miércoles, febrero 04, 2009

Sexo en la piel. Josep Tomas


Tuve un amigo que vivía en Londres y de vez en cuando (sobre todo a altas horas de la noche y con unos cuantos gin-tonics entre pecho y espalda) disfrutaba invadiendo el espacio vital de algún inocente anglosajón simplemente por diversión y para ver cómo se agobiaba la pobre víctima.

Todos tenemos nuestro espacio vital, en general un metro y medio a nuestro alrededor que marca una distancia de seguridad imaginaria, si bien es cierto que en algunas culturas esa distancia es mucho más grande. Como mi ex amigo era guapo y simpático nunca se llevó una hostia, sin embargo el experimento era muy útil para constatar el tabú que supone en muchos sitios un simple roce en la piel. Nuestra ascendencia latina y mediterránea siempre ha comportado que seamos un pueblo muy tocón y con la vista en los dedos, aunque en los últimos tiempos, ya sea por una cuestión de mimetización con otras culturas más austeras en las demostraciones de afecto o deseo, un ataque de timidez colectiva o la tan temida alarma social ("es que se oyen unas cosas, cari"), cada vez nos tocamos menos. El problema surge cuando nos llevamos a la cama el espacio vital de marras, cada vez más extenso e infranqueable, y dejamos de ser ese koala achuchable o esa estufita calentita tan habitual en la primera fase de toda relación sentimental o erótico-festiva para convertirnos en un témpano de hielo con la misma sensibilidad epidérmica que un lituano
Los que nos dedicamos a esto de la divulgación sexual solemos afirmar, y no por cachondeo sino en aras de una necesaria 'desgenitalización' (y que me perdone la RAE) del sexo, que el cerebro es nuestro mayor órgano sexual. En segundo lugar, en el hipotético caso que se pudiera establecer una lista en plan los 40 principales, encontraríamos la piel. No se trata de un mero recurso poético. En cada centímetro de nuestra piel encontramos casi un metro de vasos sanguíneos, diez folículos pilosos y 100 glándulas sudoríparas.

Aunque todos estos datos recuerden poderosamente al mostrador de una carnicería, podemos resumirlos en el hecho que en una pulgada existen entre catorce mil y dieciocho mil receptores nerviosos. Queda claro el extraordinario potencial sensual de la superficie de nuestro cuerpo. Tan desaprovechada en muchas ocasiones, la pobre.

Al hablar en el anterior post de la importancia de los prolegómenos en nuestras relaciones sexuales, pasamos de puntillas por el tema de las caricias y los masajes (no necesariamente aplicados exclusivamente en la zona genital).

En general dedicamos muy poco tiempo a explotar el potencial erótico de la piel, ni siquiera simplemente con nuestras manos. De acuerdo que hay personas poco hábiles con tendencia a manipular nuestras carnes como si fuéramos un lomo de cerdo. Sólo les falta salpimentar y meterte en el horno. Sin embargo, todo en esta vida tiene arreglo y el uso de aceites o lubricantes puede convertir el tacto de la mano más encallecida o de maneras abruptas en una caricia cargada de sensualidad. Evidentemente es imposible que cada vez que hagamos el amor terminemos embadurnados como la criatura del pantano o un chipirón a la andaluza, sin embargo no está de más plantearse de vez en cuando alguna sesión erótica 'especial' de cara a descubrir nuevas formas de placer y no limitarse al bum-bum de todas las semanas (bueno, los que pueden, que está la cosa fatal).

La gama de productos destinados a explotar el potencial erótico de la piel cada vez es mayor. Aceites aromáticos, cremas, polvos, pinturas corporales... Todos ellos consiguen que la piel se vuelva resbaladiza y suave y su olor agradable permite que los sentidos vuelen por libre sin que parezca que te has perdido en la planta baja de El Corte Inglés. Es cuestión de probar y dejarse llevar. Todo sea por redescubrir la sexualidad implícita en nuestra piel.

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