lunes, noviembre 19, 2012

Espejito, espejito.Andres Rojo Torrealba



Es normal que en la profesión de político se encuentren personas con una fuerte confianza en sí mismos.  El ego es necesario para desempeñarse con éxito en una actividad en la que, más que en otras áreas, se sufren embates de terceros y se deban enfrentar fracasos y frustraciones.    Un individuo con una personalidad débil o inseguro de sí mismo sería un desastre y terminaría pronto retirándose con la cola entre las piernas y con serios cuestionamientos sobre sus habilidades y talentos.

            Sin embargo, se requiere al mismo tiempo desarrollar una fuerte capacidad de empatía con los demás.  Si se trata de representar a la ciudadanía, lo mínimo es entender a las personas, comprender sus preocupaciones y tratar sinceramente de mejorar sus condiciones de vida, y más con los medios actuales de comunicación en que cualquier error es reproducido hasta el hartazgo (es cosa de recordar a Nicolás Sarkozy, cuando a pocos días de las elecciones que perdió y se encontraba saludando a un grupo de gente se sacó el reloj de pulsera que llevaba para guardarlo).


            Como dice el dicho, no sólo hay que serlo sino también parecerlo y en estos tiempos lo que se pide de los políticos es que conozcan y representen lo que quiere la gente.   Los personajes mesiánicos que se dignan a descender del Olimpo para hacer el servicio de acceder a “lo que la gente les pide” no son los más apropiados para el momento.

            Para muchos resulta difícil comprender que no resulta admisible el mensaje de “Yo sé lo que el país quiere”, que casi quiere decir que todos los demás son unos perfectos idiotas.   Los Mesías no encajan en un mundo en el que la gran mayoría está mucho mejor informada que en el pasado y tiene, por lo tanto, una opinión propia y además tiene ese curioso afán de ser respetados y tomados en consideración.

            De esta forma, el que se la pasa por la vida como la madrastra de Blancanieves, mirándose al espejo y diciéndose “espejito, espejito, ¿quién es el mejor? (ya que sería excesivamente narcisista preguntar quién es el más bonito), tiene todo lo que no debe tener un político: Una obsesión por adorarse a sí mismo por encima de los demás y sobrevalorarse en contra de las circunstancias que indican que el electorado prefiere a la gente normal, a lo que son como uno y, sobre todo, humildes y sinceros.

            Este tipo de conductas parece estar observándose en estos días de candidatos, que hacen declaraciones rimbombantes y floridas que, como corresponde a un diseño “políticamente correcto”, suelen no tener ningún significado específico o redundar en obviedades.