martes, enero 26, 2010

Piñera y la prensa . Carlos Peña


Sebastián Piñera o, lo que es lo mismo, quienes dependen de él concedieron entrevistas a condición de que no se le interrogara acerca de sus negocios y el estado en que se hallaba la promesa de desprenderse de ellos.
Se trata, aparentemente, de una condición del todo lícita. ¿Acaso usted no tiene todo el derecho de conversar acerca de lo que le place y enmudecer acerca de lo que no?
Sin duda.
Con una excepción: que usted sea Presidente electo.
Un Presidente —y para qué decir uno en funciones, como ocurrirá con Piñera a contar de marzo— debe estar sometido al escrutinio de la prensa y, por esa vía del público, en todos los asuntos de interés común. Y entre ellos se cuenta, sin duda, la propiedad de sus negocios. No hay entonces nada malsano en que la prensa inquiera una y otra vez acerca de cuándo se desprenderá de ellos, por qué monto, con qué destino y cómo. Sobre todo si, incluso sus abogados, con una torpeza indigna, han dicho una cosa un día y otra cosa el otro. En medio de esas ambigüedades (que muestran de parte de Piñera una resistencia inconsciente a hacer lo que prometió) la prensa debe hacer las preguntas que permitan aclararla. Y ninguna de esas preguntas violan la privacidad de Piñera. En cambio Piñera maltrata la libertad de prensa si, como lo hizo, impide que se le formulen.
Así entonces —y para decirlo con todas sus letras— Piñera actuó mal cuando exigió a los periodistas que no lo interrogaran acerca de ese tema, y los medios lo hicieron todavía peor cuando aceptaron esa condición.
¿Qué tipo de Presidente es ese que, por razones personales, pide a los periodistas —o peor, pide a otros que lo hagan por él— que no le pregunten acerca de un obvio asunto de interés público? ¿Qué tipo de periodistas son esos que aceptan tamaña condición que supone abdicar el centro de su oficio y la razón de la confianza que la ciudadanía ha puesto en ellos?
Vamos a avanzar poco con un Presidente que —por pudor o cansancio ya que no por motivos peores— prefiere no explicar lo que, desde el punto de vista del interés público, amerita una explicación.
Y no vale de nada el argumento según el cual Piñera —al traspasar parte de sus bienes— está ejecutando un acto supererogatorio, algo que va más allá de las obligaciones que le impone la ley. Como es obvio, si para un ciudadano común y corriente el respeto estricto de la ley basta y sobra, ello no ocurre con quien desempeña la Presidencia. Un Presidente —y Piñera lo es por mandato popular— debe tener un estándar de conducta superior a ese, en especial uno a la altura de las expectativas que él mismo esparció. Así entonces cuando los periodistas le piden cuentas acerca de la titularidad de sus negocios están, simplemente, examinando si él está, con la suficiente diligencia, a la altura de los compromisos que, previamente, adquirió.
Pero si es de esperar que Piñera no vuelva a repetir un tropiezo como ese —aunque ya es segunda vez: la primera fue con La Nación durante la campaña— también es de esperar que la prensa esté, en lo que viene, a la altura.
Y es que no vamos a avanzar nada si seguimos por el camino que mostró este incidente. Editores periodísticos que a cambio de una cuña o de una imagen dejan los deberes del oficio en la puerta de afuera de la casa del entrevistado. ¿Habrá que preguntarse en el futuro, cuando Piñera dé alguna entrevista, cuáles fueron los temas o asuntos de interés público que le molestaban y que los periodistas decidieron entonces dejar en el tintero?
No cabe duda que el incidente de esta semana, sumado a otro que ya hubo en la campaña, muestra una de las peores caras de algunos grupos de la derecha, un semblante que insinúa el rostro del propio Presidente electo: esa tendencia a imponer la propia voluntad más allá de las reglas, como si las reglas fueran una convención que sólo vale para otros, algo que con astucia y voluntad suficiente, y alzando la voz, pudiera moverse a su antojo una y otra vez.
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