lunes, mayo 03, 2010

Abusos sexuales: La Iglesia cuestionada. Edit. Revista Mensaje. Una gentileza de Emilio Soria

Después de años de silencio e impunidad, parece haber llegado una hora más propicia para los derechos de las victimas de abusos sexuales perpetrados por sacerdotes y religiosos. Un sinnúmero de acusaciones se ha extendido con gran publicidad por los países europeos y otras latitudes. En el último tiempo se han conocido denuncias en Italia, Noruega, Suecia, Malta, Australia, Sudáfrica, México, Brasil, Argentina y Chile. Así, la ola de revelaciones de abusos sexuales sigue extendiéndose.
Por otra parte, el hecho de que la mayoría de los casos hayan prescrito penalmente, refuerza la percepción de que muchas víctimas que habían callado en el pasado, ante el actual revuelo público se han animado a revelar lo padecido en otro tiempo. El deterioro de la imagen de nuestra Iglesia, consignado en diversas encuestas, ha llevado incluso a un número no menor de católicos a distanciarse de ella.
Es penoso que todavía algunos miembros de nuestra Jerarquía insistan en que se trata de una campaña mediática orquestada para debilitar a la Iglesia. Sostienen que ha habido exageración al centrar en ésta la atención y que casos de pedofilia hay en todas las religiones y en el seno de no pocas familias. Pero, aunque estos argumentos tienen una base real, ni atenúan la gravedad de las denuncias contra miembros del clero ni justifican la forma en que muchas autoridades eclesiales manejaron estos casos durante tanto tiempo. Tampoco parece convincente la explicación de que el contexto moral y social en el pasado era menos drástico en reprobar este tipo de actos u otros, como los castigos físicos a niños y jóvenes. Hoy el rechazo frente a acciones de esa índole es cada vez más universal. Por eso, es todavía más exigible a toda autoridad religiosa una mirada vigilante y una conducta de pronta condena a abusos sexuales u otros atropellos que causan un grave daño a las víctimas y al ascendiente moral de la Iglesia.......Causas del Problema

El Concilio Vaticano II sostuvo con claridad que todos los cristianos estamos llamados a la santidad. Por tanto, cualquier distinción entre los fieles debía responder no a una diferenciación de estados o grados de “perfección”, sino a la diversidad de los servicios. Al universalizar el Concilio el camino a la santidad, el matrimonio y la vida laical pasaron a ser una opción tan digna y noble como el ministerio sacerdotal y la vida consagrada para alcanzarla. Por lo tanto, no habría ya motivos, entonces, para sacralizar al sacerdote y “proteger” el prestigio de la Iglesia, ocultando sus eventuales malas acciones. Si esta doctrina conciliar se hubiera aplicado con todas sus consecuencias, quizás algunas autoridades no habrían considerado “necesario” ocultar los crímenes y pecados de los ministros para salvaguardar la credibilidad y prestigio de nuestra Iglesia.

Es más, muchos obispos al comienzo no ponderaron la veracidad de las acusaciones de abusos sexuales, subestimando su extensión y dimensión. Sin embargo, con el tiempo la conciencia de lo que sucedía fue creciendo. Primero en Estados Unidos, donde los prelados tomaron importantes determinaciones en 2002, al adoptar la regla de tolerancia cero de manera de que ningún sacerdote abusador pudiera seguir ejerciendo el ministerio. El propio Benedicto XVI, al visitar ese país en el 2008, condenó abiertamente el abuso, se reunió con algunas víctimas y expresó su gran dolor como Papa.

Reacción en la Iglesia

Tanto aquellas determinaciones como las recientes reacciones de muchos episcopados y de la propia Santa Sede parecen confirmar la esperanza de que se estuviera instaurando un nuevo modo de afrontar el problema en la institución católica.

La deficiente respuesta de nuestra Iglesia en el pasado ha sido reconocida por Benedictino XVI al escribir una carta pastoral el 20 de Marzo último a los católicos de Irlanda. En ella, el Pontífice pide disculpas a las víctimas de décadas de abuso sexual y maltrato por parte de sacerdotes. Señala que: “Solo examinando cuidadosamente los numerosos elementos que han dado lugar a la crisis actual es posible efectuar un diagnóstico claro de las causas y encontrar las soluciones eficaces. Ciertamente, entre los factores que han contribuido a ella podemos enumerar: los procedimientos inadecuados para determinar la idoneidad de los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa, la insuficiente formación humana, moral, intelectual y espiritual en los seminarios y noviciados, la tendencia de la sociedad a favorecer al clero y otras figuras de autoridad y una preocupación fuera de lugar por el buen nombre de la Iglesia y por evitar escándalos cuyo resultado fue la falta de aplicación de las penas canónicas en vigor y de la salvaguardia de la dignidad de cada persona. Es necesario una acción urgente para contrarrestar estos factores, que han tenido consecuencias tan trágicas para la vida de las víctimas y sus familias...”.

También debemos destacar otras iniciativas episcopales para enfrentar la actual crisis. Los obispos holandeses ordenaron la investigación de denuncias de casos ocurridos entre 1950 y 1970. La Conferencia Episcopal Suiza, ante numerosos episodios de abusos cometidos por sacerdotes, reconoció haber subestimado la situación y exhortó a las víctimas a presentar denuncias judiciales. Por otra parte, en Alemania, frente al surgimiento desde principios de año de diversas acusaciones de abusos físicos y sexuales, los obispos designaron al presidente de su Conferencia Episcopal para realizar las investigaciones. En Austria, donde se han conocido múltiples casos de actos moralmente inaceptables cometidos por religiosos, el arzobispo de Viena, presidente de la Conferencia Episcopal, encabezó en la catedral de San Esteban un oficio de penitencia llamado “Dios, estoy furioso”, en el que tuvieron voz algunas víctimas de abusos, y anunció la creación de una comisión independiente para establecer lo sucedido, dirigida por una reconocida líder política. En Chile, la Conferencia Episcopal pidió perdón por los casos registrados.

Una tarea de todos

¿Ha sido suficiente? ¿Se actuó con la debida prontitud? ¿Será necesaria una reestructuración de las instituciones eclesiásticas para impedir que en el futuro se desoiga a potenciales víctimas y permitir sanciones oportunas y medidas correctivas? No tenemos todas las respuestas, pero estamos convencidos de que nuestra Iglesia está haciendo importantes cambios en sus modos de proceder y que tendrá que seguir haciéndolos. Después de esta grave crisis de credibilidad, pensamos que la barca de Pedro saldrá más humilde, menos poderosa y a la vez más frágil, pero renovada. Más parecida a la Iglesia que Jesús buscó. Con transparencia en su funcionamiento interno y externo. Este cambio será tarea de todos nosotros los católicos, religiosos o laicos. De partida, es necesario, como señaló el Papa, “hacer penitencia, es decir, reconocer lo que hay de equivocado en nuestra vida”. Pues, como dijo el Pontífice en la Carta a la Iglesia irlandesa, estos trágicos hechos “han oscurecido tanto la luz del Evangelio, como no lo habían hecho siglos de persecución”.


Editorial
Revista Mensaje.
[+/-] Seguir Leyendo...