lunes, mayo 16, 2011

MARÍA ROZAS. Raul Donckaster

Escribir sobre María Rozas es un deber de afecto y admiración. Ella merece que todos hagamos un momento de reflexión de lo que fue su vida y, no obstante su modestia, seguramente le gustaría que esas remembranzas las compartiéramos, exigiéndonos que al menos hiciéramos lo mínimo, pero convocándonos a que diéramos lo máximo.


Recordar a María es una convocatoria extraordinariamente representativa de ella misma: gigante y pequeña a la vez. Enorme, porque es de las personas que más han hecho por los demás, eficientemente, trascendentemente. Porque al recordarla se hace presente su capacidad de multiplicar y multiplicarse, como si hubiera tenido el don de la ubicuidad. Eso hace que el desafío de revivirla en la memoria pueda ser extenuante. Pero, y este es el contrasentido, es una tarea de poca exigencia, porque finalmente, cuando se termina de hacer el recuento de los recuerdos que se nos vienen encima, constatamos que ella siempre hizo lo mismo.

Como muy pocos, desde siempre hizo lo mismo. En ella la consecuencia fue una cualidad, porque su dedicación fue hacia la bondad, a la lucha infatigable por causas nobles, por su capacidad infinita de reponerse y reaparecer con más valentía, porque su ira y carácter fuerte los puso al servicio de los que la
necesitaban.

Toda su vida la dedicó a la defensa de los más débiles, los menos protegidos. Toda su vida la pasó con ellos y nunca dejó de luchar para que conquistaran sus derechos. Su preocupación fundamental fueron precisamente todos los discriminados. Creo que no hubo ningún sector de defensa de los más necesitados que no haya contado con su dedicación y entrega.

Tuve el privilegio de conocerla desde cuando empezábamos a ser jóvenes. Pude constatar – unas veces más de cerca que otras – la enorme vocación por servir que tenía y cómo enfrentó los desafíos. También siempre los mismos: derrotar las desigualdades, generar equidad.

Entramos a militar en la Democracia Cristiana cuando ella estaba en el Liceo 2 de Niñas, yo en el Manuel de Salas y ambos participábamos en la FESES luchando por los derechos estudiantiles.

Después vino su dedicación a los niños, a los que con gran empatía llegaba y orientaba; su lucha por la recuperación de la democracia, su actuación con las organizaciones de defensa de los Derechos Humanos, con todas las cuales se involucró y apoyó. El reclamo inclaudicable por el respeto completo, total, a las mujeres; la exigencia por las reivindicaciones y la máxima dignidad para los trabajadores. Todo esto, además, en Chile y en el extranjero, luciendo sin ostentaciones en las más altas organizaciones nacionales y mundiales.

Siempre exigiendo con fuerza y responsabilidad, con gran preparación en sus planteamientos, con inteligencia y profundidad. Asertiva y con valentía infinita.

Ninguno de los bárbaros ataques de los que fue objeto logró doblegarla, por el contrario, de cada una de esas situaciones atroces se repuso, se fortaleció y nuevamente, con todo su empuje infinito, retomaba su lucha en la que nunca claudicó.

Ya echo de menos sus abrazos entrañables, profundos, transmisores de su enorme cariño.

María fue una mujer ejemplar.