lunes, abril 12, 2010

Aquiles y Patroclo en el picadero. Ascanio Cavallo

A mediados de la semana, el Presidente Sebastián Piñera habló por teléfono con Andrés Allamand. Los contenidos del diálogo se mantienen en sigilo, pero algo debió tener que ver el libro que presentarán el senador RN y la ex diputada Marcela Cubillos, porque Allamand decidió que el primer ejemplar impreso partiera ese mismo día hacia el despacho de Piñera.
El libro se había convertido, al menos hasta ese día, en el peor dolor de cabeza de La Moneda, que temía que, entre revelaciones incómodas y tesis divergentes, pasara a encabezar la lista de recriminaciones sobre el nuevo gobierno. No se sabe aún si después de la lectura presidencial habrá más alivio que agobio, o viceversa.
El Presidente no estaba en su mejor momento. En las horas previas había revisado tres proyectos de ley que estimó mal formulados y por los cuales retó a tres de sus ministros. El senador tampoco andaba mucho mejor. En las horas previas había rechazado la oferta de Carlos Larraín para postular a la presidencia de su partido, pero sus argumentos eran poco generosos: no quería quedar en la posición de incondicional del gobierno. .....No quería ser el Camilo Escalona de Piñera. Porque si Escalona, que nunca dudó de su lealtad recíproca con la Presidenta Bachelet, sólo vino a recibir su respaldo explícito en la hora nona, ¿qué le podría pasar a Allamand con un Presidente con el que tiene un historial tan largo, confuso y enrevesado de alianzas y conflictos?
Ese historial se inició alrededor de 1987, cuando Allamand, entonces empeñado en formar el gran partido unitario de la derecha chilena, invitó a Piñera, entonces dubitativo respecto de su situación en la política, a inscribirse en Renovación Nacional. Piñera rechazó la oferta sobre la base de que RN terminaría apoyando a Pinochet en el plebiscito. Tuvo razón.
Fue la primera discrepancia entre ambos, pero Allamand llevaba las de perder, entre otras cosas, porque él mismo rechazaba la perpetuación de Pinochet y no se sentía capaz de decirlo. Pasado ese momento, ambos consolidaron su alianza con la candidatura de Hernán Büchi, a la que trataron de modelar según sus estilos. Visto en retrospectiva, quizás fue la aceleración de Piñera y Allamand, más que la inexperiencia partidaria, lo que indujo a las vacilaciones y contramarchas de Büchi en esa campaña inestable y perdedora.
En los 10 años siguientes, Piñera y Allamand fueron como Aquiles y Patroclo: aliados y amigos, guerreros energéticos e incansables, líderes de la renovación de la derecha, jefes de la "patrulla juvenil" y gestores de la "democracia de los acuerdos".
Piñera apoyó a Allamand en su veloz ascenso hacia el control de RN. Allamand puso su espalda para sostener a Piñera tras la devastación del "piñeragate". Piñera defendió a Allamand frente a la acusación de las drogas en el Congreso. Allamand afirmó a Piñera en la defenestración del juez supremo Hernán Cereceda. Y así, uno y otro se hicieron intercambiables a lo largo de los años más complejos de la transición.
Hasta 1997. Aquel año, sin consultar con nadie, Piñera anunció que no repostularía al Senado por Santiago Oriente. Dejó el asiento sin ungir a ningún sucesor. Se creyó entonces que en esa circunscripción se abría la competencia presidencial de la derecha. Allamand tomó el desafío por RN y Carlos Bombal por la UDI.
Contra lo esperado, Piñera mostró cierta neutralidad. Coqueteó con Santiago Poniente (para desesperación de Angel Fantuzzi), no apoyó a Allamand, declaró que volvería a la actividad privada y se declaró prescindente. ¿Temía acaso que si Allamand triunfaba sería la carta presidencial siguiente? No es posible saberlo. Pero Allamand perdió y Bombal no fue más de lo que fue.
Esa ruptura resultó algo más profunda. Y resurgió el 2001, cuando Piñera, que había decidido volver a la carrera política, declinó la competencia senatorial por la Quinta Región Costa luego de la imposición del almirante Jorge Arancibia en la lista de la UDI. Con su vehemencia proverbial, Allamand acusó a su amigo por no consultar con el partido y por creer que las campañas electorales son asuntos personales y no proyectos colectivos.
Pasaron otros tres años de paz. Pax romana, habría que decir. Porque el 2004, fue Piñera quien se ofendió con la decisión de Allamand de apoyar la opción de Joaquín Lavín, dejando a RN en el vagón de cola de la candidatura. Las cosas empeoraron cuando Lavín pidió las renuncias de los presidentes de la UDI y RN para aplacar la guerra civil desatada entre ambos partidos a sólo meses de la elección. Allamand fue uno de los cerebros de esa petición. Y uno de los dos afectados, el más herido, fue Piñera.
El fin de esa historia es conocido: Piñera se levantó de las cenizas, pasó por sobre Lavín, llegó a la segunda vuelta (con el apoyo de un Allamand ya deslucido) y perdió para quedar en la pole position. Mientras las opciones de la UDI eran demolidas en los años de Bachelet, el ahora senador de RN y el empresario ahora multimillonario recompusieron su complicidad.
A lo largo de la campaña del 2009, Allamand volvió a ser uno de los pilares de Piñera. Después de la primera vuelta, sintiéndose a las puertas de la victoria, discutieron las dos tesis de gobierno: el "gabinete fuerte", con figuras políticas de gran peso, o el "gabinete operativo", con ejecutivos orientados a la gestión.
Tras el triunfo presidencial, nadie sabía muy bien cuál predominaría. Los que creían en la primera ubicaban a Allamand en Cancillería, a Pablo Longueira en Vivienda, a Andrés Chadwick en la Secretaría de la Presidencia, a Cristián Larroulet en Hacienda y a Rodrigo Hinzpeter en Interior. La tesis llamada -acaso con exceso- "los cinco tanques". Pero Piñera había dado una señal clara al disolver el comité estratégico y concentrar el trabajo en el equipo de instalación, alejando a los parlamentarios.
La duda quedó zanjada el 9 de febrero, cuando La Moneda notificó la composición del gabinete: "operativo" en todas sus dimensiones, y sobre todo subordinado al Presidente. Un gabinete para no discutir mucho y ejecutar todo lo posible. Un gabinete, visto desde los partidos, liviano como una pluma. Después de un áspero diálogo con Larroulet y el propio Piñera, Allamand cortó sus relaciones con el Presidente.
Es una ruptura que durará poco. Ambos se necesitan. Tras la conversación de mediados de semana, tratarán de fijar las distancias que habrán de tenerse: ni tan lejos que te hieles, ni tan cerca que te quemes. Piñera no quiere contradictores pesados. Allamand quiere un Piñera que no existe.
Sin embargo, es un hecho que los ciclos de reconciliación entre ambos han sido cada vez más cortos. En el fondo, ambos tienen ideas distintas sobre el liderazgo, el gobierno, la política, los negocios y la sociedad. La vida en el poder puede ser más cruda que fuera de él.
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