¿De qué renovación me hablan? . Claudio Orrego
De la renovación política se puede decir que “está en la boca de todos y en las prácticas de casi nadie”. En esta contienda electoral, sin embargo, ha adquirido tal fuerza el discurso, que pareciera que realmente ha llegado el tiempo de la renovación. Correa llamó a su generación a jubilarse con dignidad, Lagos dijo que ME-O había mandado a algunos a jubilarse como viejos cracks, Frei manifestó que sería puente y prometió incorporación de jóvenes, Engel expresó que la coalición que pierda se renovará sí o sí, y el ministro del Interior anunció su retiro de la primera línea política y abogó por una renovación profunda.¿Está bien todo este discurso pro renovación? Depende. Lo primero que tenemos que asegurarnos es de impedir que conceptos prometedores se transformen en monedas de cambio desprovistas de contenido. El problema es que esto está a punto de ocurrir con la palabra “renovación”. Como pasó a ser políticamente correcta, usarla es sello de distinción.
Para que esto no ocurra habrá necesariamente que definirla. No todos entendemos lo mismo y es hora de que pasemos al pizarrón. Para algunos, la renovación se reduce a un mero recambio generacional. Ello, como si la menor edad fuera garantía de nuevas prácticas, nobles valores y buenas ideas. Desde ya me declaro en contra de esta caricatura. Extremadas las cosas, prefiero mil veces a un viejo con espíritu joven, que a un joven con prácticas viejas.
En segundo lugar, la renovación no es, por definición, discursiva. Esta no se declara, se actúa; no se promete, se realiza; no es del futuro, es del presente. La renovación parte como un malestar frente a algo que no gusta, luego se transforma en una idea de cambio y, finalmente, se logra sólo cuando se transforma en una práctica. Por eso es que la renovación, más que anunciarse o comentarse, hay que mostrarla en hechos concretos. Sólo desde allí es creíble.
Hoy son muchos los que están renovando la sociedad chilena desde ámbitos muy distintos. Artistas plásticos, publicistas, escritores, activistas sociales, emprendedores culturales, académicos, en fin. En la política ocurre algo parecido. Muchos han visto al fenómeno ME-O como un acto de renovación per se. Quién sabe. Puede ser un hito efímero. Lo importante es que con esta elección presidencial se cierra definitivamente un ciclo de la política chilena, y se abre otro cuyo contenido todavía no está escrito.
La renovación, al contrario de lo que muchos creen, no viene aquí de arriba hacia abajo. Eso es lo que está haciendo una generación de alcaldes y parlamentarios que ha optado por un camino más largo, en terreno; que aprende a reconocer los méritos del adversario, que cree en el mérito por sobre la militancia, que cree que la eficiencia en la gestión es parte esencial de la ética pública, que rescata la innovación y el emprendimiento para la política, que tiene grandes sueños, que se atreve a jugársela por causas impopulares… pero con sentido.
Soy de los que creen que a esta manera de hacer política le llegó su hora de pasar a las ligas mayores. Y estoy seguro de que eso ocurrirá luego de esta elección presidencial, independiente del resultado. Creo en la promesa de Frei de ser puente entre generaciones. Pero la renovación va más allá de eso, y no puede depender de la voluntad de una sola persona. La verdadera renovación de la política chilena será demandada por la gente, será un proyecto colectivo y vendrá de abajo, o simplemente no será.
Valga un recuerdo de alguien que encarnó en forma nítida este espíritu: Edgardo Boeninger. El renovó la política chilena articulando acuerdos estratégicos de fondo entre fuerzas que parecían irreconciliables, y marcó una forma de hacer política estableciendo entendimientos para consolidar la democracia. ¿Alguien alguna vez lo oyó discursear sobre lo que haría? Nunca. El sencillamente lo hacía. Y lo hizo hasta el último día de su vida, que duró ochenta años. Murió escribiendo sobre el futuro. Ojalá muchos de los que parecemos jóvenes en el escenario político actual tuviéramos el espíritu de ese joven de 80.
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Para que esto no ocurra habrá necesariamente que definirla. No todos entendemos lo mismo y es hora de que pasemos al pizarrón. Para algunos, la renovación se reduce a un mero recambio generacional. Ello, como si la menor edad fuera garantía de nuevas prácticas, nobles valores y buenas ideas. Desde ya me declaro en contra de esta caricatura. Extremadas las cosas, prefiero mil veces a un viejo con espíritu joven, que a un joven con prácticas viejas.
En segundo lugar, la renovación no es, por definición, discursiva. Esta no se declara, se actúa; no se promete, se realiza; no es del futuro, es del presente. La renovación parte como un malestar frente a algo que no gusta, luego se transforma en una idea de cambio y, finalmente, se logra sólo cuando se transforma en una práctica. Por eso es que la renovación, más que anunciarse o comentarse, hay que mostrarla en hechos concretos. Sólo desde allí es creíble.
Hoy son muchos los que están renovando la sociedad chilena desde ámbitos muy distintos. Artistas plásticos, publicistas, escritores, activistas sociales, emprendedores culturales, académicos, en fin. En la política ocurre algo parecido. Muchos han visto al fenómeno ME-O como un acto de renovación per se. Quién sabe. Puede ser un hito efímero. Lo importante es que con esta elección presidencial se cierra definitivamente un ciclo de la política chilena, y se abre otro cuyo contenido todavía no está escrito.
La renovación, al contrario de lo que muchos creen, no viene aquí de arriba hacia abajo. Eso es lo que está haciendo una generación de alcaldes y parlamentarios que ha optado por un camino más largo, en terreno; que aprende a reconocer los méritos del adversario, que cree en el mérito por sobre la militancia, que cree que la eficiencia en la gestión es parte esencial de la ética pública, que rescata la innovación y el emprendimiento para la política, que tiene grandes sueños, que se atreve a jugársela por causas impopulares… pero con sentido.
Soy de los que creen que a esta manera de hacer política le llegó su hora de pasar a las ligas mayores. Y estoy seguro de que eso ocurrirá luego de esta elección presidencial, independiente del resultado. Creo en la promesa de Frei de ser puente entre generaciones. Pero la renovación va más allá de eso, y no puede depender de la voluntad de una sola persona. La verdadera renovación de la política chilena será demandada por la gente, será un proyecto colectivo y vendrá de abajo, o simplemente no será.
Valga un recuerdo de alguien que encarnó en forma nítida este espíritu: Edgardo Boeninger. El renovó la política chilena articulando acuerdos estratégicos de fondo entre fuerzas que parecían irreconciliables, y marcó una forma de hacer política estableciendo entendimientos para consolidar la democracia. ¿Alguien alguna vez lo oyó discursear sobre lo que haría? Nunca. El sencillamente lo hacía. Y lo hizo hasta el último día de su vida, que duró ochenta años. Murió escribiendo sobre el futuro. Ojalá muchos de los que parecemos jóvenes en el escenario político actual tuviéramos el espíritu de ese joven de 80.
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