lunes, abril 12, 2010

Alma hay una sola. Hector Soto

No habla quizás muy bien de la nueva administración el que hasta ahora el debate con la oposición, más que estar centrado en el anuncio de iniciativas modernizadoras de fondo, se haya circunscrito más que nada al nombre de diversos colaboradores convocados a las tareas de gobierno. Desde gobernadores hasta jefes de servicio, desde cargos de la confianza personal del Presidente hasta embajadores en misiones de especial relevancia. Por lo visto, gobernar no es tan fácil si hasta lo que se veía relativamente sencillo, llenar la enorme plantilla de cargos asociados al follaje del presidencialismo chileno, está suponiendo un desgaste superior al previsto. Qué queda para cuando se pongan sobre la mesa los proyectos que realmente hagan más competitivo al país, hiriendo de seguro intereses de grupo y dividiendo las aguas en torno a cuestiones de verdad sustantivas.
Es cierto que el terremoto alteró y distorsionó bastante las prioridades y planes definidos con anterioridad. Pero en esto también hay una trampa, puesto que la tentación de seguir gobernando con la épica de la emergencia, como si todo el país estuviera durmiendo en carpa, es muy potente y podría terminar anteponiendo para siempre lo urgente en desmedro de lo importante......No es cierto que coexistan dos almas dentro del gobierno. Desde el Presidente para abajo y hasta cualquiera de los colaboradores suyos de segundo o tercer nivel, sería difícil encontrar a alguien dispuesto a darse por satisfecho con hacer las cosas sólo algo mejor de lo que se hacían antes. Alma, por decirlo así, hay una sola. Pero esto de por sí no garantiza que se hagan las cosas que deban hacerse, básicamente porque después de una catástrofe como la del 27 de febrero, el día a día es muy fuerte. Demasiado fuerte, al punto de inducir a improvisaciones y desprolijidades que son las que mantienen a muchos de los partidarios del gobierno, a algunas horas del día al menos, bajo nubarrones de desconcierto.
Después de todo, no fue la oposición, sino el propio gobierno el que se metió con los impuestos en un debate más ruidoso que productivo, y que hasta ahora sigue teniendo una incierta puerta de salida. No es la oposición, sino el propio gobierno el que se anduvo enredando esta semana con una idea lanzada al voleo -la conveniencia de terminar con la indemnización por años de servicio para flexibilizar el mercado laboral- y que puso en guardia a todo el sindicalismo sin haber necesidad. No es la oposición la que descubrió tarde que algunas designaciones podían ser metidas de pata.
Por cierto que no es así como debieran hacerse las cosas. Los nombramientos deben ser chequeados. Los proyectos sólo se anuncian -en un marco sobrio, pero de estatura republicana, por favor, no en una entrevista a la prensa ni tampoco a la salida de una reunión- una vez que están definidos. Poco antes o poco después se habrán conversado sus lineamientos con los aliados, se habrán tendido puentes a los adversarios menos duros y el gobierno entonces tratará de persuadir y conquistar a la opinión pública con sus argumentos. Hay que tener cuidado de partir por la cola. Siempre es preferible hacer las cosas en orden. Esto no es una pichanga de barrio, es un partido donde se supone que están jugando los mejores.
Tal vez de los errores envueltos en estos episodios no se puedan inferir conclusiones definitivas. Probablemente, son pequeñeces que de ningún modo dan cuenta del cuadro general. Ha pasado muy poco tiempo y todavía todo está por hacerse. Pero el problema es que estas incidencias menores tienen costos desproporcionados en términos de atención y energía. Y si algo enseña la experiencia política chilena de las últimas décadas es que, en materia de atención y energía, el stock de los gobiernos no es ilimitado, como se piensa a menudo de los insumos cuando son intangibles. No hay que gastar pólvora en gallinazos. En esto no hay mucha vuelta que darle: la atención que se les dispensa a las cosas que no tienen mayor importancia es directamente proporcional a la que se les resta a las que sí la tienen.
De seguro, entre otras cosas porque la política siempre tiene ingredientes trágicos asociados al fracaso y a la frustración que son imprevisibles, no todo con lo cual la derecha y los grupos Tantauco soñaron se va a poder sacar adelante en los próximos cuatro años. Hay varias iniciativas relacionadas con la modernización del Estado y las empresas públicas, con la salud y la educación, con el mercado del trabajo y con reformas sectoriales, que van a ser impopulares y costará un mundo sacar adelante. Pero esas son las peleas que hay que dar y que valdrá la pena dar, a pesar de lo que digan las encuestas. Lo importante es comenzar rompiendo de una vez por todas con los sesgos más convencionales y timoratos de la política chilena.
El gobierno del Presidente Piñera aspira a establecer otra forma de gobernar. No sólo con mayor eficiencia y austeridad. También con menos faroleo y más visión de país en el largo plazo.
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