domingo, julio 04, 2010

El deber de la hipocresía . Carlos Peña

La actitud de Marcelo Bielsa ante Sebastián Piñera —primero rehuyó el saludo y luego tendió la mano apenas, casi al pasar— plantea un problema de interés: ¿cuál es la conducta que los ciudadanos deben mantener ante el Presidente de la República?
A primera vista sobran las razones para que cada uno sea especialmente deferente con quien ejerce la Presidencia.
Cuando Bielsa rehúye el saludo —puede argüirse— no es a Sebastián Piñera a quien desprecia, sino al papel que él desempeña, a la institución que en ese momento él representa. Las instituciones, podría agregarse, tienen un valor intrínseco, autónomo de los defectos y las virtudes de quien transitoriamente las habita. Ese valor obligaría a quienes se relacionan con quien hace de Presidente, a mantener las formas.
Los ciudadanos estaríamos obligados a homenajear a las instituciones en la persona de quien las desempeña. Y ese homenaje consistiría en evitar que la propia opinión se deje ver a la hora de los modales. La sinceridad —procurar que nuestros actos y nuestras palabras revelen nuestros afectos— no sería un valor ciudadano. El valor ciudadano sería la hipocresía: procurar que nuestros actos no revelen lo que, de veras, pensamos.
Y los gobernantes, mal que les pese, no podrían aspirar a un afecto sincero, sino apenas a los buenos modales. “Preferiría sentir vuestro afecto —se queja Ricardo II— a comprobar con mis ojos vuestra cortesía”

Suena bien.

Pero, en tal caso, cabría preguntarse también cuáles son los deberes que, tratándose de modales, tiene Piñera hacia la institución de la Presidencia. Si los ciudadanos tenemos deberes externos hacia quien ejerce la Presidencia (externos porque no comprometen nuestros afectos y puntos de vista), quien habita la Moneda, a la hora de los modales, también tiene deberes hacia las instituciones que sirve.
Esos deberes obligan a un Presidente a una cierta —cómo llamarla— austeridad en la conducta. A evitar, con escrúpulo, el más mínimo asomo de comportamiento payasesco.
Pero ocurre que Sebastián Piñera —movido por una pulsión difícil de entender— abunda en comportamientos que en vez de fortalecer el aura de las instituciones, parecen diseñados para estropearla. El bochorno de su visita a Juan Pinto Durán —haciendo el esfuerzo imposible de ser simpático, como un niño obligado a hacer gracias maquinales para que lo quieran— fue un ejemplo de cómo alguien puede desatender los modales que, mal que le pese, le imponen las instituciones que le toca servir.
Todas las instituciones son portadoras de un aura, de un excedente de sentido, que las constituye. Y toda la gracia de quienes se desempeñan en ellas consiste en dotar de plausibilidad a ese sentido del que, suponemos, son vehículo. En el manejo de esa tenue convención radica el éxito de las instituciones.
Cuando las autoridades son carismáticas —y según la célebre expresión parecen tocadas por la gracia— el asunto se resuelve fácilmente. Pero cuando el carisma brilla por su ausencia, como ocurre con Piñera, los modales contenidos, el protocolo, el sencillo rigor, pueden serlo todo o casi todo.
Y eso es justo lo que le falta a Piñera.
Le falta tener conciencia que uno de los deberes de un Presidente es lo que pudiéramos llamar la “publicidad representativa”: la capacidad de poner en escena no sus propias características personales, sino las que la ciudadanía atribuye a la institución que él simplemente sirve. Buena parte del secreto de la política consiste en saber escenificar la solemnidad de las instituciones para que así el sujeto de carne y hueso que las preside pueda ataviarse con las cualidades que les atribuimos.
Pero Piñera —nuestro Ricardo II— aún no alcanza ese sencillo equilibrio entre su propia subjetividad y la solemnidad de las instituciones.
Desde luego, él tiene todo el derecho a reclamar que se le trate como parte de la República y se ejercite ante él la virtud menor de la cortesía; pero él, por su parte, no debe olvidar que debe comportarse no como él es, sino como la institución que representa.





1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Para qué seguir con este tema? en El mercurio haycomo 100 o 200 comentarios sobre lo mismo. En todo caso, la sra. (ita) Bachelet solía (y suele) incurrir en conductas payasescas tb.

13 julio, 2010 11:12  

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