LA PRIMARIZACIÓN DE LA POLÍTICA. Nicolás Mena Letelier
Con
cierta periodicidad, en nuestra sociedad, más específicamente entre aquellos
que hacen de la política un oficio, se instalan ideas o conceptos que con mucha
liviandad generan grandes consensos, no obstante los evidentes perjuicios que
su implementación puede llegar a ocasionar.
Tras
la primera vuelta de la elección presidencial pasada, Marco Enríquez Ominami
instaló la idea de que en este país la política sería de mejor calidad si
transitábamos desde el voto obligatorio al voluntario. Increíblemente, varios
políticos del llamado “mundo progresista”, adscribieron a esta tesis liberal
sin ninguna reflexión madura al respecto. En muy pocos días, de forma
apresurada, sin tomar en cuenta la opinión del mundo académico y ante la
desesperación por la eventualidad de una derrota presidencial, se logró un
amplio consenso para modificar el artículo 15 de la Constitución y para
transformar el sistema de inscripción en los registros electorales de
voluntario en automático, materializando la reforma al sistema de votación más
relevante desde el fin del voto censitario y la incorporación del derecho a
voto de la mujer.
El
voto voluntario tuvo su debut en la última elección municipal, y más allá de
las opiniones de algunos liberales fanáticos, la mayor parte del mundo político
e incluso de quienes votaron a favor de esta reforma, hoy están contestes en
que el resultado fue un desastre. El dato duro es que tenemos Alcaldes y
Concejales cuya legitimidad se encuentra sustentada por minorías, si se toma en
consideración el total de habilitados para sufragar. Es decir, en vez de
transitar a un sistema en que las autoridades representen a más ciudadanos,
generamos el efecto contrario. Esto, en ningún sistema democrático es bueno y a
la larga puede generar grandes trastornos en nuestro sistema de representación-
Ahora
estamos asistiendo a la entronización de otro nuevo fetiche, que como el
anterior, obedece a tendencias sin atacar al fondo del problema de la
deslegitimación del sistema político. Me refiero a las primarias.
Estas
son un mecanismo institucionalizado en Estados Unidos y están íntimamente
ligadas a la tradición política norteamericana. Sus promotores las presentan en
Chile como un mecanismo que nos va a permitir tener candidaturas más
representativas y validadas por la ciudadanía, atenuando el pernicioso efecto
del sistema electoral binominal y corrigiendo las arbitrariedades en la toma de
decisiones de los partidos políticos. En la Concertación ya tienen trayectoria,
fueron utilizadas bajo distintos sistemas para la selección del candidato
presidencial en 1993, 1999 y 2009, y en la derecha, debutarán próximamente
conjuntamente con la implementación de una ley que las institucionaliza.
Entrando
al fondo del asunto, tenemos que decir que en la política moderna se conocen tres
sistemas para seleccionar candidaturas: la negociación política, los
instrumentos de selección como las encuestas o focus groups, y las primarias.
Todos estos sistemas son legítimos, todos tienes sus costos y beneficios, y
algunos pueden ser más útiles que otros para la consecución de los fines que se
han propuesto los partidos políticos. Pero en ningún caso existe un mecanismo
que utilizado como fin en sí mismo permita corregir las fallas del sistema
político y menos aún, erigirse como método dotado de una autoridad moral que lo
haga más legítimo y democrático que los otros.
Las
primarias voluntarias – no pueden ser de otro modo – se justifican cuando
dentro de un Partido Político o una agrupación de estos, existen liderazgos de
mucha representatividad o apoyo popular
que hace muy difícil la selección del candidato. De no estar motivadas por este
propósito, las primarias persiguen objetivos de tipo político y no de
selección.
Esto
último es lo que se ha vendió dando el último tiempo en nuestro país. Las
primarias se han constituido en un procedimiento que se justifica, no como
mecanismo de selección de liderazgos o contraste de ideas, sino que como “rito
político”.
A
mi juicio, esto constituye un exceso que denota falta de liderazgo y visión de
los principales actores políticos. En un sistema democrático estructurado en
base a partidos políticos, son estos los llamados a promover liderazgos y
zanjar candidaturas. La principal consecuencia de esta “primarización” de la
política, es que los partidos se desligan de una función consustancial a su
esencia, cual es la selección de candidaturas, transitando a un modelo
desvirtuado de democracia directa, en donde no existe ningún sistema de filtro
ni de promoción que permita darles coherencias a los liderazgos. De esta forma,
los partidos pierden parte importante de su razón de existir y se termina
traspasando a la ciudadanía la selección de las candidaturas.
Con
esto, se distorsiona completamente el sistema democrático en base a partidos
políticos. Por de pronto, es una falacia el que las primarias sean un mecanismo
que se justifique siempre - cualquiera sea el contexto y la realidad política
-, y que éstas sean garantía de legitimidad ciudadana. La práctica indica que
en muchos casos las candidaturas vencedoras en las elecciones primarias son
aquellas que cuentan con una mayor red clientelar, con mayor capacidad de
movilización de sus adherentes y principalmente con más recursos, en un
universo extremadamente reducido de participación, en donde no vota más del 2% o
3 % del padrón, quitándole toda representatividad al resultado. No se eligen a
los mejores candidatos, sino a quienes mejores conocen y articulan la
“maquina”.
Pero
lo más grave es que esta instauración de las primarias presentadas como panacea
puede terminar por postergar indefinidamente la solución a los problemas
endémicos del sistema democrático instaurado en la Constitución de 1980,
principalmente el referente al sistema electoral que impide la competencia y
perpetúa el empate entre dos bloques. Las razones para optar a ojos cerrados
por las primarias, varían dependiendo del sector político de que se trate. En
el caso de la Concertación, este
conglomerado está rehén de este mecanismo más que nada por un complejo de culpa
que se instaló tras el desastre de las primarias del 2009. En la derecha en
cambio, se las ve como un mal menor, ya que estableciéndolas como un sistema
institucionalizado se deja tranquilos a quienes bogan por mayor competitividad,
manteniendo incólume el sistema electoral binominal bajo el pretexto de que
éste será más atenuado. En resumen, todo sigue igual.
Así
entonces, una vez más se vuelven a prorrogar las verdaderas reformas de fondo
que nuestro sistema político requiere para mejorar su calidad y
representatividad, las que a mi juicio son esencialmente tres: el cambio del
sistema binominal por uno proporcional, el financiamiento público permanente de
los partidos políticos, y restablecer el sistema de voto obligatorio
manteniendo la inscripción automática en los registros electorales. A ello se
suman otras reformas complementarias, como el voto de los chilenos residentes
en el extranjero, una nueva ley de Partidos Políticos que haga exigible una
verdadera democracia interna en estos, y la introducción urgente de educación
cívica como asignatura obligatoria en los colegios. Sin la implementación de
estas medidas, nuestra democracia seguirá enferma, con baja participación y
poca legitimidad, no obstante se seleccionen las candidaturas a Presidente de
Junta de Vecinos mediante primarias.
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