En su columna del domingo pasado, Eduardo Engel pedía públicamente a los candidatos que difundieran sus programas de gobierno para que la gente pueda escoger bien por quién votar. Los programas de gobierno de los candidatos son una mezcla de manual del usuario y seguro de garantía. Nadie les presta mucha atención al momento de adquirir el producto. Pero son imprescindibles para hacer funcionar adecuadamente el producto y se convierten en esenciales si es que algo sale mal.
En cada elección, los candidatos presidenciales enfrentan un desafío complejo. Mientras más específicas sean sus propuestas y más detallados sus planes, más riesgos corren. Las promesas concretan pudieran ahuyentar votantes que piensan distinto. Los compromisos específicos pueden desalentar a los que no resultarán beneficiados. Los anuncios de reformas pueden polarizar al electorado. Por eso, los asesores comunicacionales a menudo aconsejan que mientras más generales las promesas, mejor. En tanto más hable de sueños y menos de proyectos específicos, menos amarrados quedará el candidato en caso de ganar la elección.
Pero lo que es bueno para los candidatos no es necesariamente bueno para los electores. Ya que existen pocas herramientas que obliguen a los políticos a cumplir sus promesas una vez en el poder, los compromisos públicos con propuestas concretas protegen más al electorado. Mientras y más específicos sean sus compromisos como candidatos, más alta será la sanción moral—y presumiblemente más baja la aprobación presidencial—en caso de incumplimiento.
Los programas de gobierno no convencen electores. Son pocas las personas que se dan el trabajo de leerlos detalladamente. Peor aún, la mayoría de aquellos que sí los leen tienen su voto decidido de antes. Los debates en torno a los programas de gobierno tampoco atraen la atención de la gente. Así como raramente leemos cuidadosamente un contrato al momento de adquirir un bien o muchas veces tratamos de hacer funcionar una nueva adquisición antes de leer el manual del usuario, los electores a menudo decidimos nuestro voto a partir de experiencias pasadas, tradiciones familiares, temores, sueños o cuestiones de piel. Pero aunque no lo leamos antes de comprar o firmar, siempre es mejor tener el manual de usuario y el contrato a mano. Cuando las cosas funcionan bien, sólo ocupan espacio. Pero si algo llega a funcionar mal, ayudan mucho e incluso nos protegen.
En política ocurre lo mismo. Si la economía anda bien y el país progresa, la gente pone poca atención al nivel de cumplimiento de las promesas que se hicieron en campaña. Si el presidente no hizo todo lo que prometió, pero lo que hizo lo hizo bien, estamos dispuestos a aceptar incumplimientos. Pero cuando las cosas andan mal, la revisión de los programas de gobierno permite asignar mejor las responsabilidades por los errores y omisiones y aprender lecciones para el futuro.
A menudo se dice que las campañas políticas se hacen en poesía pero los gobiernos se hacen en prosa. Un candidato difícilmente va a ganar una elección si es incapaz de proyectar sueños y de ganarse el corazón y la confianza de la gente. Del mismo modo, un gobierno dificultosamente podrá llegar a buen destino si no posee un programa de gobierno que estipule objetivos y prioridades y que especifique las formas y los mecanismos que se utilizarán para avanzar hacia esas metas. Idealmente, una buena campaña debiera tener poesía para ganarse el corazón de los votantes y prosa para mostrar una hoja de ruta y un proyecto claro para los cuatro años de gobierno.
Precisamente porque para llegar a ser gobierno primero hay que ganar la elección, la poesía a menudo desplaza a la prosa en las últimas semanas de campaña. Si bien el énfasis en la imagen y en los mensajes cortos y simbólicos es comprensible, sólo aquellas campañas que además de [+/-] Seguir Leyendo...
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