lunes, noviembre 24, 2008

Farkas for President. Patricio Navias.


La irrupción de Leonardo Farkas en la arena de los presidenciables habla mucho más de las debilidades de los políticos chilenos que de las fortalezas de este pintoresco empresario.
Ayudado por bulliciosas apariciones públicas, donde reparte dinero a granel, Farkas se ha convertido en un objeto favorito de la farándula. Ya que muchos políticos ya han hecho cualquier cosa para lograr algunos segundos en televisión y portadas de diarios, mucha gente ahora pudiera creer que es normal que alguien haga el trayecto opuesto desde la farándula a la política.
Más que empresario, Farkas es más bien un bon vivant. No aparece en las páginas de negocios. Lo suyo está más en el espectáculo que en una vida de iniciativas emprendedoras que han generado riqueza y empleo. Es mucho más Paris Hilton, la polémica heredera de una fortuna empresaria hotelera, que Bill Gates, el fundador de Microsoft.
Aparentemente, Farkas pareciera querer ser filántropo. Pero en vez de establecer una fundación que entregue dinero en forma metódica y ordenada, Farkas regala billetes de forma pomposa e ineficiente. Esa dadivosidad requiere que la gente se convierta en limosneros ansiosos de ser beneficiarios de su discrecionalidad. La permanente presencia de cámaras convierte al rubio empresario en un showman y a sus improvisados mendigos en actores secundarios de un lamentable circo que sólo subraya las profundas desigualdades de nuestra sociedad.
Nadie se molesta en saber las posiciones políticas de Farkas. Por ejemplo, qué piensa sobre la reforma educacional, el Transantiago, la reforma electoral, el Plan Auge o la Ley de Presupuesto. En la encuesta de La Tercera, un 20% lo define como de izquierda. Otro 20% no sabe. Igual cantidad lo asocia con el centro. El doble de personas lo identifica con la derecha.
Es probable que nadie piense seriamente en votar por Farkas para Presidente. Después de todo, su grupo de apoyo en Facebook es un buen chiste, pero un chiste al fin. En circunstancias normales, Farkas sería la combinación perfecta entre showman y un improvisado filántropo. Pero la seriedad con que algunos se toman sus aparentes aspiraciones presidenciales refleja lo desacreditada que está hoy la política. Si los políticos se las dan de showmen, por qué no escoger de presidente entonces a un payaso de verdad.
Cuando cree que los médicos no saben curar enfermedades, la gente termina visitando a un chamán. La irrupción de Farkas es síntoma de la crisis profunda de nuestra elite política. Mucho más que incrédulas sonrisas, sus aspiraciones presidenciales debieran ser una clara advertencia de las turbulencias que se aproximan en la ruta de la democracia chilena.

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