LA VIOLENCIA EN LA DEMOCRACIA. Andres Rojo.
A
estas alturas ya nadie cuestiona el derecho del pueblo a rebelarse contra un
gobierno opresor -aunque el asunto se discutió durante siglos, casi hasta que
ya no quedaba sobre el planeta un número significativo de ese tipo de
regímenes-, pero ahora, cuando a propósito de la rebelión ciudadana en Aysén se
dice que la gente está cometiendo actos de violencia es oportuno proponer que
se discuta el derecho a generar hechos de violencia dentro del marco
democrático.
A primera vista, parece lógico
afirmar que no es posible aceptar la violencia dentro de la democracia, pero
eso es suponiendo que el sistema democrático cuenta con canales eficientes para
que la gente exprese sus puntos de vista y demandas.
Si se acepta que el gobierno dentro de la democracia es el arte de
articular las distintas exigencias existentes al interior de la sociedad, se
debe aceptar también que a todos se les debe reconocer el derecho de plantear
sus necesidades de manera eficaz, por lo que antes de achacar a la gente que
protesta la condición de violentistas hay que analizar si no es esta la última
alternativa que les quedaba.
Sin entrar siquiera a considerar la
justicia de las demandas de Aysén, hay que reconocer que la institucionalidad
regional no sirve para canalizar las inquietudes populares: Intendentes y demás
cargos dependen de la confianza política del gobierno central y no son electos
por la gente, por lo que no tienen la necesidad de atender las demandas
sociales. Los parlamentarios intentaron
intermediar recién al término de sus vacaciones, más para que se viera que
estaban con la gente y que de verdad actuaban como sus representantes, y no
fueron ni siquiera recibidos.
Sin saber cuántas gestiones previas
hubo dentro de los cauces institucionales, es posible suponer que si la gente
en Aysén ha llegado al extremo de auto-bloquearse y someterse a una situación
de desabastecimiento de todo tipo, es porque realmente ha llegado a un estado
de desesperación que los ha motivado a apostar por la movilización.
Y si a ello se agrega que el
Gobierno envía ministros a la zona y estos se marchar sin entregar propuestas
sobre las que negociar, bajo el argumento de que la gente no ha depuesto sus
movilizaciones, el resultado evidente es que las medidas de presión se
incrementarían, así como era evidente que nadie que ha logrado llamar la
atención de su contraparte cede totalmente el poder de negociación que ha
conquistado.
Hay distintos grados de violencia. La que tiene connotación de delito es
directamente un delito, pero si las personas se ponen a caminar en círculos con
pancartas, como en las películas, es dable esperar que todavía estarían pisando
la tierra sin ningún resultado. El
punto es determinar cuál es el grado de violencia aceptable en una democracia
así como el grado de fuerza para mantener el orden sin llegar a coartar los
derechos ciudadanos, pero antes hay que analizar si la democracia está
entregando las herramientas necesarias para que no se requiera la violencia
porque, al final, la vida no es una película en blanco y negro.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home