Reflexiones críticas a partir de dos columnas de Carlos Peña. Conservadores y liberales ante el malestar cívico y cultural.Sergio Micco Aguayo. Doctor en Filosofía Política.
Carlos Peña ha escrito que Ignacio
Walker y Carlos Larraín han dado
“testimonio de una sensibilidad conservadora” al fundar el acuerdo político al que llegaron los
partidos que dirigen. Lo ha hecho en dos columnas y en una carta a El Mercurio.
Carlos Peña sustenta su aserto en apreciaciones
de clase y estilos clericales que, según él, se desprenden del documento de los srs.
Larraín y Walker. Además ve esta mentalidad expresándose en la añoranza que
ellos hacen de "la sana y buena política de Aristóteles". Para Carlos Peña esto sería una nostalgia
conservadora de una polis unida por una sola idea de bien; lo que resulta
imposible e indeseable en una sociedad pluralista como lo es la chilena. La segunda prueba del talante conservador del
documento suscrito entre la DC y RN es la crítica que en él se hace a una
sociedad caracterizada por “una
mentalidad difusa en todos los ámbitos, que busca gratificación instantánea en
la vida personal y realización pronta de enfoques muchas veces estrechos".
Esta sería una implícita condena a una cultura de masas dominada por el consumo.
Para Carlos Peña esta sería otra queja notablemente aristocrática. Carlos Peña se pregunta si
“¿Habrá alguien en la izquierda progresista o en los sectores liberales que
pueda compartir ese sentimiento que, la verdad sea dicha, no es más que una
queja conservadora contra la modernización de Chile?”. Respondemos que sí y que
Carlos Peña se equivoca profundamente al entregar a Aristóteles y la crítica del
individualismo incívico y del consumo
contemporáneo exclusivamente a los conservadores, sus adversarios ideológicos. Más aún se equivoca si califica esas críticas
por anti-modernas.
Hay muchos que creen que el mundo que
les tocó vivir es infinitamente mejor que el de sus abuelos; que no tiene una
visión pesimista de la persona humana; que alaban la diversidad y no creen que
todo tiempo pasado fue mejor; que no condenan éticamente el conflicto y que, sin embargo, no temen en citar
a Aristóteles. Lo hacen para reflexionar acerca de la buena vida en sociedad y
de la importancia de la polis en la búsqueda de la felicidad. Lo leen para condenar los excesos que muchas veces asume la
sociedad contemporánea. Lo invocan para
condenar los excesos del totalitarismo
que anula el pluralismo o en formas extremas del individualismo, del corporativismo
o del relativismo que destruyen un orden mínimo sin el cual no hay libertad ni
paz, supervivencia cívica ni bienestar social.
Destacan así en Aristóteles un pensador que nos enseñó que la política
está conformada por acciones públicas de
hombres libres que buscan crear un orden que garantice la diversidad y una repartición equitativa de
los beneficios de la prosperidad y supervivencia de la polis. Pienso en Bernard Crick escribiendo En Defensa de la política. No le gustan
los conservadores no políticos, los liberales apolíticos y los socialistas
antipolíticos. ¿Es un conservador quien combate la apatía política y reclama el
compromiso cívico en torno a los valores de la libertad, la igualdad y el orden?
Por cierto Crick se declara un socialista demócrata. [2]
Que pensadores, liberales,
comunitarios y republicanos, contrarios al individualismo asocial y al
capitalismo extremo, citen a Aristóteles no es simplemente una cuestión que
preocupe a intelectuales. John Kampfner
escribe el 2011 Libertad en venta. [3]Vale
la pena leerlo. Se trata de un liberal de texto: defensor de las libertades
públicas, que arremete contra Tony Blair o David Cameron, cuando instalan
cámaras de televisión en las calles, censuran a periodistas, debilitan al Parlamento,
presionan a los jueces o se inmiscuyen en la vida privada de los ciudadanos. Sin
embargo, Kampfner observa con tristeza el avance mundial de clases medias que están
dispuestas a entregar sus libertades públicas
a cambio de tener un gobierno que les garantice seguridad contra
delincuentes, inmigrantes o guerras. Además de seguridad estas clases medias piden
a su moderno Leviatán prosperidad material para gozar de sus libertades privadas, consumo conspicuo al ritmo del Hollywood
norteamericano o del Bollywood indio. El fenómeno se observa en regímenes
autoritarios como Singapur, China o Rusia; monarquías como los Emiratos Árabes
Unidos no menos que en democracias como la India del Partido Popular Indio, la Inglaterra
de Blair, la Italia de Berlusconi o el Estados Unidos de George W. Bush. ¿Kampfner
es un liberal progresista que promueve los derechos civiles o un conservador
aristocrático cuando las emprende con las nuevas clases medias que sólo piden
confort y seguridad, traicionando sus deberes para con las libertades públicas?
El juicio ético y político contrario a
las mentalidades estrechas que buscan
solo la propia gratificación inmediata y que olvidan los deberes para con la
polis también lo encontramos en notables
historiadores de izquierda que más que de libertades públicas nos hablan
de derechos sociales e igualdad de oportunidades. Lo vemos con claridad al leer
a Tony Judt en Algo va mal. Parte
declarando que los últimos treinta años hemos hecho de la búsqueda del
beneficio material una virtud, el único propósito colectivo. Un estilo
materialista y egoísta nos corroe. Sabemos el costo de las cosas, pero no su
valor. Ya no nos indignamos ante las crecientes desigualdades en riqueza y
oportunidades; las injusticias de clase y de casta; la explotación económica
dentro y fuera de nuestros países; la corrupción y los privilegios que ocluyen
las arterias de la democracia. Realiza una descarnada condena del capitalismo que
exalta el lucro, la competencia y el individualismo asocial. Recuerda la Europa
de Clement Attlee y Konrad Adenauer no como un respingo conservador sino que
como advertencia que “hay alternativa” al capitalismo anglosajón o neoliberal. Suecia
y Finlandia serían otra demostración de esta esperanza progresista. De hecho termina
su monumental obra Postguerra
invocando el ideal de una Europa comunitaria, social, igualitaria y liberal que
tiene futuro en el siglo XXI. No creo que nadie acuse Judt de dejarse llevar
por sentimientos conservadores, cargados de nostalgia para con el pasado y de
pasiones aristocráticas, cuando reclama que
esa Europa supone narrativas morales, fieros deberes, abandonar metas
provincianas, corporativistas y egoístas junto con postergar o derechamente sacrificar
placeres tan individualistas como no
sustentables. [4]
El pensamiento dolido de Tony Judt nos
recuerda otra cosa que Carlos Peña sabe muy bien. El pesimismo cultural y la
idea que vivimos tiempos decadentes pueden tener fuentes de “izquierda”. Christopher
Lasch es miembro de la cultura intelectual progresista de Estados Unidos pero
condena La cultura del narcismo y ve
en la familia Refugio en un mundo despiadado[5].
Justamente por que es de izquierda, no puede entender que los “progresistas”
defiendan el individualismo burgués dominado ya no por la culpa sino que por la
ansiedad. Ansiedad de reconocimiento y de fama; ansiedad al ser controlado por
la pasión dominante de vivir el momento: vivir para uno mismo, no para nuestros
predecesores ni para la posteridad; ansiedad de
antojos que no tienen límites pues se “exige gratificaciones inmediatas
y vive en un estado de deseo inagotable, perpetuamente insatisfecho”. [6]
Por cierto la idea de decadencia puede haber partido en la “derecha”. Vemos
espíritus reaccionarios en el racismo de Arthur de Gobineau, en el ideal
del super hombre de Nietzsche, en la idea de crepúsculo de Occidente de
Spengler o del retiro del ser a lo Heidegger. Se trata de pensadores de una
“derecha conservadora”. Pero muchas de sus ideas ya no son de su patrimonio. En
Europa, Artaud, Brecht, Fanon, Foucault, Freud o Sartre han contribuido
convertir la idea de la decadencia intelectual en un pesimismo cultural que ha
echado raíces en la izquierda. ¿No fue
Foucault el que escribió aquello del fin del hombre: “un rostro dibujado en la
arena a orillas del mar”? [7]
Nuevamente insistamos que esta crítica
cultural a los tiempos que vivimos no es cosa que deba preocupar solo a
literatos, historiadores o filósofos. La misma crítica “conservadora” a los
tiempos que vivimos podemos encontrarla en las protestas del medio-ambientalismo
y del ecologismo. Ese que se alza como una contra-cultura que desafía las
formas más extremas de consumo suntuario, ese que destruye el planeta. En
efecto, ellos reclaman que debemos reverenciar el legado de nuestros ancestros
y practicar una ética de la responsabilidad para con las generaciones futuras;
olvidar la concepción del ser humano como un sujeto soberano y radicalmente
desarraigado del resto de la coalición de seres vivos y transitar una senda de
progreso caracterizado por el principio precautorio, es decir, de profunda
prudencia a la hora de introducir nuevas tecnologías o prácticas sociales. Suena
bastante conservador, ¿no? Ellos critican el industrialismo, como la super-ideología
que unió a comunistas y capitalistas del siglo XX, que sostuvo que las
necesidades humanas sólo pueden satisfacerse mediante la permanente expansión de la producción y del consumo. Ello no es
sustentable alegan. Recuerdo a Andrew Dobson en su descripción del Pensamiento Político Verde. [8]¿Es
un conservador quien propone un radical desafío verde al consenso político,
económico y social que nos domina?
Nuevamente digamos que son muy
relevantes políticamente quienes se
quejan en contra de las mentalidades estrechas que buscan satisfacer gratificaciones
inmediatas olvidando los límites que impone la explotación de los recursos
naturales. Pues saben que de seguir así, adiós progreso humano. Jeffrey Sachs
es una persona que en Estados Unidos es calificado de “liberal”. No duda en
promover el control de la natalidad sin injerencias “vaticanas” o “musulmanas”.
Reclama a los republicanos norteamericanos que es tiempo ya de asumir la
superioridad social y económica de la Europa del norte. Escribe Economía
para un planeta abarrotado donde alerta que los gobiernos deben realizar
enormes esfuerzos en tecnología verdes para evitar el holocausto que se nos viene
encima si doce mil millones de seres humanos quieren vivir como lo hacen los
norteamericanos. En el país del norte hay 800 autos por cada mil habitantes; en
China 18 por cada 1000. [9]Si
los seiscientos millones de chinos e indios de clase media quieren tener igual
proporción de los actuales Chrysler o Toyota, adiós planeta. ¿Jeffrey Sachs es
un liberal cuando promueve una igual libertad económica para todos o es un
conservador preocupado de los
excesos de un capitalismo voraz? Vaya
uno a saber.
Resumamos que tenemos un realista humanista
cívico en Bernard Crick; un liberal clásico como John Kampfner; un ecologista
como Andrew Dobson; un socialdemócrata como
Tony Judt; un crítico cultural como Christopher Lasch o un economista
como Jeffrey Sachs que son intelectuales que no arriscarían la nariz ni
experimentarían un respingo conservador si escuchan hablar de críticas al
olvido de la concepción cívica del ser humano en Aristóteles; de condenas al
descuido de los deberes para con los demás o del rechazo al consumismo
inmediato como motor principal de crecimiento y desarrollo. No se sentirían
incómodos por mucho que ello los lleve a compartir una misma audiencia con los
conservadores. Buena prueba de ella es el variopinto movimiento
antiglobalización. Y todos ellos se ubicarían en el mundo de los liberales, de
los socialdemócratas, de los republicanos o de los comunitarios. No de los
conservadores que, por lo demás y demostrado está, tienen muchas cosas que
aportar. Carlos Peña conoce bien y de sobra a estos autores y/o escuelas de
pensamiento; pero pareciera ser que la pasión en contra del documento de marras
lo obnubiló. Eso nos llevó a citarlos,
nada más.
Dos conclusiones entonces. La primera
es que tenemos liberales, progresistas y aristotélicos que arremeten por los
cambios sociales y culturales en el nombre de la libertad, la igualdad y la
fraternidad con el resto de la humanidad y la naturaleza toda; pues todos somos hijos de la madre naturaleza
dicen. ¿A estas alturas no resulta evidente que es un grave error atribuir sólo
a los conservadores estas críticas a la sociedad incívica y consumista de hoy,
para luego descalificarla por nostálgica y anti moderna? La segunda es
que, igualmente a estas alturas, el
lector se habrá dado cuenta que no llegaremos muy lejos si no definimos de qué
estamos hablando. ¿Quién es un liberal? ¿Quién es un conservador? ¿Quién es un
republicano? ¿Quién es un comunitario? Por
cierto hay una forma obvia para
identificar a un conservador, que en cierta forma hemos utilizado en esta
columna, pero que nos lleva a una extraña conclusión en este debate. En efecto,
pongámonos de acuerdo que conservador es una persona que justamente quiere
conservar la realidad tal cual es. Sobre todo quiere conservar su propiedad y su
tipo de gobierno. Si eso es así, lo que más extraña de las dos columnas de Carlos Peña es que tilde de
conservador un acuerdo que lo que expresamente propone es cambiar – no
conservar – el tipo de gobierno presidencial y el sistema electoral binominal
-. De resultas entonces que los conservadores son los que están en contra del documento. Eso lo tienen clarísimo muchos de los
miembros de la UDI y RN que han salido a denostarlo.
[1]
Sergio Micco Aguayo. Doctor en Filosofía Política.
[2]
Ver: Crick, Bernard. 2001. En defensa de la política. Barcelona: Tusquets
Editores. Pp. 12, 18, 22, 35, 77, 125, 138,146,157 y 158
[3]
Kampfner, John. 2011. Libertad en
venta. ¿Por qué vendemos la
democracia a cambio de seguridad? Barcelona: Planeta.
[4]
Judt, Tony. 2001. Algo va mal. Madrid: Taurus. Pp.17, 23,
33, 551, 88 170 y 217
[5]
Lasch, Cristopher. 1996. Refugio en un
mundo despiadado. Barcelona: Gedisa. Pp. 24
[6]
Lasch, Christopher. 1990. La cultura del
narcisismo. Barcelona: Editorial Andrés Bello Española. Pp.17 y 23
[7]
Citado Herman, Arthur. 1998. La idea de decadencia en la historia
occidental. Barcelona: Editorial Andrés Bello Española. Pp. 435
[8]
Dobson, Andrew. 1999. Pensamiento político verde. Barcelona:
Paidós.
[9]
Sachs, Jeffrey. 2008. Economía para un
planeta abarrotado. Buenos Aires: Barcelona. Pp. 113
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