viernes, febrero 05, 2010

La razón original. Felipe Pozo


La espera del anuncio de los próximos ministros y subsecretarios, más el letargo tradicional de febrero, ha producido una especie de paréntesis en la guerrilla de acusaciones y descargos intra Concertación y, quizás con más encono aún, al interior de los partidos de la coalición todavía oficialista.
De las fuertes recriminaciones se ha pasado a un clima de mayor reposo que, tal vez, se traduzca en reflexiones más agudas y enfocadas a resolver los dilemas sustantivos que debe resolver el concertacionismo......Una primera cuestión a encarar es la propia existencia. O, mejor dicho, la razón de ser de este conglomerado. Para eso, resulta apropiado intentar definir qué ha sido. Para qué nació y qué representó de manera profunda esta construcción política, la más duradera y exitosa de la historia nacional. De hecho, se han constituido algunos grupos transversales de conversación y debate que intentan encontrar un punto de partida en la tarea de replantear el sentido, si lo tiene, de la continuidad de la Concertación.

Aunque suene a perogrullada, recordemos que la tarea original, prioritaria y, si era necesario, también excluyente, fue recuperar la democracia. Retornar a los senderos republicanos y libertarios del país, dando vigor y fuerza a los canales de participación.
Mirado desde hoy parece de una obviedad aplastante. Sin embargo, el encuentro de fuerzas de centro e izquierda fue una tarea de largo plazo y difícil ejecución. De hecho, la historia del siglo XX, en especial en los ’40 y ’50, está plagada de intentos fallidos; de acercamientos mal concluidos y desencuentros fatales. Desde la izquierda se desconfiaba del verdadero sentido popular de las fuerzas de centro, en particular de la DC; y desde ese partido se repudiaba lo que entendían como escasa pulsación democrática de los proyectos izquierdistas criollos. Si bien en la realidad social ambos mundos encontraban espacios comunes y reivindicaciones compartidas, el tablero político negó una y otra vez la posibilidad de constituir una mayoría estable y permanente.

Algunos analistas encuentran en este fenómeno una de las explicaciones, no la única por cierto, del quiebre institucional que llevó al golpe militar y a la dictadura.
Fue a partir del oscurantismo dictatorial que los entendimientos se hicieron posibles, en torno al eje insustituible del valor de la democracia liberal como base ordenadora de una sociedad civilizada. Por fin el centro social cristiano y laico, más buena parte de la izquierda de origen marxista encontraron el Aleph común. Fue allí, en la batalla por reponer el oxígeno democrático, donde se construyó el llamado ADN de la Concertación.

La recuperación de la democracia para nuestro país es el principal valor histórico del concertacionismo. Porque esa medalla no puede ser disputada por los sectores derechistas, que entendían como democrático el diseño institucional autoritario, sin modificación alguna.
Ese es un punto que no debe perderse de vista, porque la vigencia y profundización de la democracia debería ser una de las causas permanentes y fundamentales del conglomerado; esté en el gobierno o en la oposición. El vigor de las instituciones, la fortaleza de los canales de participación ciudadana y popular, la incorporación de nuevos actores, el pluralismo sin exclusiones, debe estar en cualquier planteamiento mínimo de una reformulación concertacionista.

En el Chile del 2010 esa vocación tiene que encontrar una forma de expresarse que responda a las demandas de esta sociedad bicentenaria; con sus tonalidades particulares y considerando especialmente a las nuevas generaciones, que siguen pagando la cuenta de sus antecesores.

Obviamente, también se debe recorrer un camino de autocrítica sin filtros. Poner bajo la lupa el modo de ejercicio del poder desarrollado en los veinte años de gobierno y, muy especialmente, la manera en que los partidos administraron su vida interna.
Seguramente el examen arrojará notas deficientes.
La calidad y profundidad de nuestra democracia sigue siendo un desafío acuciante. Basta con recordar la precariedad de la participación de los menores de 35 años para encontrar un nuevo punto de inicio que dé sentido a un conglomerado que nació para recuperar la convivencia pacífica, respetuosa y plural entre los chilenos.
Ciertamente no es el único tópico por abordar. Sin embargo, a pesar de los pesares y la mala conducta exhibida, es el más propio y por donde se puede volver a comenzar
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