Las
señales de ingobernabilidad que está entregando la administración del
Presidente Piñera amenazan con hacerse cada vez más dañinas para la convivencia
democrática.
Se
desatan protestas y marchas en regiones y la capital, por las más diversas
causas, y en ellas se inmiscuyen junto con personas que legítimamente expresan
sus demandas, actores violentos y agresivos, ya sea por intereses ocultos o
porque no conocen otra forma manifestarse.
El
Gobierno parece no darse cuenta que enfrenta a un desafío político mayor: ser
capaz de interpretar el sentir mayoritario, conducir las demandas hacia un proceso
constructivo introduciendo cambios en una sociedad cuyo principal problema es
la desigualdad indecente y cuyos integrantes parecen agotados y exigentes. Todo
ello resguardando los avances registrados en paz social, prosperidad y acceso
creciente a bienes y servicios.
Algunos
sectores de Gobierno creen que no cuentan con el apoyo ciudadano por causas
francamente ridículas.
Se
han mencionado las acciones interesadas del Partido Comunista -otorgándole a
este partido un poder que claramente no tiene-, la existencia de financiamiento
internacional para articular protestas e incluso que parte importante de los
chilenos “simplemente la odiosidad la llevan en el alma”, como dijo el
Presidente.
Con
tal error de diagnóstico, no es extraño que la conflictividad se instale
incluso dentro de la alianza de gobierno y llegue al interior de La Moneda.
Esto agrega incertidumbre respecto de la gobernabilidad en los próximos dos
años.
En
los últimos días en el gobierno se han instalado visiones contrapuestas (por no
decir antagónicas) en lo relativo a la reforma tributaria, al aborto
terapéutico y a la forma en que se ha enfrentado las demandas regionalistas en
Aysén.
Esto
último implica, por cierto, visiones diversas respecto de cómo enfrentar
futuras demandas sociales, tema en el cual el Gobierno ha sido particularmente
errático y ha transitado desde el populismo casi chabacano en el caso de la
central hidroeléctrica de Castilla hasta el autoritarismo más rancio en el caso
de Aysén, pasando por una amplia gama de grises.
Sin
nada de aquello resuelto y sin dar señal alguna de que su administración está
leyendo adecuadamente la envergadura del desafío que tiene por delante, el
Presidente Piñera ha iniciado una extensa gira de 15 días por Asia, dejando al
ministro del Interior como Vicepresidente de la República.
¿Y
ahora, quién podrá gobernarnos?, parece una pregunta correcta.
Quizás
no es mala idea que florezcan los precandidatos presidenciales, especialmente
en la Concertación.
Personas
como Ximena Rincón, Claudio Orrego y Ricardo Lagos Weber pueden dar impulsos
adecuados a las candidaturas municipales de la oposición y al mismo tiempo
recordar a todos que por errático y confundido que esté el Gobierno, lo peor
que podría pasarle a nuestra sociedad es comenzar a pensar en soluciones extra
institucionales, ante un Gobierno que nadie sabe cómo podrá terminar su
mandato.
A
fines del año pasado me contaba entre aquellos que creía que el camino del
Gobierno del Presidente Piñera estaba lleno de oportunidades para remontar e
instalar a uno de los suyos en La Moneda el 2014.
En
este otoño que comienza creo que la principal labor de todos es ayudar a que
lleguemos a la próxima presidencial con un sistema político que sea capaz de
sostener la institucionalidad del país.
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