Reformas políticas con gusto a poco . Marcos Enrique

En mi programa de gobierno planteé una serie de reformas políticas que conducirían a una democracia de amplia participación popular: junto la inscripción automática, el voto voluntario y el sufragio en el extranjero sin ninguna limitante, proponía, derechamente, cambiar el régimen político monárquico presidencial por un sistema semiparlamentario, con un Presidente y un Primer Ministro que respondiera políticamente ante una asamblea unicameral. Mi programa incluía, también, elementos de democracia directa, que existen en todos los sistemas políticos avanzados, por medio de plebiscitos nacionales, regionales y comunales, así como la elección directa de intendentes y consejeros regionales. Todos los cargos de representación popular podían ser revocados por los ciudadanos.
Un aspecto muy central de mi programa consistía en lo que yo llamo el federalismo atenuado, dando poderes en lo económico, político y social a intendentes, consejeros regionales, alcaldes y concejales, y el fortalecimiento de una amplia red de organizaciones de la sociedad civil. El último terremoto y tsunami demostró que la centralización de poderes es completamente incapaz no sólo para enfrentar la emergencia, sino que, lo más grave, su inopia para reconstruir ciudades y regiones.
Hay consenso nacional en que el sistema chileno de partidos políticos, surgidos en la Guerra Fría, y el clivaje entre autoritarismo y democracia, están completamente obsoletos: se han alejado de los ciudadanos, transformándose en “club de amigos”, “grupos parasitarios del poder” y, lo que es peor, en agencias de empleos para los incondicionales, que se reparten el Estado como si fuera el Manto Sagrado.
El proyecto presentado por el Gobierno incluye primarias, pero sólo serán voluntarias, pudiendo ser limitadas al solo padrón electoral de los partidos políticos, lo que vendría a ser una verdadera mascarada para simular una participación democrática. Propongo que todos los cargos que emanen de la soberanía popular sean elegidos en primarias abiertas y controlados por el Servicio Electoral, así como una nueva ley de partidos políticos.
Como la mayoría de las propuestas del gobierno actual, se quedan en la mitad de camino. Es necesario —y formó parte de mi programa— el aumento del impuesto a la ganancia de las empresas; un royalty que, al menos, se acercara al de otros países propietarios de materias primas —considérese que Australia quiere cobrar a la minería el 50% por este concepto; este es el mismo país de la empresa que explota La Escondida: mi programa proponía un 8%. Como la idea de aumentar los impuestos es una verdadera herejía para los neoliberales, el proyecto de Sebastián Piñera limita, en el tiempo, el alza que en tres años, al final, termina en el mismo 17%.
Estas reformas con gusto a poco deben ser aprovechadas para animar un debate profundo sobre la calidad de la democracia y la inequidad en el reparto de las cargas públicas. [+/-] Seguir Leyendo...
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