El parque no se toca. Cristián Warnken
Se había salvado de milagro hasta ahora. No estaba en el ojo de la avidez inmobiliaria ni en las prioridades de una élite política ignorante e insensible al deterioro urbanístico y patrimonial, que ha terminado por devastar todo lo que costó tanto crear y cuidar. Pero era inevitable que este momento llegara: el Parque Forestal, tal vez el más noble y original de nuestros parques urbanos, empezó a "interesar" a esta legión de nuevos iluminados que afean y arruinan todo lo que tocan.
Se les ha ocurrido la brillante idea de poner cemento allí donde la prioridad deben ser los árboles y sus raíces, esos 7.700 árboles que vinieron desde los viveros de don Salvador Izquierdo en la Quinta Región, o las palmas chilenas donadas por don Ascanio Bascuñán, dueño de la hacienda de Ocoa, o los 300 plátanos orientales que se abrazan y dialogan con la luz y con el río. Eso era en 1910, y nombro a esos vinosos señores, porque entonces teníamos una élite ilustrada, visionaria, creadora de espacios públicos, empresarios que donaban árboles a la ciudad naciente, con un sentido de gratuidad y amor a la belleza, hoy inexistentes. Vivimos en tiempos de la avidez y el pensar calculante que, unidos a la ignorancia y desconocimiento total de nuestra propia historia, y desamor por la propia ciudad, producen esa combinación fatídica que encarna en una nueva élite (la de hoy) que "desprecia cuanto ignora". Comparemos sólo el tonelaje de las autoridades del centenario con las de hoy. El impulsor de la creación del Parque Forestal en los terrenos correspondientes al antiguo cauce del Mapocho, don Paulino Alfonso, abogado y poeta, experto en temas económicos pero también miembro de la Academia de la Lengua, traductor de teatro, director de la Compañía de Electricidad, miembro de la Comisión de Bellas Artes. ¿Quién de los que hoy deciden nuestro futuro urbanístico, cuántos de nuestros legisladores, qué intendente o alcalde -ni qué decir concejales- reúne esos saberes, pasiones, cruces propias de una clase dirigente que soñó, pensó e hizo este país desde una sensibilidad humanista, y no desde un eficientismo ramplón? ¡Pobre Chile, pobre Santiago, en qué manos has estado y sigues estando! Lo mejor de ti fue creado por paisajistas, arquitectos cultos y sensibles, y ese tesoro invaluable es administrado hoy por tecnócratas, burócratas y políticos que no conocen los nombres propios de tus árboles, que nunca han leído las novelas y cuentos de Giaconi, Lafourcade, Edwards, que jamás han escuchado un verso de Lihn, ni saben quién fue el Chico Molina, y que, por lo tanto, no podrán amar este Parque con toda su leyenda urbana como para defenderlo de las aberraciones y de la devoción por el cemento. Guillermo Renner, el paisajista que heredó la posta de Emile Dubois y cuya misión fue cuidar el naciente Parque Forestal, perseguía con su bastón a los que arrancaban las flores y hojas de los sagrados árboles recién plantados. Décadas después, ya no basta con levantar el bastón para espantar al lumpen o a los indolentes ciudadanos. Ahora hay que enarbolar los bastones para cuidarse de las autoridades que mancillan la memoria de sus egregios antecesores. Pienso en esta hora en nuestro gran Pedro Prado, poeta y arquitecto (del que se acaban de reeditar sus obras), que con Julio Bertrand creó el palacio del salitrero Augusto Bruna, que todavía sobrevive en Merced 230, frente al parque, muy cerca de la fuente alemana, cuyo entorno hoy de árboles y pasto será aplanado por baldosas. ¿Para qué? ¿Hay un solo arquitecto y poeta en el municipio o la intendencia de la talla de nuestros fundadores que tenga la autoridad para tocar uno solo de los árboles y senderos de nuestro Parque Poema? ¡Oh, fantasmas de nuestro ilustre pasado, los invoco en esta hora difícil, ilumínennos para salvar sus sueños de los depredadores del presente!
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