martes, enero 31, 2012

Reflexiones críticas a partir de dos columnas de Carlos Peña. Conservadores y liberales ante el malestar cívico y cultural.Sergio Micco Aguayo. Doctor en Filosofía Política.


Carlos Peña ha escrito que Ignacio Walker y Carlos Larraín han dado  “testimonio de una sensibilidad conservadora”  al fundar el acuerdo político al que llegaron los partidos que dirigen. Lo ha hecho en dos columnas y en una carta a El Mercurio.  Carlos Peña sustenta su aserto en apreciaciones de clase y estilos clericales que, según él,  se desprenden del documento de los srs. Larraín y Walker. Además ve esta mentalidad expresándose en la añoranza que ellos hacen de "la sana y buena política de Aristóteles".  Para Carlos Peña esto sería una nostalgia conservadora de una polis unida por una sola idea de bien; lo que resulta imposible e indeseable en una sociedad pluralista como lo es la chilena.  La segunda prueba del talante conservador del documento suscrito entre la DC y RN es la crítica que en él se hace a una sociedad caracterizada  por “una mentalidad difusa en todos los ámbitos, que busca gratificación instantánea en la vida personal y realización pronta de enfoques muchas veces estrechos". Esta sería una implícita condena a una cultura de masas dominada por el consumo. Para Carlos Peña esta sería otra queja notablemente  aristocrática. Carlos Peña se pregunta si “¿Habrá alguien en la izquierda progresista o en los sectores liberales que pueda compartir ese sentimiento que, la verdad sea dicha, no es más que una queja conservadora contra la modernización de Chile?”. Respondemos que sí y que Carlos Peña se equivoca profundamente al entregar a Aristóteles y la crítica del individualismo  incívico y del consumo contemporáneo exclusivamente a los conservadores, sus adversarios ideológicos.  Más aún se equivoca si califica esas críticas por anti-modernas.


Hay muchos que creen que el mundo que les tocó vivir es infinitamente mejor que el de sus abuelos; que no tiene una visión pesimista de la persona humana; que alaban la diversidad y no creen que todo tiempo pasado fue mejor; que no condenan éticamente  el conflicto y que, sin embargo, no temen en citar a Aristóteles. Lo hacen para reflexionar acerca de la buena vida en sociedad y de la importancia de la polis en la búsqueda de la felicidad. Lo leen para  condenar los excesos que muchas veces asume la sociedad contemporánea.  Lo invocan para condenar los excesos del totalitarismo  que anula el pluralismo o en  formas extremas del individualismo, del corporativismo o del relativismo que destruyen un orden mínimo sin el cual no hay libertad ni paz, supervivencia cívica ni bienestar social.  Destacan así en Aristóteles un pensador que nos enseñó que la política está conformada por acciones públicas  de hombres libres que buscan crear un orden que garantice  la diversidad y una repartición equitativa de los beneficios de la prosperidad y supervivencia de la polis.  Pienso en Bernard Crick escribiendo   En Defensa de la política. No le gustan los conservadores no políticos, los liberales apolíticos y los socialistas antipolíticos. ¿Es un conservador quien combate la apatía política y reclama el compromiso cívico en torno a los valores de la libertad, la igualdad y el orden? Por cierto Crick se declara un socialista demócrata. [2]

Que pensadores, liberales, comunitarios y republicanos, contrarios al individualismo asocial y al capitalismo extremo, citen a Aristóteles no es simplemente una cuestión que preocupe a intelectuales.  John Kampfner escribe el 2011 Libertad en venta. [3]Vale la pena leerlo. Se trata de un liberal de texto: defensor de las libertades públicas, que arremete contra Tony Blair o David Cameron, cuando instalan cámaras de televisión en las calles, censuran a periodistas, debilitan al Parlamento, presionan a los jueces o se inmiscuyen en la vida privada de los ciudadanos. Sin embargo, Kampfner observa con tristeza el avance mundial de clases medias que están dispuestas a entregar sus libertades públicas  a cambio de tener un gobierno que les garantice seguridad contra delincuentes, inmigrantes o guerras. Además de seguridad estas clases medias piden a su moderno Leviatán prosperidad material para gozar de sus libertades privadas, consumo conspicuo al ritmo del Hollywood norteamericano o del Bollywood indio. El fenómeno se observa en regímenes autoritarios como Singapur, China o Rusia; monarquías como los Emiratos Árabes Unidos no menos que en democracias como la India del Partido Popular Indio, la Inglaterra de Blair, la Italia de Berlusconi o el Estados Unidos de George W. Bush. ¿Kampfner es un liberal progresista que promueve los derechos civiles o un conservador aristocrático cuando las emprende con las nuevas clases medias que sólo piden confort y seguridad, traicionando sus deberes para con las libertades públicas?
El juicio ético y político contrario a las  mentalidades estrechas que buscan solo la propia gratificación inmediata y que olvidan los deberes para con la polis también lo encontramos en notables  historiadores de izquierda que más que de libertades públicas nos hablan de derechos sociales e igualdad de oportunidades. Lo vemos con claridad al leer a Tony Judt en Algo va mal. Parte declarando que los últimos treinta años hemos hecho de la búsqueda del beneficio material una virtud, el único propósito colectivo. Un estilo materialista y egoísta nos corroe. Sabemos el costo de las cosas, pero no su valor. Ya no nos indignamos ante las crecientes desigualdades en riqueza y oportunidades; las injusticias de clase y de casta; la explotación económica dentro y fuera de nuestros países; la corrupción y los privilegios que ocluyen las arterias de la democracia.   Realiza  una descarnada condena del capitalismo que exalta el lucro, la competencia y el individualismo asocial. Recuerda la Europa de Clement Attlee y Konrad Adenauer no como un respingo conservador sino que como advertencia que “hay alternativa” al capitalismo anglosajón o neoliberal. Suecia y Finlandia serían otra demostración de esta esperanza progresista. De hecho termina su monumental obra Postguerra invocando el ideal de una Europa comunitaria, social, igualitaria y liberal que tiene futuro en el siglo XXI. No creo que nadie acuse Judt de dejarse llevar por sentimientos conservadores, cargados de nostalgia para con el pasado y de pasiones aristocráticas,  cuando reclama que esa Europa supone narrativas morales, fieros deberes, abandonar metas provincianas, corporativistas y egoístas  junto con postergar o derechamente sacrificar placeres  tan individualistas como no sustentables. [4]

El pensamiento dolido de Tony Judt nos recuerda otra cosa que Carlos Peña sabe muy bien. El pesimismo cultural y la idea que vivimos tiempos decadentes pueden tener fuentes de “izquierda”. Christopher Lasch es miembro de la cultura intelectual progresista de Estados Unidos pero condena La cultura del narcismo y ve en la familia  Refugio en un mundo despiadado[5]. Justamente por que es de izquierda, no puede entender que los “progresistas” defiendan el individualismo burgués dominado ya no por la culpa sino que por la ansiedad. Ansiedad de reconocimiento y de fama; ansiedad al ser controlado por la pasión dominante de vivir el momento: vivir para uno mismo, no para nuestros predecesores ni para la posteridad; ansiedad de  antojos que no tienen límites pues se “exige gratificaciones inmediatas y vive en un estado de deseo inagotable, perpetuamente insatisfecho”. [6] Por cierto la idea de decadencia puede haber partido en la “derecha”.  Vemos  espíritus reaccionarios en el racismo de Arthur de Gobineau, en el ideal del super hombre de Nietzsche, en la idea de crepúsculo de Occidente de Spengler o del retiro del ser a lo Heidegger. Se trata de pensadores de una “derecha conservadora”. Pero muchas de sus ideas ya no son de su patrimonio. En Europa, Artaud, Brecht, Fanon, Foucault, Freud o Sartre han contribuido convertir la idea de la decadencia intelectual en un pesimismo cultural que ha echado raíces en la izquierda.  ¿No fue Foucault el que escribió aquello del fin del hombre: “un rostro dibujado en la arena a orillas del mar”? [7]
Nuevamente insistamos que esta crítica cultural a los tiempos que vivimos no es cosa que deba preocupar solo a literatos, historiadores o filósofos. La misma crítica “conservadora” a los tiempos que vivimos podemos encontrarla en las protestas del medio-ambientalismo y del ecologismo. Ese que se alza como una contra-cultura que desafía las formas más extremas de consumo suntuario, ese que destruye el planeta. En efecto, ellos reclaman que debemos reverenciar el legado de nuestros ancestros y practicar una ética de la responsabilidad para con las generaciones futuras; olvidar la concepción del ser humano como un sujeto soberano y radicalmente desarraigado del resto de la coalición de seres vivos y transitar una senda de progreso caracterizado por el principio precautorio, es decir, de profunda prudencia a la hora de introducir nuevas tecnologías o prácticas sociales. Suena bastante conservador, ¿no? Ellos critican el industrialismo, como la super-ideología que unió a comunistas y capitalistas del siglo XX, que sostuvo que las necesidades humanas sólo pueden satisfacerse mediante la permanente expansión de la producción y del consumo. Ello no es sustentable alegan. Recuerdo a Andrew Dobson en su descripción del Pensamiento Político Verde. [8]¿Es un conservador quien propone un radical desafío verde al consenso político, económico y social que nos domina?

Nuevamente digamos que son muy relevantes políticamente  quienes se quejan en contra de las mentalidades estrechas que buscan satisfacer gratificaciones inmediatas olvidando los límites que impone la explotación de los recursos naturales. Pues saben que de seguir así, adiós progreso humano. Jeffrey Sachs es una persona que en Estados Unidos es calificado de “liberal”. No duda en promover el control de la natalidad sin injerencias “vaticanas” o “musulmanas”. Reclama a los republicanos norteamericanos que es tiempo ya de asumir la superioridad social y económica de la Europa del norte.  Escribe Economía para un planeta abarrotado donde alerta que los gobiernos deben realizar enormes esfuerzos en tecnología verdes para evitar el holocausto que se nos viene encima si doce mil millones de seres humanos quieren vivir como lo hacen los norteamericanos. En el país del norte hay 800 autos por cada mil habitantes; en China 18 por cada 1000. [9]Si los seiscientos millones de chinos e indios de clase media quieren tener igual proporción de los actuales Chrysler o Toyota, adiós planeta. ¿Jeffrey Sachs es un liberal cuando promueve una igual libertad económica para todos o es un conservador preocupado de  los excesos  de un capitalismo voraz? Vaya uno a saber. 

Resumamos que tenemos un realista humanista cívico en Bernard Crick; un liberal clásico como John Kampfner; un ecologista como Andrew Dobson; un socialdemócrata como  Tony Judt; un crítico cultural como Christopher Lasch o un economista como Jeffrey Sachs que son intelectuales que no arriscarían la nariz ni experimentarían un respingo conservador si escuchan hablar de críticas al olvido de la concepción cívica del ser humano en Aristóteles; de condenas al descuido de los deberes para con los demás o del rechazo al consumismo inmediato como motor principal de crecimiento y desarrollo. No se sentirían incómodos por mucho que ello los lleve a compartir una misma audiencia con los conservadores. Buena prueba de ella es el variopinto movimiento antiglobalización. Y todos ellos se ubicarían en el mundo de los liberales, de los socialdemócratas, de los republicanos o de los comunitarios. No de los conservadores que, por lo demás y demostrado está, tienen muchas cosas que aportar. Carlos Peña conoce bien y de sobra a estos autores y/o escuelas de pensamiento; pero pareciera ser que la pasión en contra del documento de marras lo obnubiló.  Eso nos llevó a citarlos, nada más.  
Dos conclusiones entonces. La primera es que tenemos liberales, progresistas y aristotélicos que arremeten por los cambios sociales y culturales en el nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad con el resto de la humanidad y la naturaleza toda;  pues todos somos hijos de la madre naturaleza dicen. ¿A estas alturas no resulta evidente que es un grave error atribuir sólo a los conservadores estas críticas a la sociedad incívica y consumista de hoy, para luego descalificarla por nostálgica y anti moderna? La segunda es que,  igualmente a estas alturas, el lector se habrá dado cuenta que no llegaremos muy lejos si no definimos de qué estamos hablando. ¿Quién es un liberal? ¿Quién es un conservador? ¿Quién es un republicano? ¿Quién es un comunitario? Por cierto hay una forma  obvia para identificar a un conservador, que en cierta forma hemos utilizado en esta columna, pero que nos lleva a una extraña conclusión en este debate. En efecto, pongámonos de acuerdo que conservador es una persona que justamente quiere conservar la realidad tal cual es. Sobre todo quiere conservar su propiedad y su tipo de gobierno. Si eso es así, lo que más extraña de las dos  columnas de Carlos Peña es que tilde de conservador un acuerdo que lo que expresamente propone es cambiar – no conservar – el tipo de gobierno presidencial y el sistema electoral binominal -. De resultas entonces que los conservadores son los que están en contra del  documento. Eso lo tienen clarísimo muchos de los miembros de la UDI y RN que han salido a denostarlo.


[1] Sergio Micco Aguayo. Doctor en Filosofía Política.
[2] Ver: Crick, Bernard. 2001. En defensa de la política. Barcelona: Tusquets Editores. Pp. 12, 18, 22, 35, 77, 125, 138,146,157 y 158
[3] Kampfner, John. 2011. Libertad en venta.  ¿Por qué vendemos la democracia a cambio de seguridad? Barcelona: Planeta. 
[4] Judt, Tony. 2001. Algo va mal. Madrid: Taurus. Pp.17, 23, 33, 551, 88 170 y 217 
[5] Lasch, Cristopher. 1996. Refugio en un mundo despiadado. Barcelona: Gedisa. Pp. 24
[6] Lasch, Christopher. 1990. La cultura del narcisismo. Barcelona: Editorial Andrés Bello Española. Pp.17 y 23
[7] Citado Herman, Arthur. 1998. La idea de decadencia en la historia occidental. Barcelona: Editorial Andrés Bello Española. Pp. 435
[8] Dobson, Andrew. 1999. Pensamiento político verde. Barcelona: Paidós.
[9] Sachs, Jeffrey. 2008. Economía para un planeta abarrotado. Buenos Aires: Barcelona. Pp. 113