¿Qué hacer? Esa eran las preguntas que acompañaban mi desvelo después de la famosa comida (tomé en exceso y eso me dificulta el dormir). De un momento a otro se me prendió la ampolleta del burócrata que llevo adentro: un memo. Señor presidente, tengo la teoría de que en este tema, hay un exceso de generalidades, todas muy bien dichas pero generalidades al fin y lo que aquí se necesitan son medidas concretas y simples. Aterrizar.
A usted le gustan los memos y a mí también. Así que aquí vamos.
-Discursos: sus discursos son reguleques. Maticemos. No es un problema de quienes escriben sus discursos, conozco a un par y son muy habilosos, sino de usted. Usted quiere ser espontáneo y por tanto improvisa usando una guía de bullet points. Mi recomendación: no lo haga, termina lateando y cargado al lugar común. La espontaneidad está sobrevalorada. Prepare y lea sus discursos, la gente lo apreciará.
-Salidas de libreto: a usted le encantan y se nota. El problema es que al resto no le parecen siempre tan adecuadas; el papelito de los mineros es sólo un ejemplo donde su instinto diverge del sentir de parte importante de la sociedad chilena. No me conforma la explicación de que usted es así. Si me permite la autorreferencia, cada vez que yo he dado esa explicación me ha ido bastante mal. Reduzca al mínimo las salidas de libreto. O dicho de otra forma, controle su esencia, todos lo hacemos.
-Prolijidad: tiene que mejorarla. Episodios como el doble bogey de Robinson Crusoe y Willem Dafoe son totalmente evitables. Incluso una vez cometido el error hay falta de cuidado en su detección y corrección. Algo similar pasa con el manejo de su cuenta twitter. No puede ser un cúmulo de faltas gramaticales y ortográficas. A usted le pueden parecer nimiedades, pero no lo son. Cuide su imagen, revise o pida que le revisen los textos. Los extensos y también los breves.
-Simpleza: hágase la vida fácil, hable como lo hace puertas adentro. ¿Cómo es posible que no pueda controlar la triple adjetivación en cada frase? Usted es inteligente y tiene que darse cuenta de que eso le quita credibilidad. Asimismo, no puede ser que toda reunión o diálogo sea “fecundo” o que el pobre San Pablo salga a colación con “la vida es lucha” día por medio. Todos tenemos muletillas, pero usted tiene que hacer un esfuerzo por controlarlas.
-Omnipresencia: dosifique señor presidente. Usted está a toda hora en todas partes. Su energía es envidiable pero agota al resto. Sinceramente, creo que no le suma absolutamente nada el subirse al auto del Dakar o fotografiarse con un librero al hombro. La campaña se acabó hace un año. La única imagen suya que disfruto viendo es aquélla donde aparece reunido con su equipo, con sus ministros, trabajando sin sonrisas de por medio. No tengo duda de que lo hace -y mucho-, pero esa imagen es muy escasa. Menos chuchoca, señor presidente, muchísimo menos.
Una última recomendación, lejos la más difícil: hágame caso.
El Post.
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