jueves, septiembre 02, 2010

¿Gobernar es comunicar?. Edgardo Riveros

Es indudable que una adecuada, oportuna y veraz información forma parte significativa de una eficiente gestión pública. Pero, por importante que sea el aspecto comunicacional, no deja de ser instrumento al servicio de las medidas sustantivas que deban ser adoptadas. Con un concepto como el acuñado «gobernar es comunicar», se corre el riesgo de trasformar el instrumento en un fin, adaptando la medida de fondo a la eficiencia comunicacional.


Subordinar lo sustantivo a lo instrumental conlleva el riesgo de no priorizar las acciones que, pudiendo tener impacto comunicacional menguado o incluso negativo, son, sin embargo, necesarias o imprescindibles. También existe el riesgo de esconder tras una exitosa acción comunicacional debilidades en las políticas de fondo.
Un ejemplo es la seguridad ciudadana. Se ha presentado como éxito la baja en la percepción de la delincuencia, vía encuestas, aun cuando la actividad delictual propiamente tal no ha disminuido. El resultado puede ser riesgoso. Es como si la baja de fiebre en un paciente por los medicamentos suministrados sólo para ello, estuviera demostrando que la enfermedad misma está en mejoría.
Cuando lo comunicacional cobra una importancia que supera la actividad de fondo, el riesgo de desnaturalización de la función pública es alto. En la medida en que se impone la idea de que sólo vale lo que tiene efecto en los medios, particularmente en televisión, el actor político llega a diseñar acciones o reaccionar de manera que muchas veces colisiona con la prestancia y los márgenes institucionales del cargo que desempeña. Más aún, la experiencia nos muestra, una y otra vez, que dejarse llevar por la popularidad de una medida, a veces efímera y que no sigue los procedimientos establecidos en un Estado de Derecho, puede conllevar costos institucionales permanentes. El cuestionamiento aquí, más que en la medida —que uno incluso puede compartir—, está en el camino seguido.
Sumemos a ello la pauperización que se produce respecto de la función pública en relación al ciudadano, sus necesidades y demandas; éste sólo pasa a ser una justificación utilitaria para el protagonismo de la autoridad, y no el motivo esencial de la preocupación de éste.
Por último, y en esto los medios de comunicación tienen su propio papel que jugar, está el juego de las emociones. Todo lo que significa dar cuenta de la realidad que se vive, en especial en situaciones dramáticas, es legítimo y necesario, acerca a la verdad y motiva la solidaridad. Sólo hay un límite: no manipular.