La DC y la Junta . Victor Farías. Cartas a La Segunda
Señora Directora:
La respuesta de don Eduardo Cerda G. a mi artículo relativo a la actitud de Patricio Aylwin y la Democracia Cristiana ante la Junta Militar de Gobierno, tal como lo revelan las actas, constituye un motivo inmejorable para ilustrar la relevancia de la investigación científica en la vida política. Es usual que para entender la historia política chilena del siglo XX se acuda a los “recuerdos”, la “memoria” y las “vivencias”, fuentes sin fundamento documental y por tanto manipulables en grado extremo. En el caso presente, el señor Cerda, al verse enfrentado a un documento, no encuentra nada mejor para invalidarlo que reemplazarlo por un “recuerdo” y trata de hacernos creer que él es más veraz. Con candidez afirma que participó en la audiencia y que, como temía la falsificación de los hechos, él, Patricio Aylwin y Osvaldo Olguín redactaron un acta veraz. Y agrega que —confirmando sus temores— los agentes malignos del Ejército, ya a los dos días, allanaron su casa y, revolviéndolo todo, se robaron el acta. Los militares parece que intuyeron la existencia del documento, se adelantaron a los hechos y lo destruyeron. Aylwin, Cerda y Olguín, pese a ser plenamente conscientes de la importancia del acta, no tomaron precaución alguna y ni siquiera pensaron en hacer las copias que siempre se conservan en tales casos. Recién ahora, cuando revelé la existencia del acta, la memoria del señor Cerda se iluminó.
Sucede, sin embargo, que Aylwin en al menos dos entrevistas (El Mercurio y ante Patricia Arancibia) habló de la audiencia del 20 de octubre de 1973 y ni siquiera insinuó los hechos que narra Cerda. Este nos cuenta que, pese a que los miembros de la Junta habían puesto sus pistolas sobre la mesa, Aylwin, en un gesto desafiante y osado, no sólo los reprendió por sus atropellos a los derechos humanos y cívicos, les otorgó un plazo perentorio para que se fueran y, lo que es absolutamente inédito e insólito, los culpó “por la cantidad de armas en poder de los civiles”.
En resumen: los militares habrían elaborado un acta falsa para no mostrarla, pese a su relevancia; Aylwin, Olguín y Cerda escribieron el acta verdadera, pero no la conservaron ni la dieron nunca a conocer. La versión del señor Cerda resulta ser así una historia incoherente, que incluso da la impresión de una voluntaria y urgida falsificación de hechos indesmentibles. Esto, en cuanto al documento. En lo relativo al entorno histórico, ya no hay nadie que ponga en duda el colaboracionismo de Aylwin y su partido hasta el momento en que vieron como imposible su retorno al poder con el apoyo de las Fuerzas Armadas.
En mi obra reciente, «La muerte del camaleón», he mostrado a cabalidad que la tragedia de la DC no es el haber cambiado de piel y color según la ocasión, porque a veces cambiar de ideas es necesario según la realidad lo exige. Su tragedia, como todos los populismos, es haber sido siempre simultáneamente muchas cosas según la conveniencia oportuna y los principios del espíritu corrupto.
Prof. Dr. Víctor Farías
Universidad Andrés Bello
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La respuesta de don Eduardo Cerda G. a mi artículo relativo a la actitud de Patricio Aylwin y la Democracia Cristiana ante la Junta Militar de Gobierno, tal como lo revelan las actas, constituye un motivo inmejorable para ilustrar la relevancia de la investigación científica en la vida política. Es usual que para entender la historia política chilena del siglo XX se acuda a los “recuerdos”, la “memoria” y las “vivencias”, fuentes sin fundamento documental y por tanto manipulables en grado extremo. En el caso presente, el señor Cerda, al verse enfrentado a un documento, no encuentra nada mejor para invalidarlo que reemplazarlo por un “recuerdo” y trata de hacernos creer que él es más veraz. Con candidez afirma que participó en la audiencia y que, como temía la falsificación de los hechos, él, Patricio Aylwin y Osvaldo Olguín redactaron un acta veraz. Y agrega que —confirmando sus temores— los agentes malignos del Ejército, ya a los dos días, allanaron su casa y, revolviéndolo todo, se robaron el acta. Los militares parece que intuyeron la existencia del documento, se adelantaron a los hechos y lo destruyeron. Aylwin, Cerda y Olguín, pese a ser plenamente conscientes de la importancia del acta, no tomaron precaución alguna y ni siquiera pensaron en hacer las copias que siempre se conservan en tales casos. Recién ahora, cuando revelé la existencia del acta, la memoria del señor Cerda se iluminó.
Sucede, sin embargo, que Aylwin en al menos dos entrevistas (El Mercurio y ante Patricia Arancibia) habló de la audiencia del 20 de octubre de 1973 y ni siquiera insinuó los hechos que narra Cerda. Este nos cuenta que, pese a que los miembros de la Junta habían puesto sus pistolas sobre la mesa, Aylwin, en un gesto desafiante y osado, no sólo los reprendió por sus atropellos a los derechos humanos y cívicos, les otorgó un plazo perentorio para que se fueran y, lo que es absolutamente inédito e insólito, los culpó “por la cantidad de armas en poder de los civiles”.
En resumen: los militares habrían elaborado un acta falsa para no mostrarla, pese a su relevancia; Aylwin, Olguín y Cerda escribieron el acta verdadera, pero no la conservaron ni la dieron nunca a conocer. La versión del señor Cerda resulta ser así una historia incoherente, que incluso da la impresión de una voluntaria y urgida falsificación de hechos indesmentibles. Esto, en cuanto al documento. En lo relativo al entorno histórico, ya no hay nadie que ponga en duda el colaboracionismo de Aylwin y su partido hasta el momento en que vieron como imposible su retorno al poder con el apoyo de las Fuerzas Armadas.
En mi obra reciente, «La muerte del camaleón», he mostrado a cabalidad que la tragedia de la DC no es el haber cambiado de piel y color según la ocasión, porque a veces cambiar de ideas es necesario según la realidad lo exige. Su tragedia, como todos los populismos, es haber sido siempre simultáneamente muchas cosas según la conveniencia oportuna y los principios del espíritu corrupto.
Prof. Dr. Víctor Farías
Universidad Andrés Bello
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