Concertación .Patricio Zapata
Está de moda decir que la Concertación y la derecha son casi lo mismo. Lo plantea, en primer término, Sebastián Piñera cuando avisa que su "cambio" consiste en seguir haciendo más o menos las mismas cosas que la Presidenta Bachelet (obsérvese cómo las encuestas enterraron la tesis del "desalojo"). Esa supuesta afinidad también es postulada, en plan crítico, por un trío de candidatos que hasta hace nueve meses, nueve semanas y nueve días, respectivamente, todavía estaban en la Concertación.
No puedo compartir esta tesis. La Concertación y la derecha son cosas muy distintas. Es, ni más ni menos, la diferencia entre políticas socialdemócratas y políticas neoliberales. Es una cuestión de praxis política. De ayer y de hoy.
Detengámonos en la forma en que una y otra enfrentan una crisis económica. En 1931, Ibáñez se empecinó en responder al desempleo con recortes en el gasto público y reducción de sueldos. Los ortodoxos lo persuadieron de que, con tal de mantener el patrón oro, la sociedad debía hacer un doloroso ajuste.
En 1955, los técnicos de la Misión Klein Sacks, con el apoyo entusiasta de la derecha, convencieron al gobierno de que la única manera de bajar la inflación era, entre otras cosas, eliminando la reajustabilidad automática de las pensiones y reduciendo los salarios reales.
En 1982, los asesores económicos de la dictadura de Pinochet impusieron un ajuste que, entre otras cosas, supuso privar a los pensionados de parte de la jubilación a que tenían derecho. El empecinamiento dogmático en aferrarse más allá de lo razonable a un dólar fijo agudizó los problemas. Principales perjudicados, los cientos de miles de cesantes del período 1983-1987.
Hoy somos testigos, por contraste, de la puesta en práctica de la respuesta socialdemócrata ante la crisis económica. El Estado, lejos de reaccionar sacrificando empleos o recortando gasto social, intensifica la protección de los sectores más débiles. Esta política es posible, no sólo por el buen precio reciente del cobre y por sensatas políticas fiscales, sino, principalmente, porque existe una voluntad política de sello social.
No daba lo mismo, entonces, que en 2005 hubieran ganado los que criticaban a la candidata de la Concertación por querer profundizar la construcción de un Estado de Bienestar e insistían, repitiendo el catecismo neoliberal, en rebajas tributarias, desregulación y retirada del Estado. Tampoco da lo mismo hoy. Con todo su desgaste -y por Dios que lo tiene-, la Concertación sigue siendo, por lejos, la fuerza política que mejor sirve a los derechos e intereses de los trabajadores, los jóvenes marginados, las mujeres jefas de hogar, los jubilados y los pobres en general.
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No puedo compartir esta tesis. La Concertación y la derecha son cosas muy distintas. Es, ni más ni menos, la diferencia entre políticas socialdemócratas y políticas neoliberales. Es una cuestión de praxis política. De ayer y de hoy.
Detengámonos en la forma en que una y otra enfrentan una crisis económica. En 1931, Ibáñez se empecinó en responder al desempleo con recortes en el gasto público y reducción de sueldos. Los ortodoxos lo persuadieron de que, con tal de mantener el patrón oro, la sociedad debía hacer un doloroso ajuste.
En 1955, los técnicos de la Misión Klein Sacks, con el apoyo entusiasta de la derecha, convencieron al gobierno de que la única manera de bajar la inflación era, entre otras cosas, eliminando la reajustabilidad automática de las pensiones y reduciendo los salarios reales.
En 1982, los asesores económicos de la dictadura de Pinochet impusieron un ajuste que, entre otras cosas, supuso privar a los pensionados de parte de la jubilación a que tenían derecho. El empecinamiento dogmático en aferrarse más allá de lo razonable a un dólar fijo agudizó los problemas. Principales perjudicados, los cientos de miles de cesantes del período 1983-1987.
Hoy somos testigos, por contraste, de la puesta en práctica de la respuesta socialdemócrata ante la crisis económica. El Estado, lejos de reaccionar sacrificando empleos o recortando gasto social, intensifica la protección de los sectores más débiles. Esta política es posible, no sólo por el buen precio reciente del cobre y por sensatas políticas fiscales, sino, principalmente, porque existe una voluntad política de sello social.
No daba lo mismo, entonces, que en 2005 hubieran ganado los que criticaban a la candidata de la Concertación por querer profundizar la construcción de un Estado de Bienestar e insistían, repitiendo el catecismo neoliberal, en rebajas tributarias, desregulación y retirada del Estado. Tampoco da lo mismo hoy. Con todo su desgaste -y por Dios que lo tiene-, la Concertación sigue siendo, por lejos, la fuerza política que mejor sirve a los derechos e intereses de los trabajadores, los jóvenes marginados, las mujeres jefas de hogar, los jubilados y los pobres en general.
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