miércoles, septiembre 12, 2007

.....AUTODEFINICION DE UN TECNOCRATA CONCERTACIONISTA.....Jaime Esponda.

Un respetado e influyente economista de la Concertación (no interesa el nombre, porque el asunto no es personal), representativo de muchos y Presidente de una empresa del Estado se define así, en “El Mercurio” de ayer:
“Yo pertenezco a la generación llamada , una mezcla de técnicos y burócratas. Lo que pensamos los que estamos en políticas públicas es que los criterios técnicos tienen que primar sobre las razones políticas que no están adecuadamente justificadas. Porque cuando los criterios técnicos priman vienen los beneficios sociales, las ganancias de eficiencias y la mayor generación de riqueza”.
ESTE PENSAMIENTO, ARRAIGADO EN MUCHOS MANDOS ALTOS Y MEDIOS, POR CIERTO CAPACES Y BIEN INTENCIONADOS, PROVOCA EN MÍ TAN PAVOROSO DESCONCIERTO, QUE ME OBLIGA A COMPARTIR ALGUNAS PREGUNTAS (A LAS QUE PUEDEN AGREGARSE OTRAS) INSPIRADAS EN AÑOS DE ADHESION A PRINCIPIOS ETICOS Y POLITICOS QUE INSPIRARON FUNDACIONALMENTE LA CONCERTACION DE PARTIDOS POR LA DEMOCRACIA.
PARA COMENZAR:
- Supuesto que no existe “un” criterio técnico aplicable a cada situación, ¿cuál es aquel que debe primar, ente los varios que actualmente existen (derivados, a su vez, de otras tantas teorías económicas?) ¿O, mejor, hay que aplicar el de hace dos décadas o el de hace diez años?
- ¿Qué sentido tiene sostener que razones políticas “adecuadamente justificadas” podrían primar sobre el criterio técnico, si acto seguido se asegura que éste siempre trae beneficios sociales, ganancias de eficiencia y más riqueza, de lo cual se infiere necesariamente la identificación de “mi” criterio técnico con el bien, constituyéndose, por tanto, en auténtico dogma moral?.
-¿En qué debieran apoyarse aquellas razones políticas, para que el tecnócrata las considere “adecuadamente justificadas” y, entonces, puedan primar sobre sus criterios técnicos? La propia formulación que él hace contiene la respuesta: en primer término, valga repetir, debe tratarse de “razones”, sin importar que, desde siempre, la política (gracias a Dios) se ha apoyado no solo en aquéllas (o lo que alguien entiende por tales), sino también en bases tan sólidas como la experiencia, la intuición, lo que la gente desea (así de simple) y, por cierto, las consecuencias sociales de la decisión que se adopte (es decir, todo aquello que, entre otras cosas, nos falló en el Transantiago y que, dramáticamente, está absolutamente fuera de la imaginación de nuestro amigo tecnócrata). En seguida, han de ser razones “justificadas”, es decir, “hechas razonablemente”, lo cual constituye un pleonasmo. Y, por último justificadas “adecuadamente”, o sea, de modo racional, o apoyadas en otras razones….
En definitiva, nuestro tecnócrata sólo acepta el imperio de una razón: aquella que se identifica con la suya propia, consistente en los criterios técnicos actualmente imperantes por él asumidos, con lo cual este copartícipe de la construcción democrática del país se acerca peligrosamente al “pensamiento único”, contra el cual ha arremetido un insospechado de “ideologismo” , como Nicolas Zarkozy.
Pareciera que, para nuestro tecnócrata, nada hay más peligroso que la ciencia y el arte de la prudencia, es decir, la inveterada y noble política, que combina la afirmación de principios e ideales con la práctica del realismo y la responsabilidad, virtudes ambas que hacen la diferencia entre el ser humano y las bestias… o los robots.
Al contrario, el gran peligro consiste en que nuestras sociedades, casi sin darse cuenta, se puedan ver avasalladas por un nuevo totalitarismo: el tecnocrático. Y lo digo con la autoridad que me otorga haber trabajado, en diversos momentos y ámbitos, con profesionales y técnicos, sobre la base del respeto mutuo al saber de cada uno y del principio básico de que nadie posee la verdad absoluta.
Gran responsabilidad tienen, para enfrentar esta amenaza a la libertad, nuestras Universidades.