viernes, marzo 01, 2013

MI TESTIMONIO SOBRE ADOLFO ZALDÍVAR.HÉCTOR CASANUEVA


Lo conocí en la Universidad Católica, siendo él un joven profesor y yo un estudiante de primer año de derecho. Eran épocas difíciles, de definiciones rotundas, debates profundos y apasionados sobre modelos de sociedad, sobre la revolución en libertad, el camino propio, la unidad social del pueblo, las divisiones partidarias, en un contexto internacional de guerra fría, de revolución cubana, de la iglesia post-conciliar, la invasión de Checoslovaquia, la guerra de Viet-Nam, el eurocomunismo y el diálogo cristiano-marxista. El maestro Jaime Castillo nos iluminaba con sus escritos y sobre todo con su testimonio, mientras Claudio Orrego Vicuña lo hacía con su análisis agudos y visionarios sobre el dilema de Chile: solidaridad o violencia.


En ese contexto y con ese entorno, Adolfo significó para muchos de los jóvenes dirigentes de entonces un ejemplo de consecuencia y valentía, que implicó mi reconocimiento para siempre, más allá de las diferencias que a lo largo de los años de militancia tuvimos, especialmente al final de su trayectoria en el PDC, y que lamentablemente significaron un natural distanciamiento.
Una de ellas, fue el apoyo explícito y público que nos dio como docente, poniendo su cargo a disposición, a la rebelión que por razones de conciencia encabezamos un grupo de estudiantes contra las autoridades académicas, por unas inaceptables exigencias que se quisieron implantar, consistentes en que los profesores debían firmar una declaración explícita de no adhesión al marxismo, y la prohibición de incluirlo en los programas ni siquiera a título académico. Otra de sus conductas consecuentes de las que puedo dar testimonio, fue su participación activa y muy comprometida cuando se hizo cargo de la campaña de Tomic a la cabeza de un grupo de la DC de la UC y militantes de base de La Cisterna, en comunas populares de Santiago, de San Antonio y todo el litoral central, en las que, dicho sea de paso, los enfrentamientos con los partidarios de la UP eran cotidianos y de alto riesgo.

Mucho después, colaboré con él en temas doctrinarios y programáticos cuando fue presidente del partido, época en que me solicitó preparar documentos y recuperar escritos doctrinarios, uno de cuyos frutos fue el libro “Vigencia de Maritain”, prologado por él y presentado en un acto masivo en el Centro Gabriela Mistral en la sede del PDC. Insistía en que había que basarse en los fundamentos, para cuestionar y cambiar el modelo de desarrollo, defender a las pymes, a los consumidores y recuperar el centro político.

Lamenté profundamente el curso que fueron tomando las cosas hasta que el Tribunal Supremo del partido decidió su expulsión. Porque si bien, en mi opinión y la de muchos, él estaba equivocado en su proceder para con la dirigencia, y en cierto modo forzó e hizo inevitable una definición como la que se produjo, tenía tras de sí una incuestionable trayectoria de compromiso político democrático y de defensa de los derechos humanos durante la dictadura.

Creo que el gesto de reconocimiento público que ha hecho el PDC a la hora de su muerte, es justo, necesario y reivindica lo mucho positivo que aportó Adolfo a nuestro partido, a la recuperación democrática y al país.