Viudos de verano. Rafael Luis Gumucio Rivas
Carlos
Larraín e Ignacio Walker son los viudos de verano de este año. Los infieles
masculinos
tienen una especie de instinto suicida que los lleva, en la mayoría de los
casos, a dejar
huella de sus infidelidades – un pasaje, una carta, una boleta de cine, en los
bolsillos del pantalón
o de la chaqueta o, los más modernos, un correo electrónico, un mensaje de
texto u otro
producto más desarrollado de la cibernética – cualquiera que conozca un poco a
las mujeres
sabe muy bien que le revisarán su ropa, memorizarán sus claves y, al fin, serán descubiertos
con prontitud. Sostengo la hipótesis de que estos infieles, por sentimiento de culpa,
o por ser valorados por sus esposas a causa de su virilidad decreciente, hacen
todo, lo posible
por ser descubiertos.
Algo
análogo ocurre con la pareja Larraín-Walker: pololeaban hace tiempo, pero sus esposos
castigados – Coloma y Andrade – sostienen ignorar las infidelidades en que
habían incurrido
sus víctimas de violencia doméstica. Carlos Larraín estaba muy aburrido de los sucesivos
“golpes de Estado” de los autoritarios “coroneles de la UDI y, a su vez,
Ignacio Walker
comenzaba a captar que su matrimonio con el Partido socialista no los llevaría a
buen puerto.
Al fin y al cabo, la única manera de salvar la Concertación sería la
candidatura de Michelle
Bachelet – de nuevo, una socialista candidata a la presidencia – y el reparto
del botín del
Estado para la Democracia Cristiana.
El
Presidente de la República, al parecer militante del partido de arlos Larraín,
no sólo está
desesperado por los sucesivos baños de impopularidad, sino que da cada día
pasos más errados
e ininteligibles: un día llama a todos los ex Presidentes de la Concertación,
se supone, para
acordar un camino de superación de la crisis de representación a través de las
reformas políticas
y tributarias; otro día exige a los partidos un Acuerdo amplio para reformar el sistema
binominal; hoy desahucia el documento suscrito por los “infieles” Carlos e
Ignacio.
Este
compromiso no era nada de mediocre, pues planteaba, nada menos que tres reformas
políticas radicales: el reemplazo de la monarquía presidencial por el semipresidencialismo;
el sistema binominal por una proporcional; la elección de Intendentes y Cores.
Además destruía el duopolio Concertación-Alianza, una colusión política tan
inmoral como
aquella de los polleros – a propósito, hace tiempo que no tenemos noticia de estos
“pillines” -. Aun cuando ambos amantes lo nieguen, nada más práctico que este matrimonio,
pues volveríamos a los tres tercios o, posiblemente, a un sistema política muy abierto
y fragmentado, pero de una gran representatividad.
Respecto
a las acciones de la casta política, la única actitud posible es la filosofía
de la sospecha:
en la historia nunca ha ocurrido que los conservadores de derecha y de
izquierda sean
capaces de autor reformarse para evitar la catástrofe – la sola actitud que se
les reconoce es
“después e mí, el diluvio”, de Louis XIV, o escribir que no ha ocurrido nada en
el diario de Louis
XVI, justo el día de la toma de La Bastilla. La característica de los
conservadores es el más perfecto
inmovilismo o el “gatopardismo”.
El
escenario más posible es análogo a lo que ocurre con las parejas de infieles de verano:
una vez descubierto el pastel, vuelven a sus esposas quienes les perdonan, muy amablemente,
sus infidelidades. La Democracia Cristiana y Renovación Nacional volverán a ser golpeados
por los socialistas y los gremialistas respectivamente, pues, como ocurre a
menudo, más
vale conservar el patrimonio incólume, que tener que separar bienes en una
larga contienda
judicial, como está ocurriendo con Miguel Piñera.
Su
Excelencia ha elegido el camino de dejarse avasallar por la UDI, verdaderos
“matones de barrio” y pasar por el gobierno más ineficiente de nuestra
historia, una
especie de Barros Luco, pero con pésimos chistes- un humorista pifiado por el
público.
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