lunes, mayo 03, 2010

La Iglesia, los abusos y la confianza . Claudio Orrego

Me siento un hijo agradecido de la Iglesia Católica. Gran parte de lo que soy como persona y servidor público se lo debo al testimonio, guía y compañía de sacerdotes que han sido verdaderos maestros de humanidad y amor al prójimo. Muchas son las huellas de esta Iglesia madre en mi vida: la invitación al compromiso social de los curas del colegio, el llamado a defender los derechos humanos, la oración contemplativa de ejercicios, retiros y monasterios, y la experiencia de perdón y reconciliación con guías espirituales que han sido como padres para mí.
Por lo mismo, los casos de abusos de miembros del clero me duelen profundamente como católico y me indignan como ciudadano. No se trata de hacerse eco de campañas de desprestigio ni menos de formular generalidades tan injustas como falsas respecto de todos los sacerdotes. Sólo se trata de reconocer que la dignidad de toda persona, especialmente los niños, es un bien sagrado que debemos proteger y defender con fuerza y coraje.
Tanto la Declaración de los Derechos Humanos como la de los Derechos del Niño han proclamado la dignidad de toda persona, por sobre cualquier consideración política, social, religiosa o territorial. En otras palabras, no hay razón que justifique la comisión, el amparo o silenciamiento de un atentado tan monstruoso como el abuso sexual, especialmente cuando éste es cometido por alguien que ejerce autoridad en relación con un ser indefenso física o psicológicamente........Lamentablemente, el debate que se ha generado respecto de las acusaciones contra el padre Karadima mezcla tantos temas, que termina confundiendo lo esencial. A las torpes y absurdas declaraciones que han pretendido vincular la homosexualidad con el abuso de menores, se han agregado otras que desvían la verdadera naturaleza de la discusión. Nadie puede sostener seriamente que el celibato sacerdotal sea la explicación de la comisión de abusos. ¿Acaso éstos no son también cometidos por personas no célibes? El que muchos creamos que ya es momento de que la Iglesia considere el celibato como algo voluntario, no tiene nada que ver con la condena unánime a cualquier tipo de abusos.
El problema actual, entonces, no es tanto que alguien pretenda desconocer la gravedad que conlleva la comisión de delitos o abusos por parte de sacerdotes, como la duda existente sobre la actitud y reacción de la jerarquía ante ellos. En efecto, lo que más escandaliza no es que haya pecadores y personas que cometen delitos en una institución divina y humana como la Iglesia. Siempre será cierto aquello de que “de todo hay en la viña del Señor”. Lo que a muchos nos indigna es que habiendo antecedentes serios sobre posibles abusos sexuales, no se actúe con rapidez para investigar y sancionar.
He aquí lo que la sociedad chilena les pide y exige a los pastores de una institución tan importante como la Iglesia Católica: actuar con diligencia y verdad. En el Estado se exige que el que esté en conocimiento de un hecho que reviste características de delito, ponga los antecedentes en manos de los tribunales de justicia. Si la Iglesia sólo siguiera este principio básico, no tendríamos el debate que tenemos hoy. Resulta difícil de aceptar que siete años para investigar hechos graves sea considerado un tiempo prudente. En una democracia, la comisión de delitos debe ser investigada por los tribunales, especialmente si las víctimas son niños. Nadie le pide a ninguna institución que ponga las manos al fuego por todos sus miembros. Lo que sí se exige es que ante denuncias serias sobre hechos graves se proceda con rigor, celeridad y transparencia.
Cómo católico, amante y agradecido de la Iglesia, no pido ni espero la santidad de todos sus miembros. Sólo pido que los derechos de las víctimas de cualquier tipo de abuso sean puestos primero en la escala de consideraciones. Cuando tengamos la certeza de que ello es así, la confianza que hoy parece cuestionada…volverá restaurada y fortalecida.La Segunda
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