¿Quién hará la diferencia? Johhn Biehl.
Siempre será importante tener una idea de aquello que puede estar en juego y sus consecuencias más probables en eventos destacados del devenir democrático.
Es parte de la normalidad que en el plano internacional tengamos violencia y guerras brutales. Irrumpen sin aviso. Ya sean operativos de personas, grupos o estados; todos tienen rasgos de terrorismo, donde ya no existe la piedad. Ver caer torres gigantes con miles de inocentes calcinados, donde víctimas y espectadores nunca sabrán el porqué, o pueblos arrasados, donde ser niño no es razón para sobrevivir o conservar a su madre, son dolores de cada día
Miramos estos hechos en nuestros artefactos electrónicos y se confunden con incontables ofertas de entretenciones y juegos infantiles. ¿Cuál es la realidad? ¿Cuál la ficción? El mundo del terrorismo globalizado es cada día más insensible: impávidos aceptamos las noticias que hablan de cómo el cólera y otras epidemias andan sueltas; que la piratería se instaló en Somalia; que los emigrantes son maltratados por huir del hambre; que el siniestro secuestro de personas afecta a miles, y más y más.
La Tierra está caliente, por luchas que han establecido al peor de los terrorismos como fuerza que equipara sus posibilidades de victoria con los actores más poderosos. El viejo equilibrio, sustentado en la temida posibilidad de un holocausto nuclear, ha sido remplazado por un estado de “desequilibrio latente” de impredecibles consecuencias en forma y lugar. El ejercicio ordenador unipolar se autodestruyó y el multilateralismo languidece en burocracias dedicadas a multiplicar y embellecer sus lavamanos.
Miramos este panorama por encima de la cordillera o en el horizonte sin fin del Pacífico, y nos limitamos a los pupitres de las declaraciones. Sin mucho rigor, denunciamos las violaciones de allí, ignoramos las de allá. Como, por lo general, son hechos que hoy no nos afectan directamente, jugueteamos alegremente con el relativismo. Nos comportamos con el pragmatismo de los grandes, sin influir el juego.
Así como la gran mayoría de las dictaduras se justifican en nombre de la libertad, es también verdad cómo en la economía se concentran fortunas en nombre de salvar los trabajos de los más pobres. Son momentos de engaño supremo. Hechas las declaraciones en favor de la libertad y el trabajo, lo primero que se llenan son las cárceles y se vacían los estómagos. Son los caminos ofrecidos para aprender a ser libres y enseñarnos a ser competitivos.
Antes de sentir las verdaderas consecuencias de esta crisis mundial, se van formando grandes consensos: el libre mercado es imprescindible para crear riqueza. Su funcionamiento requiere de un fuerte control estatal. La corrupción es inmensamente superior en el sector privado que en el público.
Para afrontar esta crisis, ¿habrá esta vez coraje para confiar en los que menos tienen? ¿Es eso posible? ¿Avanzar en la promoción de oportunidades? Las grandes directrices vendrán desde fuera y hasta ahora sólo se escuchan generalidades, lugares comunes, retóricas en todos los colores, pero los dineros van a los mismos de siempre, y desde allí no fluyen a nadie más. Lo mismo está sucediendo entre nosotros.
En Chile, la máscara de hierro puesta a la democracia se ha ido sacando lenta y dolorosamente. La gran interrogante ahora es si pondremos igual máscara, a la que entonces colocamos, a la crisis económica. ¿Tendremos la capacidad política entre nosotros para que esta crisis sea utilizada como un gran cauce de transformación económica?
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