miércoles, diciembre 01, 2010

Cría cuervos. Por Héctor Casanueva

De alguna manera una ideología del mercado se nos coló de contrabando, secuestró incluso las mentes de políticos de izquierda y de centro, y se fue implantando hasta llegar a tener de rehenes a los Estados.Durante por lo menos las dos últimas décadas el Estado, sea en América latina, sea en Europa, sea en Norteamérica, e incluso en gran parte del Asia, fue arropando, mimando y dejando crecer a sus anchas al mercado. 

Las dos últimas crisis globales -asiática y de las hipotecas (también llamada “la crisis del negro desempleado”)- han sido consecuencia de lo mismo: un excesivo crecimiento de la economía financiera, por sobre la economía real, pero además sustentado en la especulación, que adoptó formas sofisticadas -es decir, de falsas apariencias- inventando superbonos de inversión, promesas de rápidas ganancias espectaculares en carteras de platino o titanio, con nombres atractivos para cazar incautos de todas las esferas y pelajes, y financiar burbujas insustentables. O sea, la libre iniciativa desatada y sin control, en busca del lucro por si mismo aunque fuera sin sustento. Gordon Giecco lo dice muy bien, después de salir de la cárcel, en la segunda versión de la película Wall Street: “antes la especulación era inmoral, pero resulta que ahora hasta es legal”.


De alguna manera una ideología del mercado -no ya la lógica de la competencia o de la libre iniciativa como fundamento de la economía- se nos coló de contrabando, secuestró incluso las mentes de políticos de izquierda y de centro, y se fue implantando hasta llegar a tener de rehenes a los Estados, como vemos que ocurre hoy en Europa, donde ya no se trata de corregir una mala gestión de Grecia, o del debate acerca del incumplimiento de los parámetros de la unión económica y monetaria que debían sustentar el Euro. Ahora se trata de que los gobiernos de Irlanda, de España y Portugal, a pesar de los duros ajustes asumidos, y de las fuertes medidas de contención financiera adoptadas por todos los países, que deberían ser suficientes, como dice el presidente del Bundesbank, tienen que “defenderse” de los inversionistas, “calmar” los mercados, y lidiar con las clasificadoras de riesgos que con solo un guiño pueden generar un titular que provoca una nueva crisis, y más ganancias especulativas en desmedro de la base económica.

Todos estos son cuervos criados por los Estados, que nos van a sacar los ojos, a menos que hagamos algo. Tímidamente el G20 se pronunció en Seúl por un nuevo consenso para el desarrollo -algunos dicen tal vez exageradamente que reemplaza al Consenso de Washington- por la necesidad de avanzar en reformas al orden económico internacional y por adoptar medidas regulatorias. ¿Too little, too late? Por lo menos too little, porque los compromisos no se ven sólidos, y su implementación ocupa tiempos distintos y más laxos que los que disponen los mercados para seguir acorralando al Estado y a la propia sociedad. No es demasiado tarde, eso si, si vemos ahora como España defiende a capa y espada su estabilidad contra la arremetida especuladora, que hasta a Zapatero el The Economist le cambia de nombre a “Zapateuro”, señalando que, luego del salvataje a Irlanda y las medidas de Portugal, de él depende en gran parte salvar el Euro.

Lo que nos está diciendo el Economist es que todavía la sartén la tiene por el mango el sector público, y que se necesita coraje político para enfrentar a estos cuervos que hemos criado entre todos al abandonar la esencia de la tarea del Estado -que es el bien común y la gobernabilidad para el conjunto de la sociedad- ponerlos a todos en cintura y reconstruir el sistema aprendiendo de las experiencias. El único aliado para esto, es la sociedad civil organizada, como se está viendo surgir.
¡Es la política, estúpido, no la economía!