¿Apoyar o no las reformas a la educación?. Claudio Orrego
Los anuncios del Gobierno en el tema educacional requieren un profundo análisis, mucho debate y gran generosidad. Nadie puede restarse a priori a una reforma tan trascendente como ésta. No hay nada más importante para el futuro de Chile, tanto en términos de desarrollo económico como de justicia social, que hacer cambios profundos a la calidad de la educación. Por eso, más allá de cálculos políticos o posturas preconcebidas, creo un deber patriótico aportar críticamente a este debate.
Dicho claramente lo anterior, corresponde analizar el detalle de los anuncios. Todos sabemos que el camino al infierno está pavimentado de buenas ideas e intenciones. Aquí no basta con querer mejorar la educación; hay que demostrar que las medidas realmente lo logran. Por eso la letra chica es tan importante. Ahí se juega todo. Igualmente, no basta con anunciar buenas medidas: deben ser aprobadas y adecuadamente implementadas.
En este plano valga la primera advertencia. La soberbia y el exceso de retórica nunca han sido buenos compañeros de los consensos que todas las grandes reformas de Estado requieren. Convocar a un grupo de ex ministros de Educación para luego decirles en su cara que en los últimos 20 años no se hizo nada, no es ni cortés ni inteligente. De igual manera, hablar de “revolución inédita” al mencionar la profundización de una serie de medidas ya existentes y otros cambios importantes pero no copernicanos, no deja de ser un uso extremo de la retórica. En éste, como en otros ámbitos, no por mucho madrugar se amanece más temprano. Si el Ejecutivo quiere aprobar estas reformas, debe quitarle la urgencia al proyecto y sentarse a negociar con la oposición.
En términos de contenido, si bien todavía existen muchas incógnitas (cuánto costará, quién fiscalizará los recursos, cómo se aplicará a colegios públicos y subvencionados, etc.), lo cierto es que sí se aborda uno de los temas más trascendentes, como es el Estatuto Docente. Especial mención merecen las medidas para incentivar el retiro voluntario, la elección por concurso de los directores, la posibilidad de éstos de elegir sus equipos, el aumento de remuneración de los mejor evaluados y la posibilidad de remover un porcentaje de los peor evaluados.
¿Qué temas están ausentes? Primero que nada, el cambio del sistema de subvención por asistencia a uno por matrícula, dando estabilidad a los ingresos e incentivos adicionales por asistencia. También se requiere aumentar la subvención (“de emergencia”) para aquellos niños que tienen serios trastornos del aprendizaje, de personalidad o incluso de salud mental. Otro tema ausente es el fortalecimiento —en serio— de la educación técnico profesional, a la cual asiste el 40% más pobre de los alumnos. Finalmente, creo que hay que estudiar el congelamiento de nuevos colegios particulares subvencionados mientras las medidas de fortalecimiento de la educación pública no estén plenamente implementadas.
Si a todo lo anterior agregamos el término de los semáforos, que estigmatizan la educación pública, y de la selección absoluta en los liceos de excelencia, podremos avanzar en acuerdos sustanciales para una reforma que, o es de Estado o simplemente no será. Las nuevas generaciones no nos perdonarían no contribuir para hacer de la educación chilena una de las mejores del mundo y un verdadero vehículo de promoción social. Para lograrlo, se requiere generosidad de la oposición y voluntad seria de diálogo y acuerdo del Gobierno. Sin esos componentes, no lograremos salir de la trinchera.
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