lunes, diciembre 22, 2008

En defensa del voto obligatorio.Carlos Huneeus .


¿Por qué no hacer voluntaria la educación y decir que es un derecho al cual pueden renunciar los padres, los niños o adolescentes? Los impuestos se pagarían si el contribuyente así lo desea, etc. No basta dejarlo a la libertad individual, como no se permite que el ciudadano maneje en las calles como se le da la gana.

Se discute en el Congreso una reforma para establecer la inscripción automática y el voto voluntario. No es un tema menor, porque se refiere a un recurso fundamental de la democracia, cuya importancia se ha visto desvanecida en el último tiempo como consecuencia del impacto de la revolución cultural producida por la transformación económica de orientación neoliberal norteamericana impuesta por la dictadura, que se caracteriza, entre otros rasgos, por subordinar la política a la economía y privilegiar un individualismo extremo.

Sectores de la Concertación han asumido partes de esa revolución cultural y la permisividad hacia el voto voluntario es una de sus manifestaciones, como también el énfasis en la "economía de mercado" y no en la "economía social de mercado", un adjetivo que implica un cambio sustancial en el sistema económico y en la visión idealizada del mercado y de los empresarios. Mi rechazo al voto voluntario tiene en cuenta estas consideraciones acerca de la evolución institucional del país en las últimas décadas, reivindicando la primacía de la política sobre la economía y la oposición al individualismo extremo.

Soy partidario de la inscripción automática porque constituye una irritante desigualdad que exista inscripción automática para el servicio militar y no se admita para ser ciudadanos. Se pueden hacer importantes gestiones por internet -pagar impuestos, comprar y vender-, pero no se puede inscribir en los registros electorales. La ciudadanía se adquiere automáticamente al cumplir 18 años de edad.

Apoyo el voto obligatorio y, aún más, hacer efectiva la obligatoriedad, aplicando las sanciones por no ejercerlo o exigir haber votado para determinados trámites públicos, como en el Brasil. Se justifica porque es una institución fundamental de la democracia, es como el aire que respiramos. Sin elecciones, no hay democracia y con pocos electores, tampoco.

Chile tiene un grave problema de representación con los jóvenes que no se inscriben, y la ciudadanía es crítica de los políticos. Chile requiere estímulos para incrementar la participación política y no para debilitarla. El voto voluntario agravará los defectos y problemas de nuestra democracia, en vez de ayudar a corregirlos. Y no es indiferente cuanta gente vota. Debe promoverse la participación para fortalecer la democracia.

Los argumentos a favor del voto voluntario son débiles y reafirman la centralidad del voto obligatorio para la democracia. El Instituto Libertad y Desarrollo, rechaza la inscripción automática y defiende la voluntariedad del voto, que sería "un derecho y no un deber" y la eliminación de la obligatoriedad del sufragio "aumentaría la libertad de las personas porque tendrían la posibilidad de decidir en qué elecciones quieren participar y en cuáles no". Peligroso argumento, porque se puede aplicar a otros ámbitos: ¿Por qué no hacer voluntaria la educación y decir que es un derecho al cual pueden renunciar los padres, los niños o adolescentes? Los impuestos se pagarían si el contribuyente así lo desea, etc. No basta dejarlo a la libertad individual, como no se permite que el ciudadano maneje en las calles como se le da la gana.

El discurso a favor de la libertad que hacen ciertos personeros de la derecha plantea nuevos problemas, porque lo justifican principalmente para que el Estado no regule la actividad económica y favorecer un tipo de libertad económica que tiene por finalidad beneficiar a los grandes empresarios. Además, su aplicación en la realidad significa entregar más poder a quienes tienen más recursos económicos y políticos, es decir, aumenta las desigualdades. Se abusa con la palabra "libertad", un bien que los chilenos valoramos porque su ausencia durante 17 años produjo enormes daños.

Se justifica el voto voluntario porque con ello se mejoraría la calidad de la política, pues "los candidatos se verán más obligados a hacer bastante más que aparecer en televisión, sonreír como chicos buenos...", escribía Agustín Squella. Este razonamiento confunde un buen objetivo, complejo y que depende de muchos factores, con un medio equivocado, que tiene efectos perjudiciales en el sistema político que los partidarios del voto voluntario ignoran.

El voto voluntario tiene varios efectos negativos para la democracia que aconsejan su rechazo. En primer lugar, disminuye la participación electoral, como lo demuestra una amplia bibliografía, que concluye que el único recurso que aumenta la participación electoral es el voto obligatorio.

En segundo lugar, el voto voluntario tiene el efecto negativo de aumentar la desigualdad política, una consecuencia muy lamentable en un país en que hay "escandalosas desigualdades" económicas y sociales, como dijeron los obispos en 2005. Esto se produce porque favorece a los que tienen mayor interés en la política y mayor educación; es decir, personas económicamente favorecidas. Por el contrario, desincentiva la participación electoral de quienes tienen un bajo interés en la actividad política y baja educación, que son mayoritariamente los pobres. El voto voluntario fortalece las desigualdades, en vez de debilitarlas, que constituye un imperativo ético.

En tercer lugar, el voto voluntario aumenta la importancia del dinero en política, que en Chile ha adquirido niveles peligrosamente altos. El voto voluntario, en un contexto de apatía política y de fuerte crítica a los políticos y desconfianza en el Congreso y los parlamentarios, obligará a los candidatos y a los partidos a destinar mayores recursos para movilizar a sus electores. El escandaloso nivel del gasto de las campañas será aún mayor, haciendo más fuerte la dependencia de la política respecto del dinero. Se favorece una nueva desigualdad política, pues ayuda a los candidatos que tienen fortuna o con amigos millonarios.

En cuarto lugar, el fin del voto obligatorio constituye una falsa señal de apoyo a los jóvenes, que busca simpatizar con ellos porque se cree que apoyarían el voto voluntario. Se cae en el nuevo populismo, que consiste en decir cosas agradables a las personas y no enfrentar las complejas y duras verdades de la realidad. La política no es sólo decir cosas simpáticas; tiene que ver con asumir sacrificios, superar divisiones y adoptar decisiones que pueden ser impopulares. Y, muy especialmente en momentos de crisis económica, se trata de explicitar la necesidad de asumir sacrificios y obligaciones con el país, así como también resaltar la solidaridad y rechazar el individualismo.

Es una pésima señal al país porque en la comunidad política hay que tener relaciones basadas en derechos y obligaciones, compromisos y lealtades, no relaciones individuales en que cada uno hace lo que se le da la gana.

Los partidarios del voto voluntario no miran la experiencia comparada porque no les favorece. El fin del voto obligatorio en Venezuela en 1993 tuvo efectos devastadores en la participación electoral, en un momento en que los partidos establecidos tenían baja confianza ciudadana y el desempeño de los gobiernos de los partidos tradicionales, AD y COPEI, estaba fuertemente cuestionado y se comenzaba a debilitar la participación electoral. Esta participación cayó del 82% en los comicios parlamentarios de 1988, al 60% en las de 1993, y al 54% en las de 1998. La caída de la participación electoral en los comicios presidenciales fue similar, agravando los problemas de legitimidad de los partidos históricos, lo cual desembocó en una grave crisis de la democracia y en la elección como Presidente de Hugo Chávez, un ex militar golpista, que está conduciendo el país a una difícil situación política interna y a una conflictiva posición internacional. Habrá que tener presente la experiencia de Venezuela cuando se debate el fin del voto obligatorio.

El voto obligatorio fue eliminado en Holanda y no tuvo mayores consecuencias en la participación electoral porque los holandeses tienen una sólida cultura cívica, con una alta confianza interpersonal y un estado social de derecho que crea fuertes relaciones de solidaridad, que favorece el convencimiento de que el voto es un deber cívico. Estas condiciones institucionales hacen muy difícil extrapolar el caso holandés a países que no tienen esos recursos, como Chile.

Por todas estas razones, soy partidario de mantener el voto obligatorio y hacerlo efectivo, porque cuando no se fiscaliza, tiene los mismos efectos que el voluntario, que debiera ser rechazado por los argumentos que he dado antes.

Los cambios de las instituciones tienen que hacerse de acuerdo a las singularidades del país y no por razones ideológicas o cálculo electoral. El voto voluntario beneficia claramente a la derecha y perjudica a las demás fuerzas políticas. Afortunadamente, se requiere una reforma constitucional para terminar con el voto obligatorio, que hará muy difícil que parlamentarios de la Concertación le den su aprobación. Es lo que esperamos.

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