MI TESTIMONIO SOBRE ADOLFO ZALDÍVAR.HÉCTOR CASANUEVA
Lo
conocí en la Universidad Católica, siendo él un joven profesor y yo un
estudiante de primer año
de derecho. Eran épocas difíciles, de definiciones rotundas, debates profundos
y apasionados sobre
modelos de sociedad, sobre la revolución en libertad, el camino propio, la unidad
social del
pueblo, las divisiones partidarias, en un contexto internacional de guerra
fría, de revolución cubana,
de la iglesia post-conciliar, la invasión de Checoslovaquia, la guerra de
Viet-Nam, el eurocomunismo
y el diálogo cristiano-marxista. El maestro Jaime Castillo nos iluminaba con
sus escritos
y sobre todo con su testimonio, mientras Claudio Orrego Vicuña lo hacía con su
análisis agudos
y visionarios sobre el dilema de Chile: solidaridad o violencia.
En
ese contexto y con ese entorno, Adolfo significó para muchos de los jóvenes
dirigentes de entonces
un ejemplo de consecuencia y valentía, que implicó mi reconocimiento para
siempre, más
allá de las diferencias que a lo largo de los años de militancia tuvimos,
especialmente al final de
su trayectoria en el PDC, y que lamentablemente significaron un natural
distanciamiento.
Una
de ellas, fue el apoyo explícito y público que nos dio como docente, poniendo
su cargo a disposición,
a la rebelión que por razones de conciencia encabezamos un grupo de estudiantes contra
las autoridades académicas, por unas inaceptables exigencias que se quisieron
implantar, consistentes
en que los profesores debían firmar una declaración explícita de no adhesión al marxismo,
y la prohibición de incluirlo en los programas ni siquiera a título académico.
Otra de sus
conductas consecuentes de las que puedo dar testimonio, fue su participación
activa y muy comprometida
cuando se hizo cargo de la campaña de Tomic a la cabeza de un grupo de la DC de la
UC y militantes de base de La Cisterna, en comunas populares de Santiago, de
San Antonio y todo
el litoral central, en las que, dicho sea de paso, los enfrentamientos con los
partidarios de la UP
eran cotidianos y de alto riesgo.
Mucho
después, colaboré con él en temas doctrinarios y programáticos cuando fue
presidente del
partido, época en que me solicitó preparar documentos y recuperar escritos
doctrinarios, uno
de cuyos frutos fue el libro “Vigencia de Maritain”, prologado por él y
presentado en un acto masivo
en el Centro Gabriela Mistral en la sede del PDC. Insistía en que había que
basarse en los fundamentos,
para cuestionar y cambiar el modelo de desarrollo, defender a las pymes, a los consumidores
y recuperar el centro político.
Lamenté
profundamente el curso que fueron tomando las cosas hasta que el Tribunal Supremo del partido
decidió su expulsión. Porque si bien, en mi opinión y la de muchos, él estaba
equivocado en
su proceder para con la dirigencia, y en cierto modo forzó e hizo inevitable
una definición como
la que se produjo, tenía tras de sí una incuestionable trayectoria de
compromiso político democrático
y de defensa de los derechos humanos durante la dictadura.
Creo
que el gesto de reconocimiento público que ha hecho el PDC a la hora de su
muerte, es justo, necesario
y reivindica lo mucho positivo que aportó Adolfo a nuestro partido, a la recuperación democrática
y al país.
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