La mantequilla del pan. Jorge Navarrete P.
La idea de resolver el debate educacional a través de un plebiscito generó reparos en un variado elenco de dirigentes, columnistas y otros líderes de opinión. En efecto, se objetó dicho instrumento por ser contrario a la democracia representativa, populista e imposible de materializar en la práctica.
Mi impresión es que se confunden dos cosas distintas. Una, de largo aliento y con carácter normativo, tiene que ver con discutir cómo y en qué condiciones es razonable introducir el mecanismo del referéndum como complemento a los tradicionales sistemas de representación política. Otra distinta, de naturaleza coyuntural y táctica, es interrogarse por cuán idóneo resulta el plebiscito para resolver este específico debate.
Sostener que la democracia representativa es incompatible con la posibilidad de que los ciudadanos decidan directamente sobre algunas cuestiones de política pública es un juicio académicamente desinformado y que, además, desconoce la evidencia empírica. Así, por ejemplo, países con una larga y vasta tradición democrática, pienso en Estados Unidos, Canadá, Italia, Australia o Dinamarca, contemplan este tipo de instrumento.
Ni ahí, ni en ninguna otra democracia, los promotores del referéndum han querido abolir el sistema representativo, sino más bien han entendido que los mecanismos de consulta directa complementan, enriquecen y colaboran con las instancias que intermedian entre el poder formal y los ciudadanos. Sostener lo contrario es tan ridículo como creer que por untar el pan con mantequilla, terminaremos por prescindir del pan. Lo que en realidad sucede, para seguir con la metáfora, es que la mantequilla le da un mejor y especial sabor al pan, pero nadie podría pensar que corremos el peligro de sólo terminar desayunando mantequilla.
De igual modo, el peyorativo y cada vez más frecuente uso de la expresión "populismo" denota cierto paternalismo político, como si sólo una pequeña porción de los ciudadanos estuviera siempre en mejor posición de entender y decidir qué es mejor para la mayoría. Siguiendo la misma lógica de la derecha y las "razones técnicas" -una aséptica forma de oscurecer posiciones ideológicas- lo que nuevamente se evidencia es la escasa confianza que las elites tienen en las mayorías ciudadanas. ¿Por qué podría ser más razonable preguntarles a los vecinos por un parque en su comuna y no por la educación de sus hijos?
Dicho todo lo anterior, por supuesto que existen dificultades para resolver el problema educacional mediante un plebiscito. La más bullada se refiere a la forma y extensión de lo que se pregunta. Se trata de un desafío mayúsculo. Sería bueno recordar el acometido en 1989, cuando se le consultó a la ciudadanía por 54 reformas constitucionales.
Es deber y responsabilidad del Ejecutivo y el Congreso diseñar una fórmula que permita el pronunciamiento de los ciudadanos. De hecho, un expediente semejante equilibraría bien los desafíos de la democracia representativa con los mecanismos de consulta directa, devolviendo legitimidad a nuestra clase política y, de paso, daría una salida institucional a quienes están tan preocupados por la salud de nuestra democracia.
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