Indulto, clemencia y reconciliación. Rodolfo Fortunatti.
Para hacer desaparecer los deseos de venganza, se precisa algo más que un indulto presidencial. Se requieren gestos de arrepentimiento y de perdón. Y es sabido que éstos pertenecen al fuero íntimo de las personas, pues, como observa Hannah Arendt, el perdón y la relación que se establece entre las personas, siempre es un asunto individual, donde lo hecho se perdona por amor a quien lo hizo.
Ha sido idea de la Iglesia Católica promover un indulto jubilar para el bicentenario. Y han sido la misericordia y la clemencia, no la reconciliación, los fines que la han inspirado. Distinción muy necesaria, pues cuando la Iglesia habla de compasión hacia los presos mayores de 70 años, mujeres con hijos menores o personas que padecen una enfermedad invalidante, grave e irrecuperable, lo que se tiene es un problema humano. Pero, en cambio, cuando se habla de reconciliación, lo que se percibe es un problema de derechos humanos, de perdón, de amnistía y olvido, sobre todo en una cultura política como la nuestra, donde reconciliar aún posee una fuerte carga emotiva.
Sentir compasión no implica reconciliación, expresión que, en su sentido etimológico (re-conciliare, y éste del sustantivo concilium: unión), significa volver a unir lo que ha estado separado. Compadecerse de alguien tampoco sugiere perdonar el daño ocasionado por aquél. Podemos ser clementes con una persona sin que ésta se arrepienta y merezca, por ello, nuestro perdón. Y no es lo mismo indultar que reparar. Como enseña la raíz latina del verbo (in: sin y dultun: deuda), el indulto sólo provoca la remisión de la pena, pero no repara el daño causado por el penado, ni acaba con la beligerancia y el revanchismo de los dañados. En todo caso, podría restablecer la igualdad moral de quienes se han visto perjudicados por el sistema dual y regresivo de persecución criminal de civiles aún imperante en Chile.
Para hacer desaparecer los deseos de venganza, se precisa algo más que un indulto presidencial. Se requieren gestos de arrepentimiento y de perdón. Y es sabido que éstos pertenecen al fuero íntimo de las personas, pues, como observa Hannah Arendt, el perdón y la relación que se establece entre las personas, siempre es un asunto individual, donde lo hecho se perdona por amor a quien lo hizo. El perdón, ¡no obstante la penitencia y la indulgencia!, no excluye la justicia, pues la justicia siempre es la evocación de la regla de equivalencia y el registro de aquello que ha trastrocado las cosas. Por eso el indulto no puede entrañar reconciliación.
Y tratándose de delitos de lesa humanidad, la reconciliación resulta un imposible para el orden político, porque aquélla nos insta no sólo a asumir una responsabilidad política, algo que nos compromete pública y colectivamente, sino también una responsabilidad moral, algo que es muy íntimo y personal. La responsabilidad política es un llamado para que todos, en cuanto herederos de una historia común, asumamos la identidad y el compromiso ético-político de actuar como miembros de una nación, y de respetarnos mutuamente. En cambio, la responsabilidad moral convoca la voluntad individual de ofensores y ofendidos, y la dispone a la reconciliación, a la que sólo se llega por convicción, y, ciertamente, libres de toda presión o condicionamiento institucional.
Queda pues fuera del alcance del sistema político hacer explícita la responsabilidad moral. Precisamente porque ésta entraña el perdón. El perdón, que es un acto por el cual el ofendido libera al ofensor del daño que causó, y éste reconoce y repara lo hecho. El perdón, un acto que impone salvar la dignidad moral de quien lo recibe, y que exige asimismo el arrepentimiento de éste, cuando el verdadero arrepentimiento supone reconocer que hubo agravio moral y prometer que dicho agravio no volverá a ocurrir.La Nacion.
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