viernes, diciembre 19, 2008

Entre los modelos de Aylwin y Lavín.Patricio Navia


A un año de la elección presidencial, Sebastián Piñera enfrenta un escenario favorable pero no carente de desafíos. Si el favorito para suceder a Bachelet se confía demasiado en su ventaja en las encuestas, correrá el riesgo de ser castigado por un electorado que no está convencido con la idea de que la derecha llegue a La Moneda. Si en cambio hace demasiada campaña, arriesgará alienar a un país que está cada vez menos interesado en la política y que crecientemente desconfía de los políticos.
Hace 20 años, Chile se preparaba para un todavía más complejo cambio. Después de su victoria en el plebiscito, la Concertación necesitaba reducir los temores de muchos que, cansados de Pinochet, dudaban de la capacidad de la centroizquierda para gobernar exitosamente. A su vez, la Concertación necesitaba mantener y profundizar su ventaja en las encuestas. Patricio Aylwin, que entonces también enfrentaba oposición interna en su partido y llamados desde su coalición para tener dos candidatos, entendió que necesitaba asumir una posición presidencial que facilitara la transición y diseñar con una estrategia de campaña que evitara la aparición de liderazgos alternativos. La fortaleza y unidad de los partidos de la Concertación, que además representaban la diversidad de la sociedad, y la disciplina de sus líderes se complementaron con cuadros técnicos que preparaban políticas de gobierno. La Concertación convenció con su promesa de diversidad, pluralismo e inclusión de su campaña de “la alegría ya viene.”



Hace 10 años, en cambio, la Alianza desperdició una inmejorable oportunidad para llegar al poder cuando su candidato, Joaquín Lavín, personalizó la campaña y optó por promesas populistas pero carentes de sustento técnico (vender el avión presidencial, prometer la selección nacional para su gabinete pero colmar la campaña con amigos personales históricos). Pese a las dificultades económicas por las que atravesaba el país, la impopularidad del saliente presidente Eduardo Frei y los errores de soberbia cometidos por la campaña de Lagos, Lavín perdió la oportunidad de convertirse en el primer presidente de derecha. Mucho más preocupado de hacer una campaña que estuviera constantemente en los medios de comunicación que de asegurar a los electores indecisos que tenía las ideas, capacidad y equipos para gobernar bien, Lavín fue incapaz de convencer a los chilenos que podía ser un buen presidente y liderar una coalición incluyente, pluralista y capaz de garantizar la gobernabilidad.



Al escoger entre la exitosa estrategia de Aylwin de actuar como presidente antes de ganar la elección y la fracasada apuesta de campaña permanente de Lavín, Piñera no debería tener dudas. Pero además de evitar la campaña permanente con apariciones excesivas en los medios, Piñera debe entender que su principal desafío hoy es apaciguar los temores de un electorado agotado de los gobiernos concertacionistas pero dudoso de tener a la derecha, y al propio Piñera, en el gobierno. Más que prometer reformas, Piñera debe demostrar que entiende la diversidad y pluralismo. Desde la derecha tradicional hasta el centro moderado, desde sus amigos empresarios de siempre hasta representantes de la diversa sociedad civil que existe en Chile, desde aquellos que concuerdan con sus ideas hasta los que lo que han expresado sus diferencias, Piñera debe construir la percepción de que el suyo será un gobierno que, reflejando el arcoíris de posturas y visiones que es Chile, sea también capaz de convencer al electorado que hay muchas y nuevas alegrías que ya vienen.

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