jueves, agosto 18, 2011

Ellos pueden dar la cara. Cristián Warnken


Me dio gusto ver en la portada de "El Mercurio" de ayer a Camila Vallejo, dirigenta del movimiento estudiantil, y a Hernán Larraín, senador, dándose la mano y mirándose a la cara. Ella representa lo mejor de una izquierda idealista, esa que participó de largas batallas fundamentales para la construcción de Chile; detrás de ella están Lastarria, Gabriela Mistral y hasta un Huidobro poético precandidato a la Presidencia de Chile. En ella palpitan las aspiraciones y sueños de una clase media que valora entrañablemente le educación y la cultura, y que ahora cacerolea todas las noches en la Plaza Ñuñoa. Pero también en ella está la sed de futuro de una nueva generación muy potente e inquieta, que reinventa el mundo en internet, en todos sus formatos y posibilidades, y que baila cueca en las picadas de Avenida Matta. 

Una generación de mirada limpia, seria, exigente, que detesta la ambigüedad y la mentira. Frente a ella estaba Hernán Larraín, uno de los políticos que respeto y admiro en este país. Representa lo mejor de una derecha decente, hoy un poco desdibujada, impregnada de la pasión por el sentido de la impersonalidad del poder que le legara Portales. No tiene agendas cortas, no está en la farándula del poder, está preocupado de verdad por Chile, tiene un pasado universitario que lo hace sensible a la pregunta por el sentido de la educación. Está perplejo como lo está toda la clase política, pero está honestamente perplejo, no es una pose. También tiene la mirada limpia, también ha sido exigente y pulcro y serio en toda su trayectoria política.

Ahí estaban dos almas de Chile, frente a frente, con la cara descubierta. Sin capuchas ni máscaras de ninguna
especie. Porque hoy Chile se ha llenado de encapuchados de toda laya y tipo. Están los más obvios, los
encapuchados de la calle y la barricada, los de la violencia explícita y evidente. Pero también están los encapuchados de cuello y corbata, los que engañaron a miles en "La Polar" sin que se les arrugara la cara, los que practican un lucro sui generis que opera hoy en Chile en educación, violando impunemente la ley y haciendo martingalas financieras. Los que viven del endeudamiento inmisericorde de las familias chilenas a través de préstamos de sus bancos usureros.
Ellos practican una violencia tan destructiva como la de los encapuchados de la calle. Son los flyters de la usura. Son la desmesura, el colmillo afilado, la hybris que tanto temieron los griegos. Ellos han violentado y maleado el alma de Chile en estas décadas. Ellos nos quieren hacer creer que es legítimo un lucro en educación apoyado por las platas del Estado, o sea de todos nosotros, algo que traiciona la esencia misma del capitalismo. El problema no es el lucro, absolutamente legítimo por lo demás; el problema es querer no sólo lucrar, sino además acceder a los fondos públicos. Qué descaro. Ese tipo de engendros ilógicos es lo que tiene crispados a los jóvenes; esas mentiras, incongruencias, delitos disfrazados de legalidad.

Hay dos Chiles, entonces, que hoy deben conversar. Los dos pueden hablar a rostro descubierto. No cualquiera tiene la autoridad moral y la libertad interior para hacerlo, hoy en Chile. Cuando Hernán Larraín se siente con Camila Vallejo, tiene que sentir que con él está Mario Góngora, gran intelectual de derecha que intuyó hace varias décadas que había un lucro que podía devastar la educación. Era de una derecha que después quedó secuestrada por un fundamentalismo economicista, reductivista y ciego.

Larraín debe sentarse a la mesa, libre de un economicismo que puede llevar a la derecha a la ruina, así como otros radicalismos de signo inverso llevaron a la izquierda a la debacle en los años 70. El senador y la dirigenta estudiantil pueden, mirándose a la cara, encontrar una salida y dar la cara por Chile. Deben hacerlo, sin máscaras, sin cegueras, sin letra chica y sin piedras, sin pillerías ni barricadas.