¿Y SI USTED FUERA PRESIDENTE?. Andres Rojo.
¿Si usted fuera Presidente de la República, un tipo con fama de inteligente y exitoso, pero no le resultan las cosas y en un solo año pasa de la gloria mundial por el rescate de 33 mineros atrapados a 700 metros bajo tierra a la crítica también mundial por el rechazo ciudadano, no estaría deprimido?
Si sus principales proyectos, promesas que le ganaron importantes votos para ser electo, pasan sin pena ni gloria porque al mismo tiempo decenas de miles de personas salen a la calle a protestar por problemas que han permanecido sin solución por años pero reclaman para que sea usted el que les de una solución que piden que sea inmediata aunque vaya en contra de su propio pensamiento. ¿No estaría deprimido? ¿No pensaría acaso que cometió un error con querer ser Presidente para encontrarse con tantos obstáculos e ingratitudes?
Si sus propios partidos no concurren a la ceremonia en la que firma el proyecto de ley para establecer el Acuerdo de Vida en Común, que es sin duda un profundo paso en la modernización de la sociedad, en el reconocimiento de los derechos de todas las personas, en la erradicación de la discriminación, acogiendo incluso los reparos de quienes no quieren que se hable de matrimonio gay, ¿no sentiría la tentación de mandar a paseo a sus partidarios aunque se quede sin nadie que lo respalde?
Hace un año se paseaba repartiendo por el mundo pedazos de piedra de los mineros. Hoy los editoriales de los mismos países que ayer lo ensalzaron, lo cubren de recomendaciones sobre lo que debería hacer, insistiendo sobre todo en lo mal que lo ha hecho el mismo personaje que antes era brillante, inteligente, audaz, exitoso.
La verdad es que es francamente difícil el oficio de político y más aún el de Presidente, siempre sujeto a la crítica y al cobro de cualquier frase, aunque haya sido dicha hace veinte años atrás. Cualquier ciudadano puede cambiar de opinión, cualquiera se puede equivocar, pero a un Presidente de la República le está vedado tener conductas de ser humano. Y eso es difícil. Cualquiera querría irse a su casa, dedicarse a la jardinería, renunciar a hablar con nadie por varios días.
Y además ese afán de reírse por que tiene tics nerviosos, porque se equivoca de vez en cuando. Si hasta le han puesto un nombre a su colección de errores, le hacen caricaturas y siempre hay alguien listo para exponer urbi et orbe cualquier error, cuando errar es humano.
No cualquiera tiene vocación de robot y tampoco nadie tiene tanta paciencia. Son cuatro años, que no parece tanto, pero bajo semejante presión parece una eternidad y, sobre todo, una tortura a la que nadie en su sano juicio querría exponerse voluntariamente.
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