lunes, enero 10, 2011

Sobre la delincuencia. Humberto Burotto Guevara

La catástrofe de la cárcel de San Miguel y la crisis carcelaria, a nivel nacional, ha abierto una ventana para mirar el problema de la delincuencia con una perspectiva más amplia, sobre la complejidad que el tema representa. Por cierto, la deslegitimación creciente de las mitologías generadas en los últimos años, constituye una oportunidad para que un debate en la opinión pública que permita una comprensión mayor sobre los desafíos que enfrenta nuestra sociedad para controlar este problema.

Los lugares comunes de políticos y medios de comunicación tales como “puertas giratorias”, “manos duras”, “manos blandas”, etc., son el producto de un populismo punitivo, cuchillo de doble filo, construido para obtener ventajas electorales, y que ahora se transforma en una bomba que les explota en la cara a sus autores.

Este populismo punitivo diseñado por los “ideólogos” de la derecha criolla tuvo un éxito avasallador generando una química, excepcional y explosiva, con el sensacionalismo mediático, componente siempre presente en la industria comunicacional,  constantemente presionada por la noción de rating. Pero lo más importante fue el éxito ideológico que tuvo en la elite, de los sectores autodenominados progresistas, que carentes de reflexiones de fondo sobre el asunto, y consumidos por la anemia ideológica, después de veinte años de gobierno, asumieron el discurso con cierta incomodidad pero casi sin resistencia.

Asistimos pues a uno de los síntomas que mejor ejemplifican la reestructuración de las relaciones sociales que Chile enfrenta como sociedad desde la década de los ochenta. Al proceso de transformación institucional político económico desarrollado por el régimen militar. Dicha transformación articulada en torno a las modernizaciones del proyecto neoliberal liderado por los economistas de Chicago, reestructura el aparato productivo y el rol del estado en posición de subsidiario potenciando la racionalidad de mercado como eje central de la articulación de la sociabilidad. Dicho proceso en su versión extrema busca con el apoyo del estado la pulverización de la organización social y comunitaria, aislando a la familia y dejándola inerme ante la exclusión económica y debilitando su capacidad de integración social.

El fenómeno de globalización de la droga y de su comercialización de tipo delictual, producirá la casi destrucción de las subculturas de la delincuencia tradicional, incluso en un proceso de guerra abierta en las principales poblaciones pobres de Chile. El trafico reemplazará al hampa como modelo hegemónico de organización delictual pero produciendo un nuevo tipo de delincuente mas agresivo ( o desesperado) asociado al consumo de estupefacientes cada vez mas adictivos y de efectos crecientemente desintegradores.

La destrucción de sindicatos, organizaciones comunitarias y en general toda la sociabilidad de orientación solidaria, se produce también  por cambio cultural con un rol clave del aparato mediático capitalista y sus valores de competencia y consumismo, dejando a los individuos de los sectores mas vulnerables compelidos a la sociabilidad defensiva de sobrevivencia y de identidad social, la pandilla, la barra, etc.

El vacio de reflexión, y acción del sistema educacional, del estado y la debilidad del sistema productivo para articular el desarrollo del tejido social, ha dejado generaciones completas de jóvenes de los sectores mas vulnerables sin los instrumentos para construir y controlar los espacios sociales. Los intentos de los municipios de desarrollar infraestructura, visiones de manejo comunitario de los espacios públicos han terminado sucumbiendo a la visión del populismo punitivo.

Sin asumir, el desafió de participación y disciplina social que requiere la disminución o control del fenómeno de la delincuencia seguiremos en el absurdo de llenar cárceles, convirtiendo a la represión, siempre necesaria en un potenciador del fenómeno, apagando el incendio con bencina. Las cárceles como escuela del delito y las culturas de la delincuencia como alternativas políticas legitimas de resistencia a la dominación y exclusión social.

No se puede excluir ninguna de las políticas sociales que se han desarrollado hasta ahora, pero se les debe dotar de un sentido superior al mero indicador económico como superación de la pobreza, o a un llamado a una ciudadanía política que es percibida como una forma de manipulación o simplemente extemporánea, por los sujetos de esta “realidad”.

Mucha atención deben tener los sectores “progresistas” y “conservadores”, con el juego y la banalización en torno al debate del aborto, pues no estamos lejos del día en que se proponga como solución de largo plazo para este problema de generaciones de indeseables antisociales, el evitar su nacimiento. Serán los sectores conservadores no religiosos quienes propondrán esta panacea que además en otras latitudes ha demostrado eficacia.

Es probable que el gobierno y las oposiciones entiendan esta crisis como un problema sectorial, y este debate que apenas existe, quede en un episodio más, con algunos efectos colaterales. Pero propongo la hipótesis de que la delincuencia es un problema inmanejable para este gobierno y cualquier otro si no se asume como uno de los principales indicadores de desintegración social y subdesarrollo de nuestro “milagro chileno”. Las estadísticas pueden ser manipuladas pero el problema de fondo no. Y los campeones de la “batalla de las ideas” se encuentran reprobando en la comprensión de su lectura.