lunes, enero 25, 2010

ANATOMÍA DE NUESTRA PRIMERA DERROTA Y GUÍAS PARA LA PRÓXIMA VICTORIA. Pepe Auth

Sebastián Piñera fue elegido Presidente de Chile superando a Eduardo Frei por 222.999 votos, que equivalen exactamente a 3,21 puntos porcentuales, Ello, a pesar de que el abanderado concertacionista captó 1.306.287 votos más que en Primera Vuelta. Para ser preciso, logró atraer al 71,3% de la votación de Marco Enríquez y Jorge Arrate, cuando lo que se necesitaba para ganar era el 77% de los electores que en diciembre no habían optado ni por Piñera ni por Frei.
No estuvimos lejos de la proeza, gracias a la movilización unitaria del progresismo, el espíritu de lucha del candidato, la convocatoria más abierta y generosa, la marcación más nítida de la diferencia programática, el establecimiento de un mando único de la campaña y la incorporación de figuras de refresco, en especial Carolina Tohá y Ricardo Lagos Weber, que aportaron progresismo, mística y entusiasmo que escasearon en la campaña de Primera Vuelta.Recordemos que la providencial irrupción de Michelle Bachelet en 2004 nos salvó de una previsible victoria de Joaquín Lavín, que lideró todas las encuestas desde el inicio del periodo presidencial de Ricardo
Lagos. Lo mismo ocurrió con Sebastián Piñera desde marzo de 2006, pero esta vez el gabinete ministerial no produjo a tiempo nuevos liderazgos con proyección presidencial, limitando el debate a elegir entre Ricardo Lagos, José Miguel Insulza y Eduardo Frei, todas figuras representativas del establishment concertacionista histórico y que, por lo demás, en la encuesta CEP de diciembre de 2008, perdían
ampliamente con Piñera en Segunda Vuelta.
El desgaste del ejercicio gubernamental fue generando una demanda de cambio, al punto que sólo pudimos derrotar a Lavín en 2000 con la ayuda de los comunistas, se manifestó con mucha mayor fuerza en el periodo de Lagos y sólo salimos airosos en 2005 porque sorprendimos ofreciendo un cambio aún más relevante, el de la primera mujer Presidenta en la historia de Chile. El rechazo acumulativo a algunos signos de decadencia en la Concertación y su gobierno, como la poca nitidez de las fronteras entre lo decente y lo indecente, el achanchamiento de muchos, los numerosos hechos de corrupción, elclientelismo político, la escasa participación y democracia en los partidos, los problemas evidentes de gestión y recursos en la educación, la salud, el transporte público y la seguridad ciudadana, reforzaron la demanda ciudadana por el cambio de la elite que gobierna. Esta insatisfacción masiva no se modifica cuando Michelle Bachelet y el gobierno comienzan su recuperación, pues ésta tiene que ver con el alivio por los recursos invertidos para paliar la crisis, la entrega directa de dinero a la gente y la apreciación ciudadana respecto de la sensibilidad social de la Presidenta, no con la valoración entusiasta de la gestión de los asuntos públicos, donde las encuestas muestran la mala evaluación de la acción gubernamental presente frente a los principales problemas, como la inseguridad, la salud, la educación y el empleo.
Era evidente la necesidad de una inflexión importante, así lo propusimos a fines de 2008, convocando a unas primarias abiertas en todo el país y un debate nacional que definiera respuestas progresistas a los grandes problemas del país y restableciera los niveles necesarios de credibilidad en los compromisos de la Concertación para
impulsarlas. Cálculos menores que tenían más que ver con la preservación de los poderes internos en los partidos terminaron por frustrar esta posibilidad, culminando en una primaria restringida que culminó en medio de recriminaciones cruzadas y actos de matonería.
Por supuesto que no hubo la inflexión requerida, quedó dañado el afecto societatis, parte de nuestro electorado vio frustrado su deseo de participación y, además, legitimamos la partida previa de Jorge Arrate y Alejandro Navarro, así como la emergencia de una candidatura como la de Marco Enríquez, que competía directamente por nuestro electorado, que lo reconoció en los hechos como el otro candidato de
la Concertación.
Ingresamos divididos así por primera vez a una carrera presidencial, con la derecha férreamente alineada detrás de lo que sus partidos evaluaban como la última posibilidad de la actual generación de líderes, con el empresariado más entusiasmado y hambriento que nunca de llegar al poder político, con los principales medios de
comunicación moviéndose prácticamente como piezas de la maquinaria presidencial derechista.
Todavía era posible, sin embargo, pues Sebastián Piñera continuaba estancado, comenzaba incluso a mostrar señales de retroceso en su adhesión y en la evaluación de sus atributos presidenciales. Pero no pudimos imponer nuestro punto de vista y, en
lugar de salir al encuentro de los electores que comenzaron a sentirse atraídos por el mensaje de Marco Enríquez, la Concertación apareció ninguneando al candidato y subestimando la demanda de renovación que encontraba eco en la ciudadanía, reforzando así todos los elementos de juicio emergentes, sobre la falta de sintonía, el encastillamiento, la conducción cupular y el autoritarismo en las
dirigencias concertacionistas.
Pero también hubo errores cruciales en el diseño de campaña en la Primera Vuelta, que tampoco pudimos revertir a pesar de identificarlos en su momento. Resulta completamente incomprensible la ausencia de liderazgos del mundo progresista que complementaran su identidad, adquiriendo su candidatura un posicionamiento muy conservador, lo que dejó un tremendo espacio a Marco Enríquez para captar adhesión del mundo popular PPD y PS. Lo mismo puede decirse de la oferta programática, que limó las aristas progresistas del consenso de los 4 partidos y Océanos Azules, facilitando así la estrategia derechista, que consistía en transformar la presidencial en una elección del mejor gerente para continuar la obra de la Presidenta Bachelet, alejándola de una disyuntiva entre dos caminos alternativos para Chile. “Vamos a vivir mejor” expresó esa apuesta a desdramatizar la elección, lo que trasladó toda la épica a Marco Enríquez y su cruzada renovadora y al cambio
ofrecido por Piñera. A todo lo anterior se agrega la equivocada decisión de no establecer un mando claro de la campaña.
Hubo riesgo de perder la Primera Vuelta y éste fue conjurado por el diferencial aportado por la lista parlamentaria, gracias a la decisión sugerida por nosotros de que por primera vez un comando presidencial produjera elementos masivos de publicidad del candidato junto a su elenco parlamentario. Recordemos que la lista Concertación+Juntos Podemos sumo 44,36% de los votos, mientras que sus candidatos
presidenciales sólo acumularon 35,8%. La lista de Marco Enríquez (Nueva Mayoría) y la alianza PRI-MAS, que lo apoyaban mayoritariamente, sumó en cambio menos del 40% de la votación de su abanderado.
Había problemas estructurales que hacían muy difícil esta elección, es cierto. Pero no hicimos la inflexión requerida para intentar contrarrestarlos y dimos fundamentos de legitimidad a la dispersión.
Buena parte de la historia se escribió en el magro resultado de Primera Vuelta, que nos situó a un millón de votos de Piñera. Había que captar la adhesión del 77% de los 1,8 millones de personas que el 14 de diciembre prefirieron a Marco Enríquez y a Jorge Arrate.
Ganar era una tarea titánica. Había terminado el primer tiempo del partido e íbamos perdiendo 3 a 0. Había que hacer importantes cambios en el equipo, en su manera de pararse en la cancha y jugar, en su relación con el público y también en el comportamiento del capitán.
Buena parte de estas cosas ocurrieron. Eduardo Frei logró captar 1.306.287 nuevas adhesiones. Si hubiéramos convencido a otras 111.500 personas, habríamos ganado la elección.
Estas estrechas cifras nos llevan a concluir que a pesar de todos los factores estructurales y los errores procedimentales, pudimos haber derrotado a la derecha el 17 de enero. Nosotros nos jugamos para producir una inflexión fuerte que marcara diferencia entre la Primera y Segunda Vuelta, con un reconocimiento autocrítico de los errores por parte de los presidentes de partido, dando un paso al costado para
permitir la reunificación de todas las fuerzas progresistas. Una fotografía de Eduardo Frei junto a Arrate y Enríquez-Ominami comprometiendo una agenda común dos semanas antes de la elección pudo perfectamente haber marcado la diferencia. Quedo con el sabor amargo de que no disparamos todos los cartuchos disponibles, de no
haber podido convencer a los demás que un gesto generoso sólo podía
ayudar.
Mi impresión es que se terminó de escribir la derrota el día en que retrocedieron los presidentes del PS y la DC en su decisión de dejar sus cargos, facilitando la tardanza, mezquindad y narcisismo con que Marco Enríquez entregó su apoyo a Frei, confirmando de paso el juicio ciudadano que la Concertación es impermeable, que no le entran balas, que lo que importa son las consideraciones del poder propio
antes que la del interés general.
Vaya todo nuestro reconocimiento a Eduardo Frei. Porque mostró su determinación, su vocación progresista unitaria, su temple y valentía para enfrentar la adversidad y, finalmente, su calidad moral para encarar con grandeza la derrota.
Ahora seremos oposición. Sin apellidos. Constructiva, conflictiva, radical, inteligente, participativa, política y social, todo ello dependiendo de la actuación del nuevo gobierno. Nuestro hilo conductor seguirá siendo la agenda progresista, que intentaremos impulsar aún desde fuera del gobierno. Mostraremos las contradicciones entre los compromisos de campaña que hizo Piñera con los viejos reflejos y reivindicaciones derechistas que sin duda reaparecerán en la medida que nos distanciamos de las elecciones. Nuestra preocupación principal no debe ser el éxito o fracaso de Piñera, sino más bien el cambio de hegemonía cultural, la transformación de Chile en un país de derecha. Porque es eso lo que puede sentar las bases de una derrota estratégica.
Esta elección la perdimos porque fracasamos donde habíamos tenido éxito el 2000 y el 2006, en satisfacer la exigencia de cambio. Y porque la derecha escondió sus ideas en el clóset y logró convencer al país que no se saldrá de la senda en que hemos caminado estos años.
Es probablemente inevitable que 20 años gobernando lleven a los partidos a concentrarse casi exclusivamente en la administración del Estado y a abandonar la acción social. Volver a la sociedad es la tarea principal del periodo que viene. Restablecer el diálogo con las organizaciones sociales tradicionales y las emergentes, reinsertarse en las luchas y asociarse con ellas debe ser la primera prioridad del PPD.
Retomar la agenda progresista y recuperar el discurso y la capacidad propositiva de la fuerza de cambio es la segunda tarea.
Pensando menos en las restricciones posibilistas y más en los desafíos transformadores, en los principios constitutivos y en el protagonismo ciudadano.
Finalmente, reconstruir la alianza amplia de centroizquierda que fuimos al inicio de la transición. Abriendo de nuevo los brazos, reconociendo todo el valor histórico de la Concertación pero también la necesidad de ir más allá de ella en el periodo que viene. Ahora sobre la base de la oposición a la derecha y una agenda de futuro común.
Ha terminado un ciclo y comienza otro en la historia política de Chile.
Gobernamos 20 años con el “vuelito” del NO. La próxima vez que llegue la centroizquierda al gobierno será porque logró convencer a los chilenos de una nueva agenda de cambio progresista.
La derecha buscará confirmar su avance en las Municipales de octubre 2012, intentando trasladar su hegemonía a las comunas.
Prepararnos para resistir, organizarnos para recuperar, unirnos para vencer a la derecha, son desafíos ineludibles. Vamos a enfrentarlas con un padrón distinto, en el que tendrán derecho a votar por primera vez casi 4 millones de personas, eso constituye en sí mismo un desafío gigantesco de escucha, sintonía y propuesta para el PPD y la centroizquierda.
No nos dejemos llevar por la tentación autodestructiva, el pesimismo estructural o el salto al vacío. Es la hora de la reflexión tranquila y de la decisión madura. El PPD debe confirmar su unidad interna para encarar estos desafíos comunes y el suyo propio de restaurar la organización partidaria en las 345 comunas de Chile, rejuvenecer su activo militante, restablecer diálogo y sintonía con la sociedad, consolidar sus instituciones democráticas, abrirse a la participación de los independientes y recuperar nuestra condición de fuerza del cambio, de progresismo moderno, de radicalismo democrático y de instrumento político capaz de acoger y expresar la diversidad.
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