lunes, noviembre 24, 2008

Por favor lean esta carta a Ricardo Hormazabal y la respuesta de èl màs arriba. cespinoza.


Estimado Ricardo:

Con dolor hemos leído la carta abierta que mandaste hace algunos días. Con estupor vimos se hacia pública por varios medios de comunicación. Con tristeza te escribimos está carta abierta.

Probablemente no sabes quienes somos. Basta con decirte que entre nosotros hay gente que estudio en la educación pública y becada en la Universidad, así como otros tuvieron la suerte de hacerlo en el sistema privado. Entramos a la DC sin tener historias familiares con el partido lo hicimos por convicciones cristianas y por la historia de aquellos lideres -Leighton, Tomic, Bustos, Frei, Aylwin, Orrego Vicuña- que con principios y acción cambiaron la historia de Chile.

Pertenecemos a una comunidad -Bernardo Leighton- donde a nadie le importaba nuestro origen, lo importante era que compartíamos el ideario político comunitario y también un profundo compromiso social. Varios hemos tenido el orgullo y el privilegio de trabajar en la administración publica, ha sido nuestra vocación. Tratamos de combinar la excelencia profesional, el trabajo social y la lógica comunitaria en la acción política y en el trabajo en el Estado. Tratamos -como antes- en nuestras prácticas, de ser fraternos, pero sobre todo afectuosos y leales a nuestros principios. También de ser honestos y no aguantar faltas a la ética en nuestra practicas políticas. Tratamos de decir de frente la verdad, pero tener claro que nuestra lealtad es con los principios y a quienes son consecuentes con ellos. Todo lo hemos hecho bajo la máxima de Don Bernardo "los principios se difunden con palabras y se ratifican con hechos". Como todos, nos hemos equivocado muchas veces, pero ante todo hemos tratado de mantener nuestra fraternidad y sobre todo saber que lo que nos une no son amistades, si no un acervo doctrinario, una historia política y una visión común del país.
Los que firmamos decidimos entrar a un partido en que creímos, cabían todos los que compartieran la identidad social cristiana. No importaba la extracción social, no importaba la responsabilidad que tocaba asumir, no importaba el rol que te tocara jugar, todos éramos parte de una comunidad política: “el partido demócrata cristiano”. Nos poníamos orgullosos cada vez que un democratacristiano asumía una alta responsabilidad pública, así como de aquellos que eran capaces de traspasar la doctrina y el testimonio a sus familias y amigos, convenciéndolos de entrar al partido por sus ideales. Pertenecemos al partido de Manuel Bustos y Horacio Walker. Un partido con identidad propia, sin apellidos: “más allá de izquierdas y derechas”.

No compartimos personalmente los juicios que hiciste sobre Jorge, Ignacio, Claudio, Clemente, y otros. No entendemos en que contribuían al bienestar de un partido en crisis. Mucho menos los compartimos políticamente. El peor daño que se puede hacer a una institución es denostar a quienes han asumido altas responsabilidades en nombre de ella, pues nos representaron a todos en sus tareas. Más allá de sus yerros, aciertos y diferencias, son parte fundamental de nuestra historia política. Creemos que ellos -como tú, cuando fuiste Diputado, Senador, Embajador y Presidente del Partido¬¬- cumplieron sus funciones públicas lealmente y tratando de hacer lo mejor para el país. Estamos orgullosos de todos vuestros éxitos y nos sentimos también parte de todos nuestros fracasos partidarios. Nos entristecimos tanto como tú cuando renunció Soledad Alvear, la admirábamos. También nos decepcionaría si ahora fagocitamos la candidatura de Frei y nos somos capaces de unirnos tras ella u otra que represente al partido.


Es cierto que en los Gobiernos de la Concertación no hemos logrado vencer la desigualdad, ni hemos logrado incluir a todos en el desarrollo y muchas veces nos hemos olvidado de la gente como Partido. No hemos logrado levantar incapaces de tener una oferta de futuro que permita que las personas confíen en los democratacristianos como herramientas de cambio social. Nuestra lucha debe ser por la justicia social. Sin embargo, hay algunos como Orrego, Undurraga, Puyol o Arriagada que han avanzado en ese sentido y lo ratificaron ganando por amplios márgenes su elección. Simplemente hicieron bien las cosas. A todos ellos debemos cuidarlos pues son parte del capital simbólico y político que nos va quedando.

Tú carta demuestra prácticas a las que nos sentimos ajenos y que rogamos estemos dispuestos a desterrar. La verdad ni siquiera la comprendemos mucho. Ya mucho daño ha hecho la cultura de los lotes internos, de las cuadrillas y camarillas de poder, como para seguir atrapados en esto. Si querías frenarlas, solo hiciste más grande la herida. Si querías marcar diferencias políticas, lo hiciste de la peor forma: con juicios personales y predatorios. Tus letras nos confunden, somos de aquellos que te escuchábamos cada junta y nos sorprendía tu compromiso. Tus frases dañan el poco capital que nos quedaba: la confianza. Tus palabras rompen la premisa básica de toda comunidad: el afecto.

Insistimos, los principios se difunden con palabras y se ratifican con hechos.

Por favor, en las entrañas del partido se incuba hace años un grito desesperado para que detengamos está absurda atomización. Está locura ha destrozado cada nuevo liderazgo que nace en el partido y mira con desconfianza toda nueva incorporación de liderazgos. No somos príncipes, ni guatones, ni chascones, ni gutistas, colorínes o freístas. No lo somos, y la verdad estamos cansados de la desesperación de todos por calificar al otro dentro de estos grupos. Por lo menos en el pasado existían diferencias doctrinarias que nos agrupaban, hoy sólo son datos referenciales para definir grupos de poder. Somos demasiados pocos en el partido como para alcanzar a calificarnos. No somos ni liberales ni conservadores. Nos sentimos mucho más que eso: tenemos el orgullo de ser humanistas cristianos.

Mientras muchos parecen preocupados de juntar fuerzas para la junta a través de la negación del otro, muchos esperamos la hora que depongan las armas y se preocupen de mirar el futuro. La próxima junta necesita menos retórica y más preocupación genuina por el Partido, por Chile y su futuro.

Partamos por renovarnos desterrando estas viejas prácticas. Renovemos poniendo al frente nuestros liderazgos morales. Desterremos el juego de la ficha y el padrón. Llamemos a conducir al partido a aquellos con legitimidad y liderazgo en la sociedad y no solo manejo en los códigos internos del partido. Abramos nuestras ventanas dejando entrar nuevos aires de renovación: invitemos a otros a entrar al partido. Hoy, hay que construir en tierra arrasada y para eso todos suman sin exclusión de edades, pero si de conductas. Debemos reconocer nuestros líderes y respaldarlos, no devorarlos como lo hemos hecho hasta ahora. Recuperemos nuestro sentido histórico que ofrecía fraternidad a Chile y líderes capaces de construir un país más justo, solidario y democrático. Hoy las personas piden partidos cercanos, eficientes y comprometidos con el bienestar, no atrapados en sus conflictos. Piden Partidos Políticos unidos y con representantes que simplemente hagan bien las cosas. Ofrezcamos un partido que se sustenta en una ética más poderosa que los fríos hechos o declamaciones.

La renovación entonces debe consistirán nuevos estilos representativos de un nuevo país. Debe consistir en ideas más que en retórica. Debe ofrecer a Chile liderazgos que recuperen la tradición política humanista cristiana y ofrezcan la transformación social que urgente requiere Chile.


Sebastián Iglesias R.
Cristóbal Acevedo F
Leonardo Jaña
Juan José Soto




“No basta recordar principios generales, manifestar propósitos, condenar las injusticias graves, proferir denuncias con cierta audacia profética; todo ello no tendrá peso real si no va acompañado en cada hombre por una toma de conciencia más viva de su propia responsabilidad y de una acción efectiva. Resulta demasiado fácil echar sobre los demás la responsabilidad de las presentes injusticias, si al mismo tiempo no nos damos cuenta de que todos somos también responsables y que, por tanto, la conversión personal es la primera exigencia”( Pablo VI, Octagesima Adveniens, 48).

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