domingo, abril 12, 2009

Gabriel Valdés, el guión de su vida .Adelanto exclusivo: (ElMercurio)


PRODUCCIÓN Y SELECCIÓN DE TEXTOS: GUSTAVO VILLAVICENCIO Y JUAN ANTONIO MUÑOZ

Se ve ansioso. Lo único que quiere es llegar a su casa en la playa para comenzar a revisar el original de sus memorias, que ha titulado "Gabriel Valdés, sueños y memorias. Pasado y presente de una vida más" y que serán publicadas por editorial Taurus. Confiesa entre dientes que no le gusta la palabra "memorias", porque "me he guardado gran parte de mi vida privada".

Han sido tres años de un intenso trabajo, que comenzó en una tarde romana de primavera. Desde entonces, su mente y su espíritu se dieron a la tarea de recordar. Los momentos venían como flechazos, disparando citas y rostros sin orden. Una asistente chilena que vivía en Italia lo ayudó entonces a recuperar este verdadero alud de historias en 90 años, que cumple el 3 de julio, mes que ha sido escogido para el lanzamiento.

Para Valdés, el libro es continuación de la biografía que escribió su abuelo, Ramón Subercaseaux, a quien define como un "hombre viajero, alegre, pintor y gastador", propietario de una gran casona y parque cerca de Nos (del Llano-Subercaseaux) desde donde se desplegó la vida familiar del político y diplomático chileno.

Confiesa con timidez que una pregunta casi diaria es "¿Y cuándo salen sus memorias?". Hasta los taxistas se la hacen. "Se ha creado casi una psicosis con esto", dice. "Estoy seguro de que recibiré criticas, pero estoy tranquilo ya que los hechos y las personas pueden describirse según la mirada o la posición de quien las describe. No son unas memorias rencorosas, como a algunos les habría gustado. No guardo rencor por nadie, a pesar de que muchas veces lo pasé mal".

340 páginas que viajan por la historia del siglo XX en Chile y que él pensó en llamar "Gracias a la vida": "Un título que no se me permitió. Yo lo quería porque resume lo que quiero decir y como homenaje a la compositora e intérprete Violeta Parra".
Así nació: "Ahogado", "feo" y "lanzado al techo"

Nací con dificultades el 3 de julio de 1919, pesando 4,4 kg y ahogado en mi cordón umbilical, lo que obligó a la matrona a lanzarme al techo donde, dicen, reboté. Todo ello ocurrió en la casa del Llano. Las opiniones concordaban en que al nacer era extraordinariamente feo, pero que con el tiempo he mejorado un tanto. Tan notable era mi aspecto que cuando se le pidió al tío Crescente Errázuriz Valdivieso, arzobispo de Santiago, que me bautizara, preguntó cómo era, y al decirle que era muy parecido a él, exclamó: "¡Pobrecito, más le hubiera valido no haber nacido!".

Su abuelo con Arrau y Gabriel con Roberto Bravo

(...) Un día le habló a mi abuelo de un joven originario de Chillán que había recibido como alumno. Su nombre: Claudio Arrau. Consideraba indispensable que lo escuchara, porque tenía mucho talento. A la semana siguiente llegó a la casa y ejecutó diversas obras que encantaron a la familia. El abuelo, que era entonces ministro de Relaciones Exteriores, pidió al Presidente de la República que accediera a que Arrau diera un concierto en La Moneda, lo que fue aceptado. La ejecución terminó con grandes aplausos. Tan notable era ya de niño, que mi el abuelo pidió al Presidente de la República que accediera otorgarle una beca para que estudiara en Alemania, donde vivió gran parte de su juventud -incluso todo el período de fines de la Segunda Guerra Mundial- y transformarse después en uno de los mayores talentos de su época.

Yo quise repetir la obra del abuelo. Cuando era ministro, Sylvia, mi esposa, llevó a casa a Roberto Bravo por recomendación de la gran profesora de piano Elena Weiss, muy amiga nuestra. Quedamos impresionados con su talento y lo nombré adicto cultural en Polonia, donde terminó con éxito su ciclo de estudios y pidió ser nombrado en Moscú, porque ahí se daban cursos de gran excelencia. Se casó con una notable violinista rusa, pero no podía salir del país con ella por objeción de la dictadura soviética. Gracias a mi amistad con Andrei Gromyko, ministro de Relaciones Exteriores de la URSS, logré que se les permitiera emigrar sin dejar rehenes. Roberto ha tenido un gran éxito por su excepcional talento.

Gabriela Mistral lo llamaba "mi arcángel"

(....) Veo la imagen de Gabriela Mistral, mujer grande, de ojos lentos, moño y túnicas grandes. Mi madre la conoció como profesora de la escuela de la calle San Diego y la trajo a alojar en casa un largo tiempo. Eran muy amigas y Gabriela le dedicó un muy bello poema que está en sus publicaciones.

(...) Conmigo fue extremadamente cariñosa, cariño que me manifestó en forma muy expresiva, en las numerosas veces que la encontré en Europa. Me decía "mi arcángel". Era una mujer de gran sabiduría, que hablaba de los pueblos, de la vida y del espíritu con una profundidad que no he escuchado en ninguna otra persona. Tenía especial antipatía por España, pues ahí la habían tratado mal. En cambio, hablaba bien de Francia, quería a los italianos, admiraba a los alemanes, pero recelaba mucho de los chilenos, porque su gran nivel intelectual y fuerte personalidad no fueron bien entendidos en nuestro país.

El llanto de la madre y el hermano sacerdote

Vi llorar a mi madre al contarnos que Maximiliano (después conocido como Francisco) había ingresado al Seminario Pío Latinoamericano. Ni yo ni mis hermanos sabíamos de su vocación religiosa.

Adolescencia en el San Ignacio: Era rápido y flaco, y le decían "el liebro"

El deporte fue mi atracción permanente. Durante seis años jugué fútbol, acompañado por Sergio Livingstone en el arco. Él era interno, junto con su hermano Mario, después de que su padre enviudó (...) Mario fue mi entrenador: me llevó a ganar carreras de 100 y 400 metros, salto con garrocha y a ser campeón juvenil de tenis, en una final dramática que nunca olvidaré. Por mi rapidez y flacura me decían "El liebro".

La "lógica implacable" del Padre Hurtado

(... ) Si bien en mi curso cuatro amigos tuvieron vocación, yo no, aunque tengo la impresión de que algunos superiores alimentaron esa esperanza que, al no cumplirse, me hicieron perder algunos puntos de estimación.

Duro es decirlo, peor es sentirlo, pero sería injusto no contarlo.

(...) Quien revolucionó el colegio por su personalidad, su jovialidad, su encanto persuasivo y su intensa piedad fue el padre, hoy santo, Alberto Hurtado. Desde el principio me produjo una fuerte impresión: alegre y sonriente, siempre me invitaba a conversar. Sus retiros espirituales eran impresionantes. Seguían la lógica creada por San Ignacio, pero expuesta por él, quien no admitía contradicciones ya que su lógica era implacable.

"Mitad águila mitad ratón"

Mi madre era el centro de un círculo de estudios sobre temas filosóficos y religiosos, en el cual recuerdo como importante al profesor Arturo Piga, maestro y filósofo de gran categoría; a doña Juana Quindos de Montalva, grafóloga que analizaba la personalidad mirando sólo la letra de las personas, y que a mí me dijo que era mitad águila y mitad ratón.

Jaime Eyzaguirre, "el más brillante de todos"

Para mí, la Universidad Católica fue una continuación del aprendizaje que tuve en mi casa y en el colegio. Ingresé a Derecho el año 1938 pagando cinco pesos de matrícula y recibí lecciones de algunos profesores muy buenos, y otros menos que regular. Entre los primeros figuraban Jaime Eyzaguirre, el más brillante de todos los que conocí allí; era culto, simpático, gracioso, muy hispanista: decía que fue un error independizarse de España, pues ahora seríamos un gran imperio unido.

La Falange Nacional y sus fundadores

Si Jaime Castillo era la conciencia y Bernardo Leighton era el corazón, la visión política de más largo alcance la tenía Eduardo Frei, con su gran habilidad política y altura intelectual, la que alimentaba con su asombrosa capacidad de leer todo lo interesante y de ampliar progresivamente la esfera de sus amigos de Chile y el exterior, a quienes quería y escuchaba. Desde que lo conocí me expresó una amistad que fue muy útil en mi formación; él me ayudó y proyectó en una actividad pública que yo no había soñado abordar.

Sylvia Soublette, igualita a Greta Garbo

Con Juan Orrego Salas, director del coro de la universidad del cual yo era presidente, invitamos a Santiago a Sylvia Soublette Assmussen, cantante y directora del coro de la U. Católica de Valparaíso. Llegó puntual a un ensayo. Mientras cantaba la miré y la encontré preciosa y alegre. Me di cuenta de que no me rehuía la mirada. Fue un flechazo. Dice ella que le gustó mi voz de barítono. La invité a tomar té al Hotel Carrera. Usaba un gorro de piel que le quedaba tan admirablemente que me recordó a Greta Garbo en "Ana Karenina". Lo que se inició entonces, hace 64 años, ha sido lo mejor de mi vida.

Con mi futuro cuñado Alfonso Letelier y mis hermanas Margarita y Blanca formamos el cuarteto Letelier-Valdés, que recorrió varias ciudades de Chile dando conciertos en el Municipal, grabando discos, especializándose particularmente de Debussy, Ravel, Paulaine, Faure y otros. Canté incluso en solos, varias veces, La Pasión según San Mateo, de Juan Sebastián Bach, con Sylvia de soprano, Margarita de contralto, Javier Rast de tenor y yo como barítono. También interpretamos con éxito el Réquiem de Mozart.

¡Una estatua para Arturo Matte Larraín!

En el complejo manejo social era ayudado por Arturo Matte Larraín, presidente de la CAP, hombre admirable al cual le he rendido homenaje desde el primer momento, porque no he conocido otro empresario más talentoso, profundo y con más sentido del humor. (...) Tenía un hondo conocimiento de la filosofía. Con él viajaba a menudo a Huachipato en tren, y ahí aprovechaba para hablarme de filosofía con una enorme naturalidad. Era descuidado en el vestir -normalmente llevaba la corbata torcida y los zapatos sucios-, pero poseía una gran inteligencia y un enorme conocimiento de la sicología chilena. Hasta hoy lamento que no haya alcanzado la Presidencia de la República, por la cual luchó sin éxito. (...) Un hombre que perteneció a un Chile democrático y que merece una estatua.

Su dura crítica al estado actual de la política exterior

No me es fácil escribir lo que fue mi extensa labor en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Tomé entonces, con un profundo entusiasmo y apoyado por excelentes colaboradores, una importante decisión: dedicarme completamente a la política exterior. Hoy, casi cincuenta años después y desde la embajada de Chile en Italia, no puedo ocultar que me siento aislado dentro de un conjunto de personajes sin objetivos ni vibraciones políticas.

Los encuentros secretos entre Frei Montalva y Allende

Un sábado de octubre de 1970, pasadas las elecciones y habiendo obtenido Allende el triunfo que debía ratificar el Congreso Pleno, la familia de Valdés salió de Santiago y él quedó solo en su casa con su empleada Rosa, su perro y su loro.

Inesperadamente tocaron a su puerta. Era Max Marambio, amigo y jefe de seguridad de Salvador Allende, quien le dijo que el recién elegido Presidente quería verlo con urgencia.

Allende tenía miedo de que lo mataran los mismos que asesinaron a Schneider

Al poco rato llegó Allende en auto y le dijo:

-Usted es la primera persona de su partido que veo después de Tomic, porque le tengo confianza y nos conocemos desde tanto tiempo. Le quiero contar lo que me pasa y el riesgo que corro.

Enseguida, le relató que lo querían matar los mismos que habían asesinado al general Schneider; que su seguridad estaba a cargo de sus amigos personales que iban armados, porque no tenía confianza en Carabineros ni en Investigaciones, donde tenía enemigos declarados.

Las diferencias entre Allende y Miguel Enríquez

En forma nerviosa, Allende le pidió que gestionara una conversación con Frei, ojalá nocturna, de manera urgente. "Lo veía tenso, cansado, pero siempre amable, con ese trato gentil que nunca abandonó. Algo había en él muy particular: era distinguido, elegante en el vestir, fino en su manera de saludar y caminar. Su gran afabilidad no correspondía con la imagen revolucionaria ni con el liderazgo de un movimiento donde la violencia era un instrumento virtuoso. Había una distancia sideral entre él y Miguel Enríquez, fundador del MIR, un joven moreno de pelo largo a quien yo había conocido en una recepción en la embajada de Cuba en Santiago, vistiendo de oscuro, sin corbata y cubierto con una manta negra. Allende era el antiguo socialista republicano y Enríquez el mito de la revolución sin destino, la encarnación del Che Guevara".

Tenso encuentro

Al día siguiente, relata Valdés, le contó a Frei de esta visita y la solicitud de una entrevista. Caminando a grandes zancadas, le respondió que la encontraba "inútil y peligrosa", porque sabía que "Allende iba a ser aplastado por la locura socialista que para él era inevitable y que, además, detrás de ella estaba el MIR, que era la expresión misma de la violencia. Finalmente, acotó que el proyecto de Allende se estrellaría con las Fuerzas Armadas".

Pero Frei aceptó la reunión, aunque puso cláusulas como que se haría siempre que Allende llegara antes que él, después de comida, y que la reunión sería breve y en secreto.

"El encuentro fue tenso. Allende saludó afectuosamente, mientras que Frei fue más frío. Primero habló Allende sobre su derecho a ser protegido, relatando las amenazas que recibía y el atentado que lo había puesto en riesgo. Exigió que a cargo de la Policía de Investigaciones se pusiera a un funcionario de su confianza y que se le brindaran las garantías que correspondían a un Presidente electo. Frei le dio algunos nombres, ante los cuales Allende respondió que no los conocía. La reunión terminó con la promesa de Frei de colocar personas de su absoluta confianza, con instrucciones de otorgar la máxima seguridad".

Tras la partida de Frei, Allende pidió a Valdés otra reunión más larga, que también se concretó en su casa.

Los presagios de Frei: el gobierno de Allende terminaría en llamas.

En este segundo encuentro, Allende inició su exposición con elocuencia y fuerza, sosteniendo que nadie podría poner en duda su legitimidad, y que su vida política, desde que fue ministro de Salud y después senador, era intachable. "Garantizó que no se saldría de la ley, que respetaría a todas las personas y sus bienes, pero que de una vez por todas cumpliría las promesas que durante varias campañas había ofrecido, ahora que le habían dado el triunfo".

La escena es descrita por Valdés como "patética", "un punto clave del proceso político que vivíamos". Allende "fue valiente, elocuente y estaba a la ofensiva". Frei "se notaba triste, contrariado y emocionado". Allende, continuó Frei, "tenía que comprender la preocupación de la sociedad chilena e internacional, de las Fuerzas Armadas y, particularmente, de la Armada, por los violentos discursos de Carlos Altamirano y muchos de sus seguidores, por los desfiles callejeros que imitaban a los de Fidel Castro, voluptuosos y agresivos, que presagiaban una revolución. Frei fue duro y elocuente: golpeaba con sus palabras".

Tomando un tono de mucha fuerza, (Frei) "le pronosticó a Allende que su gobierno terminaría con una crisis inmanejable, que la izquierda no sería capaz de mantener una posición democrática, que la penetración cubana iba a hacer indefendible a su gobierno y que tenía la convicción del fracaso que sobrevendría a la economía chilena al poco tiempo, pues el Estado carecía de capacidad para reemplazar a un sector privado fuertemente contrario a su gobierno. Le dijo que creía que la violencia se iba a hacer presente de inmediato y que, sin mayoría en el Congreso, tendría un fracaso tras otro. Mirando fijamente a Allende, le confesó que había acumulado una definitiva distancia con la izquierda socialista y que nunca había aceptado la presencia comunista en gobiernos latinoamericanos, porque terminarían ejerciendo una dictadura y contra ella estaba preparado para luchar".

"Yo estaba sentado al lado de Allende, quien varias veces me dijo al oído 'Pobre Eduardo: está triste de haber dejado la Presidencia y porque yo estoy feliz de poder hacer finalmente la revolución que he soñado' ".

La guerra que casi decreta José Toribio Merino

(En 1964) Estando un día en mi oficina recibí la visita de José Toribio Merino, Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, quien después del golpe militar de 1973 fue encumbrado como miembro de la Junta Militar. Llegó con su gorra bajo el brazo izquierdo y se introdujo con rapidez en mi oficina. Me dijo que traía una noticia importante: la flota argentina estaba deshecha. El acorazado Belgrano estaba en reparaciones y no podía moverse; otro estaba camino a Europa y los submarinos, sin uso. Me dijo que como representante de la Marina en el Ministerio de Defensa, él quería proponer la destrucción de esta flota con las fuerzas navales chilenas que estaban dispuestas a atacar y así liquidar el asunto.

Con tamaña proposición quedé espantado y le dije: "¡Pero, señor, eso es guerra!". "Sí, pero la ganamos nosotros, y eso es lo que importa", me respondió. Como quedé aturdido con su insólito plan, recorrí el Palacio de la Moneda hasta el despacho del Presidente (Eduardo Frei Montalva). Me recibió en el Salón Carrera y le conté esta escena. Él me contestó severo: "Dile que se vuelva a su oficina y que hablará con él el Ministro de Defensa". Volví para darle este mensaje. Merino se retiró sin emitir palabra.

Piloto de avión por urgencia: a punto de perder la vida en la selva boliviana

En una ocasión, volando de regreso desde Santa Cruz, pedí al piloto que en lugar de volver a La Paz fuéramos a Sucre, avisando por radio el cambio de ruta. Yo tenía un especial interés en visitar esa capital tan famosa. La respuesta fue excelente y la autoridad se disponía a recibirnos, a pesar de que la cancha de aterrizaje estaba en reparaciones y se encontraba sólo la mitad habilitada. Comenzamos a volar sobre montañas cubiertas de bosques y, en un momento, el piloto me dijo: "Ahí abajo, en la selva que usted ve, está el lugar donde detuvimos al Che Guevara". Le solicité bajar y, dando vueltas, él me mostró el lugar exacto donde se había producido un hecho tan histórico.

Cuando volvimos a ascender, vi que la aguja que indicaba la velocidad del motor izquierdo comenzaba a oscilar, deteniéndose y volviendo a subir, a la vez que se producían algunas estampidas del motor. Yo conocía bien ese avión, un Aero Commander, porque había aprendido a pilotear uno similar que era propiedad de la CAP en el que volaba semanalmente a Concepción y a Vallenar. Comencé a preocuparme, porque veía que el motor hacía explosiones, quejándose, y la aguja se movía, lo cual indicaba que en cualquier momento ese motor se detendría. Seguimos subiendo lentamente, ya que el ascenso se interrumpía cuando el motor dejaba de funcionar. Vi que el piloto estaba desconcertado, lo cual me obligó a tomar la conducción. (...) Casi certeza de que terminaría destrozado en la selva y que después se diría que caí en un avión de petró-leos bolivianos que jamás se encontró en la espesura selvática.

Preso, sin comida y finalmente salvado por el "marrón glacé"

(...) A mí me encerraron en una celda oscura de dos por tres metros cuadrados, clausurada con una puerta de fierro. Sentí que la cama estaba impregnada por un fuerte olor y el aire estaba saturado de creolina desinfectante.

(...) Me quedé pensando en mi situación tan miserable, que aumentaba por el hambre incontenible que sentía. Después, muy tarde ya, escuché por la pequeña ventanilla que daba al corredor, encima de la puerta, los fuertes gritos de una mujer que provenían del primer piso. Al poco rato de esto se volvió a abrir mi puerta, que sonaba estrepitosamente, y un guardia me entregó un paquete de marrón glacé, muy finos, que portaban una tarjeta de mi amiga Adriana Matte Alessandri, esposa de Máximo Pacheco. Ella, en un rapto típico de su generosidad y coraje, me había llevado esas exquisiteces. Los gritos eran los suyos, cuando al no ser recibida estalló en ira, vociferando para que la oyeran en toda la cárcel: "¡Soy nieta del Presidente Alessandri y le traigo comida a mi amigo Gabriel! ¡No voy a permitir que lo dejen sin comer!". Los gritos produjeron aplausos de los presos que se encontraban en el patio y consiguieron lo que sólo los Alessandri son capaces de obtener.

El Carmengate, la decepción y los "miles de votos falsos"

Tal como Valdés escribe, "con muy poco entusiasmo debo referirme al proceso político que se inició una vez ganado el plebiscito". Valdés no estaba en la dirección de la DC ni de la Concertación. La negociación con los representantes del gobierno militar fue realizada por personas que lograron algunas reformas, "pero que no pudieron obtener ciertos cambios en materias que fueron muy penosas para los que habíamos luchado por el retorno de la democracia".

Numerosos amigos le sugirieron que optara a la Presidencia de la República. "(...) Mi actuación de esos últimos diez años había sido importante (...) Reconozco que he carecido de aquellas cualidades que definen al político en el orden de las habilidades, aunque las tengo en cuanto a visión, espíritu y coraje. En fin, aparecí como presidenciable y me preocupé de que en la amplia reunión de mi partido, mi nombre sonara como candidato de este movimiento".

Sorpresa en los resultados

La reunión se realizó en un lugar de Talagante, donde hubo extensas y confusas sesiones de discusión. "Los candidatos éramos Patricio Aylwin, Eduardo Frei Ruiz-Tagle y yo. La elección fue una fatigosa jornada que duró todo el día, donde hubo almuerzo y mucho café, todo ello conversado en tono amable con los adherentes y amigos. Al anochecer, cuando los escrutinios fueron entregados, sorpresivamente los resultados fueron favorables para Patricio Aylwin. Yo quedé en segundo lugar y Eduardo Frei en tercero".

A partir de ese momento, relata Valdés, se formó una batahola: algunos militantes, molestos, comenzaron a reclamar acusando al sector ganador por los resultados y se creó una gran frustración. "La tensión llegó a tal extremo, que Radomiro Tomic, a quien todos respetábamos, me dijo desesperado: 'Esta confusión debe terminar. Debes proclamar a Patricio Aylwin'. Sobreponiéndome a las emociones, así lo hice: subí al escenario con la mejor cara y lo proclamé".

"De esa asamblea me fui con pesadumbre (...) Después de llegar a mi casa, paulatinamente se presentaron cerca de cien personas que me querían acompañar y que traían la información verificada de que varios miles de votos habían sido falsos. Recordé entonces que, poco antes de la elección, un amigo me había comentado una situación curiosa: él había ingresado a la sede del partido, en calle Carmen Nº 8, a buscar unos papeles y había visto a unas personas manipulando sigilosamente las urnas que se usarían para la elección. Yo no le había dado mayor importancia a ese relato, pero la historia se ha encargado de demostrar su veracidad. La sola evocación de esos días me ensombrece la visión sobre el ejercicio de la política, porque sufrí un atropello que quedó condensado en el hito político más controvertido de este período, conocido como el Carmengate".

"(...) Después de un tiempo, algunos amigos me han traído pruebas de la existencia real de aquellos miles de votos de gente que no existía".

Tensos encuentros con Pinochet

Gabriel Valdés recuerda que conoció a Augusto Pinochet en Arica, a los pies del Morro, cuando él era coronel. En esa ocasión, lo consideró "un hombre simple, formal y sin carrera. Muchos años más tarde me di cuenta de que el senador Raúl Ampuero, presidente de la Comisión del Senado, había aceptado ascenderlo a general sin percatar sus nefastas capacidades".

Invitado a la fuerza

"Pocos días después de asumido el Presidente Aylwin, en el Senado decidimos que era bueno reconstruir la relación entre esa institución y las Fuerzas Armadas. Para ello invité a almorzar a los comandantes en jefe, bajo la condición de que Pinochet no asistiera. Grande fue mi sorpresa cuando al momento de sentarnos a la mesa, apareció este señor. Debimos incorporarlo".

"Lo yanqui no sirve"

Lo volvió a ver el mismo año 1991, en la Parada Militar. "Allí le expresé mi extrañeza al ver que el desfile lo iniciaba Carabineros (...) Como parte del Cuerpo de Carabineros desfilaron centenares de mujeres con zapatos café y movimientos armoniosos y femeninos. Cuando le tocó el turno al Ejército, vi que las mujeres de esa institución usaban zapatos negros y los brazos los mantenían pegados a las caderas. Le hice presente a mi vecino (Pinochet) que admiraba la compostura femenina de las carabineras, pero no la rigidez de las mujeres soldados, que estimaba afrentosa para ellas. Con cierto enojo, me contestó: 'Los carabineros desfilan por exigencia de Mendocita'. Yo le respondí '¿Y usted le hizo caso?', y me dijo: 'Las mujeres son soldados y tienen que actuar como tales, y no sé por qué usted prefiere los zapatos café' ".

"En el desfile siguiente me preguntó si me dolían las piernas. Le contesté que no. Me dijo que había que cuidar las piernas cuando se estaba de pie. Y añadió: 'Yo uso medias elásticas francesas, porque las americanas no sirven para nada, como todo lo yanqui'.

"Dictador"

"La tercera vez que coincidimos fue en el coctel que se ofrecía después de la Parada Militar en la mansión de Lo Curro, que él mandó construir pensando en usarla como casa presidencial. Ahí comenzó a acusar de comunistas a los periodistas y fotógrafos que ejercían su trabajo. Me trató en forma ruda y yo sólo le contesté: 'Dictador'. Se quedó callado. Posteriormente le reclamó al Presidente Frei porque le había faltado el respeto. Frei me llamó a través de su edecán y me dijo que Pinochet estaba enojado conmigo. Le contesté que no lo había ofendido, pero sí le había recordado su condición de dictador, y que él, como número uno en autoridad, me había mandado a la cárcel. Pero ahora yo era el número dos y él era un subordinado y, como tal, debía reconocerlo y respetarme".

Pisco sour y un comunista para la reina

El primer día de la Reina Isabel II en Santiago ofrecí un almuerzo en el jardín de mi casa en Lo Barnechea. Como invitados de honor asistieron el presidente del Senado, Salvador Allende, y un número importante de senadores, diputados y ministros de Estado. La música escogida para la ocasión fue chilena, con guitarras y arpas. Una vez terminado el almuerzo, la reina me dijo: "Hay aquí un senador comunista. Me gustaría conocerlo, porque nunca he saludado a un comunista". Hablé con el senador Volodia Teitelboim para presentarle a la reina, lo que él aceptó de inmediato. El encuentro fue cerca de unos árboles, que formaban un pequeño bosque. Allí, en forma muy gentil, el senador saludó a la reina, quien lo miró con gran curiosidad.

El príncipe, el protocolo y el chal

(...) Bajamos en el ascensor hasta el hall del hotel, subimos a los coches y escuchamos nuestra Canción Nacional en la Alameda, a los pies del monumento a Bernardo O'Higgins. Un pequeño incidente se produjo en el matrimonio real, cuando el duque avanzó para colocar la corona y ella no lo acompañó, porque aún faltaban algunos compases de la música para cumplir el protocolo. Yo estaba a su lado y escuché las palabras de censura de ella.

Al tomar nuevamente el coche lo hicimos por orden de subida: primero fue el almirante, luego el duque, después yo y, finalmente, la reina. En ese momento ella me quitó el chal escocés sobre el que yo estaba sentado y se lo puso sobre sus piernas, a pesar de que hacía calor. Me dirigió la mirada y a modo de disculpas me explicó que así impedía que se repitiera la osadía de un periodista inglés que la había fotografiado desde abajo, cuando ella estaba sentándose en el coche.

La "insolencia" de Felipe de Edimburgo y la tranquilidad social de fines de los '60

Visitamos la Corte Suprema y el Congreso Pleno. Aquí leyó un discurso de gran categoría política, citando a un político inglés que había dicho que todos los sistemas políticos eran malos, pero que el democrático era el menos malo. Partimos a Valparaíso donde la esperaba un tumulto de gente que con admiración la aplaudió y vulneró los controles de la policía que habíamos preparado. Yo la esperaba en Pucón, donde llegó con su comitiva en un pequeño avión de LAN Chile. Alojamos en el Hotel Antumalal y tomamos un aperitivo frente al lago Villarrica, desde un jardín precioso que tenía una vista espectacular. Sylvia (Soublette) tuvo un pequeño altercado con el duque, porque éste se molestó cuando observó que por el lago transitaban dos lanchas de Carabineros. La defensa que hizo Sylvia de nuestro cuerpo policial fue la que realiza una francesa frente a la insolencia de un inglés. A la reina le gustó mucho el pisco sour, deleitándose con dos grandes copas de él.

(Recordando esa escena hoy día, compruebo que en esa época la tranquilidad social era de tal naturaleza que no vi entonces a ningún policía o guardia protegiendo a la reina, porque bastaban su alegre presencia y sus afectuosos saludos. Hoy, esto sería imposible. Tal impacto y afecto despertó su visita, que en el Estadio Nacional se presentó en su honor la obra de Oscar Wilde "El príncipe feliz").

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