jueves, octubre 14, 2010

La próxima crisis es Made in China.Guillermo Larraín.

Una lección de la crisis financiera fue la necesidad de coordinación internacional. La reunión del FMI del fin de semana evidenció que la lección la olvidaron rápidamente. EE.UU. mantiene su expansión monetaria para evitar la recesión, riesgo que Europa prefiere antes que el de la inflación. Los flujos de capitales van al mundo emergente. China acumula reservas internacionales para sostener artificialmente su competitividad. Otros países, como Chile, aprecian sus monedas y aumentan los precios de sus activos.


Esta lógica nos lleva a serios problemas. EE.UU. debe parar su expansión monetaria sin caer en recesión y para ello China debe permitir una significativa apreciación real y estimular su gasto interno. En esta descoordinación las responsabilidades no son simétricas: China tiene un rol mayor que jugar. ¿Por qué no lo hace?

Una posibilidad es que China esté en un plan de dominación global. Su competitividad artificialmente reforzada atrae empresas extranjeras y favorece la transferencia tecnológica. La acumulación de reservas se reinyecta en la economía mundial bajo sus propios términos. El acceso al mercado chino es más restrictivo que el que los chinos encuentran en Occidente. Esta mezcla subyuga a cualquier país.

La otra posibilidad es que China no ha asimilado que dado su tamaño ya no puede comportarse en ningún ámbito como economía pequeña. Sin desmerecer la teoría del complot, analizaré dos escenarios de la segunda tesis.

El primero nace de constatar que una economía pequeña puede mantener una moneda subvaluada sin generar riesgos globales porque el daño que inflige es proporcional a su pequeño tamaño. Pero a medida que crece, el daño que genera es mayor. Parte de su competitividad, China se la gana artificialmente a los países con los que compite.

No hay por qué suponer que Estados Unidos y Europa se quedarán sin reaccionar. ¿Por qué tolerarían indefinidamente ver empresas que se venden a firmas chinas con la consiguiente transferencia tecnológica o se deslocalizan hacia China con la consiguiente pérdida de empleo? La visión de que la integración comercial no tenía prerrequisitos parece hoy naive. Su principal ideólogo Larry Summers, abandonó el gobierno norteamericano. Esta ideología supone que todos los participantes juegan con las mismas reglas, supuesto fuerte que un actor clave como China no cumple totalmente.

La obcecación con la subvaluación del yuan puede llevar a una guerra cambiaria y, de persistir ésta, tendrá repercusiones comerciales.

Cuando el Presidente Wen Jiabao, en su mensaje a los líderes europeos, pide que no lo presionen está pidiendo tiempo. Pero sabemos que para los chinos el tiempo fluye más lento que en Occidente. El control que Wen tiene sobre su país no lo tiene ningún líder occidental sobre el suyo. La paciencia que pide Wen a Europa es imposible de comprometer. La guerra cambiaria se siente y si no se pone freno a ella, pasaremos a la comercial. China tendría responsabilidad sobre las consecuencias.

Esto nos lleva al segundo escenario. Si China permite la apreciación real, salvo que estimule eficazmente el gasto interno, generará una desaceleración y, en el límite, una crisis bancaria y recesión.

¿Por qué permitir la apreciación? ¿Un capricho? Un poco de teoría ayuda. El principal determinante del tipo de cambio real es el diferencial de productividad, el efecto Balassa-Samuelson. Mientras más crezca la productividad respecto de sus socios comerciales, más apreciada debe estar la moneda de un país.

De acuerdo con el FMI, el diferencial acumulado de productividad en China entre 2000 y 2008 varía entre 14,9% y 62,7% según la definición. Así, el tipo de cambio real de equilibrio en China podría haberse apreciado sin problemas 22% o más. Consecuencia: el sector exportador está sobredimensionado y su corrección es riesgosa para China y el mundo.

Según Wen, una apreciación drástica sería una catástrofe por dos razones. Por un lado, muchas empresas chinas perderían competitividad al punto que quebrarían y, por otro lado, ello llevaría a un masivo flujo de chinos de vuelta al campo.

Hay un tercer factor relevante de preocupación. Si una apreciación de 22% generaría quiebras masivas de empresas, ¿qué pasaría entonces con la banca china?
No me extrañaría que la lógica que trasunta al discurso de las autoridades chinas es el mismo que han usado los bancos para otorgar créditos y los reguladores para supervisar: que como hace 10 años se puede ser competitivos con una moneda subvaluada. Si dicho escenario base cambia, habrá gran mortandad de empresas chinas… y de bancos. ¿Por qué no sería así si la mayoría del crédito bancario en China es entregado por entidades estatales que siguen las instrucciones del Partido?
En este escenario parte de los USD 3 trillones de reservas tendrán que ser utilizadas para salvar a esos bancos y financiar gasto contracíclico. Una desaceleración en China puede ralentizar los países desarrollados que todavía no logran despegar y dado sus altos niveles de endeudamiento y ya masivas expansiones monetarias se encuentran con limitados espacios de respuesta. Los precios de commodities caerían, aunque no es claro por cuánto tiempo. Ello sería proporcional a los problemas de la banca china.

China debe asumir que su actuación debe atenerse a reglas de convivencia comunes. En el plano cambiario esa regla se llama Balassa-Samuelson. Ser competitivos manteniendo artificialmente subvaluada la moneda se hace contra los socios comerciales. Mientras más demora la corrección cambiaria, más probable es que pasemos a la guerra comercial, más se acumulan en China sus desequilibrios y más costoso para ellos será el ajuste.

Y para nosotros también.