domingo, noviembre 28, 2010

¿Quién, yo?. Jorge Navarrete.


ES PROBABLE que su nombre no diga tanto a quienes todavía no han alcanzado los 40 años o un poco más. Pero para el resto de los chilenos, la noticia de su muerte, seguramente sentida por casi todos ellos, no habrá dejado de resonar en nuestras conciencias, sea para dar gracias, para pedir perdón o para ambas cosas a la vez.

 Muchos daremos gracias, porque monseñor Sergio Valech fue uno de esos insignes pastores de la Iglesia Católica chilena que, durante el período de la dictadura militar, defendieron con tremenda valentía la afirmación central de su fe, esto es, que todos los hombres y mujeres son hijos del mismo Padre común, dotados de derechos fundamentales cuya violación no puede justificarse jamás. Y no sólo la defendieron de palabra. Guiados por el ejemplo señero del cardenal Raúl Silva Henríquez, actuaron decididamente en defensa de esos derechos humanos de todos, sin preguntarse cuál era la confesión religiosa de las víctimas o siquiera si tenían alguna. Desde 1987, monseñor Valech dirigió la Vicaría de la Solidaridad y, ya recuperada por fin la democracia, participó en la Mesa de Diálogo sobre Derechos Humanos y presidió la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura.
 Muchos pediremos perdón, porque monseñor Valech nos recordará -sin quererlo él, pero por simple comparación- que nosotros no hicimos lo que debimos, o hicimos poco, o lo hicimos tarde. Peor aun, no pocos pedirán perdón, quizás inconscientemente, por haber justificado, explicado o querido no conocer estos crímenes y abusos sistemáticos; tratando de creer que todo sucedía en oscuros incidentes, como los llamaba la prensa adicta al régimen. Es más, algunos recordarán que aceptaron conscientemente lo ocurrido, a pretexto de circunstancias extraordinarias, o que se lo explicaron por alguna oscura razón de Estado o acomodaticia teoría histórica, y que miraron para el lado con el pretexto de que sus adversarios hubieran hecho o podrían haber incurrido en actos similares o peores… aun si esto fuera cierto.
 Muchos, por fin, daremos gracias y también pediremos perdón, conscientes a la vez de nuestra alta vocación e intrínseca debilidad como seres humanos, de la cohabitación en nuestros corazones de dosis variables de coraje y cobardía o -para ponerlo en los términos en que nos habría confortado monseñor Valech- en la coexistencia en nuestra alma de la gracia y el pecado, del amor y del rencor, pero siempre con la esperanza y la fe en que la victoria final ya nos fue ganada por otro.
 Aun los no creyentes o quienes nos hemos alejado de la fe no podremos dejar de oír el diálogo que hoy domingo se da entre monseñor Valech y su Señor: "Ven, bendito de mi Padre, a gozar lo que te tengo preparado, porque tuve hambre y me diste de comer, tuve frío y me vestiste, enfermo y me fuiste a ver, preso y me visitaste, desnudo y me abrigaste…". Y, cuando monseñor le retruque con sencillez y humildad: "¿Quién, yo?", recibirá como respuesta la gran verdad que él mismo encarnó: "Lo que hiciste al más pequeño de mis hermanos, me lo hiciste a Mí".
Gracias, monseñor. 
Perdón, monseñor.