Lecciones de una huelga de hambre. Víctor Maldonado
Cuando se deja pasar el tiempo
Un gobierno que deja que una huelga de hambre continúe por casi 80 días sin abrir negociones estaba cometiendo un grave error. Hacía rato que lo que podía ocurrir ya no estaba bajo el control del Ejecutivo, sino que estaba librado a múltiples eventualidades que podían tomar dinámicas incontrolables.
Sin duda esto ocurre cuando no se dispone de una estrategia que implementar sino que se está apostando a que los otros no podrán llevar a cabo la suya, simplemente por agotamiento.
Durante demasiado tiempo, lo que concitó la atención especial del oficialismo fue el efecto público que pudiera tener estos acontecimientos sobre Piñera. Pensando en esto se anunció (costumbre ya habitual), una mesa de diálogo que tenía un efecto comunicacional pero ninguno práctico.
Porque la así llamada mesa de negociación del Cerro Ñielol es solo un alcance de nombre. No es lo que parece ser, tal como ocurre con tantas iniciativas de esta administración.
Cuando se invita a dialogar a alguien que tiene un problema urgente, pero se le dice que el suyo es uno entre veinte temas a tratar, lo que se hace en la práctica es cerrar la puerta y clausurar una salida posible.
Pero la realidad se impone a las maniobras, y la necesidad de acuerdo se abrió paso por encima de las cortas miras de los fabricantes de apariencias.
Fue la intransigencia de gobierno y su negativa al diálogo lo que otorgó a la huelga de hambre de los comuneros una connotación inusitada. Mientras se mantuvo clausurado todo contacto efectivo, la acción de los presos mapuches no hizo más que crecer en apoyo dentro y fuera del país.
Los argumentos empleados por el oficialismo lo mantuvieron parapetado, mucho más allá de lo prudente, en un discurso principista y de apego a la letra de la norma que identificaba falsamente dialogar con claudicar.
Pero este muro de palabras altisonantes resultó ser un baluarte bien poco efectivo, que se mantuvo hasta que se terminó por hacer todo lo que se dijo que jamás se haría. Y cuando se llegó a un principio de acuerdo, fueron muchos los que sintieron alivio, incluidos los intransigentes de un inicio. Por cierto, más de alguien se preguntó por qué hubo tanta demora en la única vía de salida al conflicto que quedaba disponible.
La apertura al diálogo
Pero todo lo anterior no ha de ocultar el giro que adquirieron los acontecimientos tras la nueva disposición de gobierno de llegar a un acuerdo y de ceder en lo posible.
Por supuesto, lo primero que cambió fue que una parte mayoritaria de los comuneros dieron por terminada la huelga de hambre. De pronto parecía que sus demandas habían sido siempre razonables y, como contrapartida, los comuneros depusieron su actitud apenas tuvieron las garantías suficientes de que no se trataba de una simple artimaña para bajar el movimiento y mantener todo igual que antes apenas se pudiera.
A algunos en el oficialismo no les gusta la huelga de hambre como arma de presión, y consideran casi una ofensa que se la emplee en su contra. Pero no importando los gustos, lo que se puede afirmar es que este recurso es el recurso más potente que emplean quienes requieren de la opinión pública y de su buena disposición para lograr que sus puntos de vista sean atendidos. Dadas sus circunstancias, ¿a qué otra iniciativa podían echar mano los comuneros?
Sin embargo, es la misma naturaleza del recurso que se emplea lo que pone el límite a su utilización, y que señala cuándo detenerse.
Por eso es tan importante que los actores se den cuenta del drástico cambio de situación. La opinión pública castigó la intransigencia, pero cualquier intransigencia, si esta cambia de bando, entonces se podría perder apoyo con mayor facilidad de cómo se la había ganado. Y el peor escenario para alguien es quedar aislado, porque entonces no puede conseguir logros, ni pocos ni muchos. Lo que se está haciendo pierde sentido, porque ya no se puede ganar.
Así, se puede decir que la decisión de mantener el movimiento por parte de un número menor de personas detenidas, en realidad corresponde a una acción distinta, con otro auditorio, otra capacidad de influir y otro petitorio. También con menos tiempo para conseguir algún objetivo.
Por eso también el termino de esta extensión del conflicto es muy relevante para los que supieron ceder de manera oportuna, y con ello permitieron que se evitara un retroceso sin destino.
La maldición de Piñera
El cambio de actitud oficialista en el caso de los comuneros, ha coincidido con un giro perceptible en el comportamiento de gobierno en dirección de acuerdos amplios. En efecto, el paso del oficialismo desde la confrontación pequeña con la Concertación a la búsqueda de acuerdos, marca una nueva etapa en las relaciones políticas.
Simplemente el grado de inestabilidad a la que se ve sometido el sistema político por intentar ganar cada votación en el parlamento por uno o dos votos, es demasiado grande, como para sostenerla en el tiempo. Por otra parte, ha quedado de manifiesto que la Concertación nunca buscó destruir sin contemplaciones las iniciativas del Ejecutivo, con el único afán de causar daño, sino que esperaba un trato digno, y no la oscilación permanente entre la denostación y los llamados a la unidad.
Una mayor apertura al diálogo hace que el Ejecutivo consiga grados de colaboración con los opositores, con lo cual todos terminan ganando, al dejar de intentar demoler al otro. La polémica política continuará pero la posibilidad de acuerdos también queda abierta.
Ante este nuevo escenario se podría pensar que Sebastián Piñera tiene asegurado un período tranquilo, en el cual consolidará el apoyo a su administración y a él mismo como mandatario. Pero esta rápida conclusión tiene que ser matizada por simple prudencia.
El toque de alerta lo ha dado la última encuesta Adimark, en la que se ha podido constatar un resultado insólito. Mientras el 58% de los encuestados aprueba la acción del gobierno sólo un 53% aprueba la actuación del presidente. Esta última cifra representa un retroceso respecto de la medición anterior.
Esto quiere decir que, en el momento de mayor unidad nacional producto de la celebración del Bicentenario, y cuando más exposición pública pudo tener el gobierno, sucede que al oficialismo le ocurre lo obvio (aumenta su aprobación) y al presidente le pasa lo contrario.
No puede entonces, dejar de considerar una posibilidad que de puro evidente no se ha consignado hasta ahora: que el presidente satura cuando se sobreexpone. Es decir, que produce cansancio mediático y que cuando más se le ve más cerca del hastío se encuentran los ciudadanos. A otras figuras políticas les ocurre que, mientras más se les ve, más se les quiere. Pero este no es el caso.
Lo cierto es que sin dejar de reconocerle ningún mérito a Piñera, hay que consignar como un hecho que es el único caso conocido desde la recuperación de la democracia que tiene menos apoyo que sus colaboradores considerados como equipo. Genera más reconocimiento que adhesión. Esto puede concitar una evolución extraña y en que, antes de tiempo, el país empiece a plantearse el tema de la sucesión, por un anticipado cansancio con un personaje que lo tuvo todo para aglutinar al país tras él y que lo logró únicamente a medias.
Éste particular condición en la que queda el gobierno, más sustentado en la acción colectiva que en la autoridad del presidente, no dice nada respecto del destino político de la derecha. Puede irle bien o mal, ganar o perder las elecciones que vienen, pero lo característico no será la visión de conjunto sino la búsqueda de aprovechar las oportunidades que en cada coyuntura se presentan.
El que vive al día, renueva su suerte cada mañana. Si Piñera logra hacer de este un gobierno a su imagen y semejanza, lo atará inevitablemente a su destino. Y eso no debiera tranquilizar a ninguno de sus partidarios.
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