miércoles, abril 25, 2007

La ideología del lucro... María Elena Andonie.

Da para concluir que la prioridad de la derecha chilena no es el bien común ni la justicia social, sino autoperpetuar sus privilegios.
El lucro se define como “ganancia o provecho que se obtiene de algo, especialmente de un negocio”. Educar significa “perfeccionar las facultades intelectuales, morales y cognitivas de una persona”. Esto hace dudar del término “mala calidad” educativa. Ya que si la enseñanza es “mala”, no es educación. Demás está recordar que éste es un derecho fundamental y, por tanto, debiera ser gratuita y buena para todos. Pero en Chile la educación, como muchos otros ámbitos, tiene algo peculiar. Se ha instaurado en el imaginario colectivo que para que sea “de calidad” debe ser pagada. Y muy bien. Digámoslo sin rodeo. La educación ha pasado a ser un gran negocio y un gran privilegio. El alumno es un cliente. El lucro parece ser lo único que motivaría y aseguraría la eficacia de este derecho. Sin negocio, no hay educación.
De ahí que para el 90% de los niños y jóvenes chilenos ese derecho bien otorgado sea prácticamente inalcanzable. Y para no más del 10% privilegiado que acude a la educación particular pagada, no constituya problema. No es difícil comprender por qué esa elite política y económica siente un rechazo visceral a poner término al lucro en la enseñanza. Amenaza sus privilegios. El tema es defender el modelo de libre mercado que los perpetúa en el poder político-económico. Se explica así también la fobia que les genera el fin de la “selección” de alumnos o la no discriminación por el miedo al menor atisbo de “mezclarse” con los pobres.
La derecha que hace poco apareció apoyando a los “pingüinos” que demandaban el cambio de la LOCE, la misma que emplazaba a la Presidenta y la culpaba por la educación de “mala calidad”, entró en pánico con el proyecto de Ley General de Educación. La posible intervención del Estado y el fin del lucro la indujo a una “campaña del terror”. Hemos escuchado que es un “desastre universal”, la “ideologización de la educación”, “la iniciativa de mayor gravedad de Bachelet”, “atentado a la libertad de enseñanza”, “expropiación”, “lucha de clases”. También que “Bachelet está gobernando con el “libro rojo de Mao Zedong”, que estamos retornando a la ENU del Gobierno de Allende. Y para rematar, que “este Gobierno tiene bien merecido su desprestigio internacional”.
¿Acaso esta elite no sabe que en los países más desarrollados (Finlandia, Japón, Australia, Suecia, Corea del Sur y muchos más) la educación es del más alto nivel y es completamente estatal, sin fines de lucro? ¿Que los adultos que quieren estudiar en la universidad son subsidiados por el Estado para que estudien con la tranquilidad que se merece cada ser humano? ¿Cuál es el problema de la injerencia estatal si se está velando por un derecho? ¿Qué importa el color -rojo, verde o azul- de la tendencia política si estamos hablando del bien común? ¿Por qué no se atreven a emplazar a esas naciones y hacer el mismo “reality show” que en Chile? Quizás porque ante la evidencia de que son un modelo de desarrollo y bienestar, saben que serían ridiculizados por todo el mundo. Da para concluir que la prioridad de la derecha chilena no es el bien común ni la justicia social, sino autoperpetuar sus privilegios mediante la “ideología del lucro”. Según ésta, nadie podría emprender actividad alguna si no está basada en la ganancia o el beneficio económico. Tal dogma instala un materialismo puro, negando la vocación. Eso que nos impele a las acciones más nobles sin otro interés que servir y hacer el bien.
Lo más grave es cómo los traumas del pasado no han sido superados ni en un lado ni en otro. El Gobierno se asusta pronto ante las escandaleras de la derecha, (así como de los grupos económicos con el royalty) y comienza a “disculparse”. Retrocede en lo poco y nada que se puede avanzar por el pánico a ser tildado de “socialista antiguo” o de “rojo”.
Tanto a la derecha -que erige templos muy costosos a Dios-, como a la izquierda -que aún se indigna con la injusticia-, cabe recordar la terminología de San Alberto Hurtado. Sin ningún complejo con Marx, en sus clamores por justicia con los más pobres hablaba de “el proletariado”, advertía sobre la “lucha de clases” y reclamaba “participación de los obreros en la propiedad y en los beneficios económicos de sus patrones”. Más actuales son las expresiones de Benedicto XVI en su reciente libro “Jesús de Nazaret”. Sin temor asegura que las naciones más ricas han “expoliado y saqueado material y espiritualmente a sus hermanos pobres”. Habla sobre el concepto de “alienación” asegurando que “Karl Marx entregó una clara imagen del hombre que ha caído víctima de los malhechores”. Y constata que a los países más pobres “en lugar de ofrecerles a Dios, les hemos traído el cinismo de un mundo sin Dios en donde sólo cuentan el poder y la ganancia”. ¿Acaso alguien sensato se atrevería a decir que San Alberto Hurtado o el Papa son comunistas o “rojos”? No. Porque ambos se refieren a una verdad irrebatible. A un mundo materialista, sin valores. En el cual el interés de muchos por construir un planeta justo y solidario está aplastado por el imperio de la ideología del lucro.