martes, febrero 26, 2013

La identidad del Partido Demócrata Cristiano Chileno.Nicolás Mena Letelier


I.      Consideraciones generales.

Se ha planteado en el debate del último tiempo tanto al interior del Partido Demócrata Cristiano como en la esfera pública, el tema de la "identidad del Partido Demócrata Cristiano en Chile". Por cierto, ésta no es una discusión banal, ya que parte de consideraciones fundamentales respecto al espacio que debe ocupar el Partido Demócrata Cristiano chileno, dentro del marco del sistema de partidos, pero también porque alude de manera principal a orientaciones fundamentales que deberían guiar la acción política de este partido en el próximo tiempo.
Es preciso partir de una definición fundamental. El Partido Demócrata Cristiano es un partido político. Esta puede aparecer aparentemente una afirmación inútil. Sin embargo no lo es, si consideramos que muy a menudo se definen a sí mismo como partidos, organizaciones que en la práctica son sólo facciones. En efecto, el término partido, etimológicamente significa "parte". Pero para que sea realmente un partido político, esta parte debe estar orientada hacia una "totalidad", es decir un partido político para ser  tal requiere entre otras cosas, tener un proyecto para toda la sociedad,  que está constituido por valores, creencias, e intereses diversos. Si no es así, aunque se llame partido político, no lo es, y normalmente son facciones, orientadas solamente a la obtención del poder por el poder  y a la satisfacción de intereses particulares, que no expresan fuerzas sociales significativas.

En cada época histórica, los partidos políticos que despliegan sus proyectos para la sociedad en su conjunto, se moldean en una dinámica tensión o conflicto entre los ideales y la realidad, las aspiraciones y las restricciones, los que propugnan el cambio y los que defienden la permanencia, los que ponen el énfasis en los valores, y aquellos otros que lo ponen en los intereses. Los partidos políticos, tienden a identificarse en una u otra dimensión de estos polos. Hay partidos que invocando el realismo, sostienen  que lo importante es expresar intereses, conquistar el poder, y manipular la sociedad para alcanzar sus objetivos. En el otro extremo, están aquellos partidos cuyo discurso está constituido por aspiraciones, por ideales, sin referencia alguna a las restricciones que plantea la propia realidad. Son voluntaristas. Pretenden hacer creer que la praxis política es una reproducción exacta de lo que se ha elaborado en el "pensar". Desprecian o desconocen la realidad y los intereses que en ella operan. Para la Democracia Cristiana, esta es una dicotomía falsa y simplista. Es falsa, porque la política es una "arquitectura social" compleja e interdependiente. En ella se conjugan valores, creencias e intereses. Es simplista, porque se pretende reducir todo a una sola dimensión, y no hay causas únicas de la realidad social. La realidad es siempre más compleja que los modelos que se pretenden fundar o los esquemas que se quieren construir. En este sentido, la  Democracia Cristiana tiene "ideología", es decir cómo lo diría Manheimm, "ideas para la acción".  Se concibe la política como acción. Pero la acción o las acciones suponen un discurrir sobre la acción, por mucho que la realidad ponga restricciones para la acción política y que nunca el pensamiento que se elabore, pueda tener una exacta concordancia con ésta. Ello no significa que la acción política no esté precedida de ideas. Si partimos de estos supuestos, significa que se está en la política para buscar en cada época histórica una síntesis creadora entre el pensamiento y la acción. La Democracia Cristiana nació a la vida política para cambiar la sociedad, para construir un nuevo orden social a partir del conocimiento de la realidad, que naturalmente es distinta en cada época histórica.
 Si hacemos una breve síntesis de su evolución y de sus planteamientos diversos para cada realidad del país, la Democracia Cristiana nació de una escisión del partido conservador, porque pretendía cambiar la sociedad. Se busco en esa época una síntesis creadora entre la democracia, el cambio social y la justicia, y se puso énfasis en que era posible realizar las transformaciones que el país requería a través de  métodos democráticos. Se opuso a quienes querían mantener el orden social sin cambios profundos y aquellos otros que en aquel período histórico ponían el énfasis en el cambio social, pero no necesariamente por métodos democráticos. Sin embargo, esto jamás hizo de la Democracia Cristiana un partido de centro en el sentido de ser un partido que estaba en medio entre la derecha y la izquierda. Por el contrario, su  planteamiento, aprobado en diversos congresos del Partido, fue:" estamos más allá de las derechas y de las izquierdas." Esta fue la tesis central que sostuvo siempre   Jaime Castillo Velasco.
Posteriormente,  se opuso al gobierno de la Unidad Popular, porque  se quería afirmar la vía democrática para la realización de los cambios en la sociedad chilena, cuestión que algunos partidos de la coalición de gobierno de aquella época, no valoraban suficientemente.
 Se opuso al régimen dictatorial del general Pinochet y fue  parte de la oposición democrática, junto a otros partidos de la izquierda chilena, primero a través de la alianza democrática y posteriormente de la coalición de partidos que fundaron la concertación de partidos por la democracia.
La Democracia Cristiana, no está en política para administrar más o menos eficientemente el actual orden de cosas. No es un partido pragmático, instrumental o desechable. Tampoco es un partido ideológico, en el sentido de un partido voluntarista que carece del conocimiento de las limitaciones y restricciones que  plantea la realidad. Se busca el poder para transformar la sociedad. En este contexto, no ha sido jamás un partido de centro. Se podría señalar, que en el contexto internacional particular en el cual él comunismo tenía una relevancia y el control de determinados países, la Democracia Cristiana se oponía a ese sistema, pero con la misma fuerza se oponía al sistema capitalista. Pero esto nunca  hizo de la DC un partido de centro, en el sentido de un partido equidistante, puesto que el espacio que siempre se ocupo fue el espacio de la transformación de la sociedad,  del cambio democrático. No otra cosa fue la "revolución en libertad," que impulsará el gobierno de Eduardo Frei Montalva. Quizás, políticamente se planteó que la Democracia Cristiana era un partido de centro en el contexto de la guerra fría. Pero ello nunca fue ni debiera ser la identidad básica del Partido Demócrata Cristiano Chileno.
Para los democratacristianos, su  ideología se fundamenta básicamente en el hecho de que la democracia está fundada en valores: el respeto a la dignidad de cada persona, la defensa irrestricta de la libertad, la búsqueda de la justicia y la  búsqueda de grados crecientes de igualdad en la sociedad. La democracia, no es sólo un mecanismo procedimental, es una forma de vida que parte del respeto a cada persona, y por tanto de la diversidad, base de la concepción de una sociedad plural. Por lo tanto en la dicotomía que anteriormente se planteaba, la Democracia Cristiana coloca el énfasis en los valores más que en los intereses, en el cambio más que la permanencia. Estos valores, se expresan de manera diversa en las realidades de cada momento histórico, en la que el Partido Demócrata Cristiano le corresponde actuar. Ello coloca como primer requisito, el adecuado conocimiento de la realidad, que hoy es distinta a la que existía hace  20 o 50 años.
 De esta manera, se parte del supuesto de la globalización de los mercados, pero también crecientemente, en el de las sociedades en su conjunto. No habrá desarrollo autárquico para ningún país. Esto implica que su aporte a la globalización deberá orientarse,  por una parte a qué la globalización no sea una nueva forma de exclusión y de desigualdad,  y por otra, a trabajar por la humanización de este proceso, no para ser excluyentes, sino para acoger a todas las corrientes humanistas, que son de diferentes credos religiosos y corrientes ideológicas y que buscan colocar en el centro del desarrollo a la persona como fin, y jamás bajo ninguna circunstancia, como un instrumento.
 Es dentro de este contexto, qué la Democracia Cristiana hace un aporte fundamental en el actual escenario político a la Concertación y a todos los partidos y movimientos de la oposición, para un proyecto para el Chile del siglo XXI que debería fundarse en dos ejes principales: la disminución de las desigualdades existentes en la sociedad chilena; y la promoción de una ética ciudadana.

II.    La disminución de las desigualdades.

La igualdad no es un estado sino un proyecto que supone un compromiso vital y permanente que impulse las convicciones y conducta de las personas. Es un principio de organización que estructura el devenir de la sociedad. La puesta en acción de un principio de igualdad no podrá apreciarse en un momento dado, sino en relación a una tendencia, pues se trata de un proyecto de sociedad, de un objetivo perseguido. El principio de igualdad es siempre una proyección hacia el futuro, y podría decirse, que debe operar a pesar del pasado y para cambiar el estado presente. La idea de igualdad se opone al determinismo consistente en explicar el futuro de la vida de las personas como una consecuencia necesaria e inevitable de las oportunidades que tuvo en el pasado, o que tienen el presente. Toda idea o concepción de la igualdad consiste en compensar el peso del pasado, para ser menos desigual  las condiciones del futuro. Si cada uno tiene la impresión de depender más de su pasado que de su relación con los o otros, la tentación al individualismo será más fuerte y la desarticulación social más profunda.
En razón de ello, se deben impulsar políticas para hacer frente a las viejas y a las nuevas desigualdades. En nuestro país se han incrementado las desigualdades tradicionales o estructurales, tales como las referidas a la distribución del ingreso, el acceso a la salud, el acceso a la educación, etc. Pero, han surgido nuevas desigualdades, algunas de las cuales podrían sintetizarse en las siguientes: desigualdades con respecto a la posibilidad de obtener un empleo permanente; desigualdades respecto al trabajo de las mujeres; desigualdades  geográficas entre las regiones y comunas que tienen que ver con capacidades decisorias existentes en ellas; desigualdades de acceso al sistema financiero, desigualdades con relación al sistema de pensiones, etc. Existen, adicionalmente, un conjunto de desigualdades referidas a la vida cotidiana que tienen que ver con desigualdades en el acceso a los equipamientos públicos, en especial a las guarderías infantiles, desigualdades en los equipamientos deportivos, desigualdades con respecto a la seguridad de las poblaciones y barrios, desigualdades para acceder a la justicia, desigualdades en materia de transporte que se ve incrementada por las transformaciones sociales del territorio etc.
Estas nueva desigualdades generan conflictos producto de la creciente toma de conciencia de la profundidad de las desigualdades "microeconómicas" y de la vida cotidiana, que no tienen un espacio adecuado donde puedan ser canalizadas, careciendo de instituciones que se ocupen de ellas  y de fuerzas organizadas que representen sus diferentes componentes. Los conflictos que se generan dentro de este marco, están ligados a la coyuntura que raramente se reproducen, lo que dificulta el trabajo de regular de canalización de  la conflictividad de los movimientos sociales y políticos. Esto hace que los conflictos se muevan entre la agresividad esporádica y la resignación lo que genera comportamientos que se expresan en la ausencia de participación, y muy a menudo, en apatía y desinterés por actuar en la vida pública.
Para construir un proyecto político de largo plazo que oriente las acciones, comportamientos y las políticas públicas hacia una cada vez mayor reducción de las desigualdades en la sociedad se requerirá un esfuerzo sistemático de análisis y reflexión, que debería orientarse a cuatro líneas fundamentales:
1) Al contrario de las ilusiones tecnocráticas sobre la gestión solamente racional de  las cosas, la política democrática tiene sus raíces en la comprobación de conflictos, que se puede abordar solamente a través del compromiso. De esta manera, las nuevas formas inéditas de desigualdades descritas  y la aparición de nuevos problemas sociales que se han generado  por  el desarrollo de la sociedad,  desempeñan un papel fundamental. Lo político sólo recuperará su función central, que es devolver a dar un sentido al porvenir, s si toma en consideración integralmente esta realidad. Es urgente dar un sentido riguroso a la acción política , pues sólo con esta condición podremos entrar en una nueva era que va requerir que la política promueva e impulse acuerdos, un nuevo contrato social, cuyo objetivo central será establecer y concordar los objetivos y mecanismos para disminuir las desigualdades.
Por otra parte, se requiere abordar con urgencia la mayor desigualdad que existe en el sistema político, que se refiere la existencia del sistema electoral binominal que impide que se expresen de manera igualitaria mayorías y minorías, ya que un 51%, de representación es igual aún 35% o menos de representación. Esto va generando un empate político y afecta de  manera muy determinante a la representatividad de la democracia.
2) Vigencia del principio de igualdad de oportunidades y reestructuración del Estado. Es indispensable volver a considerar el principio de igualdad de oportunidades puesto que las diferencias de las oportunidades entre las personas son de tal naturaleza, que nada está más desigualmente repartido de sus condiciones iniciales. El principio de igualdad de oportunidades contribuye en cierto sentido, a debilitar el peso del pasado y permitir que la definición de los destinos no se explique únicamente por la distribución de las cualidades iniciales. Dentro de este contexto, se requiere de una reformulación profunda de la estructura y funcionamiento del rol del Estado. Ello, producto de que el proceso de globalización en el cual se encuentra inserto necesariamente el país, ha generado una expansión de la economía de mercado que requiere un Estado diferente, en cuya estructura se coloque el énfasis en las tareas de regulación, pero también fundamentalmente en la disminución de las desigualdades para fomentar la cohesión de la sociedad. Se requiera darle un nuevo sentido a los servicios públicos que deberían tener como objetivo central, el de contribuir con la mayor eficiencia y al menor costo posible, a la disminución de las desigualdades. Lo importante será diseñar un nuevo servicio público del mañana, es decir aquel que mejor se adapte a la producción del vínculo social mediante la reducción de las desigualdades.
3) Repensar las categorías y normas para la redistribución. En la sociedad industrial se introdujeron progresivamente un conjunto de mecanismos que tenían por objeto manejar las diferencias tradicionales de clase. Era la política de ingreso, la política fiscal, las negociaciones colectivas, que incluyen un conjunto de dispositivos que permitían discutir y organizar las diferencias. Estos mecanismos, no son actualmente los más adecuados porque las desigualdades se han modificado ampliamente. Por lo tanto, uno de los principales desafíos será encontrar los mecanismos sociales que permitan manejar los nuevos sistemas de diferenciación que surgen mucho más individualizados y complejos.
4) El derecho a la participación y a la integración como fundamentos de una reformulación de los derechos sociales. En la actualidad, los derechos sociales ya no pueden entenderse únicamente como "derechos a percibir", "derechos a", derechos pasivos a indemnización. No es posible construir un nuevo orden social basado en un vasto dispositivo de asistencia. Hay que lograr la participación de todos en la vida social. Se requieren  en consecuencia, explorar un tercer tipo de derecho. Los llamados derechos a la integración, es decir todos aquellos derechos que permiten una inserción de todas las personas en el orden social. Aquellos derechos que nacen o que se derivan de una lógica de pertenecer  al cuerpo social, a la comunidad. Se trata del derecho que eviten la exclusión, es decir el no ser considerado útil para la sociedad. Éste derecho a la integración, va más allá de un derecho social clásico. Lo enriquece y lo complementa con un imperativo moral, porque no se refiere solamente al derecho a la subsistencia. Se considera a las personas como miembros de la sociedad en la cual tienen derecho a tener un lugar. Lo que se afirma no sólo es el derecho de vivir, sino el derecho de vivir en sociedad.


III.  Promoción de una ética ciudadana.

Nuestro país ha tenido una transición política, relativamente exitosa, y una transición económica. Pero no ha tenido hasta la actualidad, una " transición ética". Es decir cada día resulta más evidente que no hay valores compartidos entre los distintos estratos actores y grupos en la sociedad chilena. Uno de estos valores que no han sido suficientemente arraigados y compartidos por todos se refieren a las violaciones de los derechos humanos ocurridas durante el régimen militar. Tal vez no de manera explícita, muchos no están de acuerdo con que esto efectivamente ocurrió en gran escala. Más aún, muchos se distanciaron del régimen militar, cuando se descubrieron ilícitos del dictador, pero no necesariamente por las violaciones a los derechos humanos. No existe por lo tanto una "ética mínima" que establezca valores compartidos por toda la sociedad, que se expresen en conductas y comportamientos concordantes con los mismos. Muchos confunden esta ética ciudadana, con las "éticas de máximo", que se refieren a concepciones morales personales de carácter religiosa, filosóficas, o agnósticas. Estas éticas, no pueden imponerse en una sociedad plural. Se puede dar testimonio de ellas, convocar, pero en ningún caso imponer en sociedades democráticas pluralistas. De lo contrario, se entra en integrismos religiosos que han generado nefastas consecuencias en muchos países.
El Partido Demócrata Cristiano debería comprometerse en su acción concreta a la promoción de una ética ciudadana, que es un tipo de saber práctico, preocupado por averiguar cuál debe ser el fin de la acción, para poder decidir qué hábitos se han de asumir, como se ordenan las metas intermedias, cuáles son los valores por los que debemos orientarnos, que modos de ser o  carácter hemos de incorporar, con el objeto de obrar con prudencia, es decir, tomar decisiones acertadas. El compromiso debería ser en consecuencia  con la ética aplicada a toda la sociedad, y a todas las organizaciones que la integran. No se trata de declaraciones genéricas. Sino que de conductas y comportamientos que expresen valores compartidos por todas las organizaciones: los partidos políticos, las organizaciones de la social civil, las empresas, las iglesias, etc. Se trata de valores que se refieran a todas las dimensiones de la vida social. A la política, a la economía, al consumo, los colegios profesionales, a las organizaciones sociales. Deben ser valores "mínimos compartidos" que se expresan en conductas y comportamientos que todos debemos concordar y actuar, conforme a ellos. Esto puede expresarse en códigos éticos aplicables a las empresas, a los partidos políticos, a las organizaciones sociales, etc.
Hay que tener en cuenta que los proyectos éticos no son solamente proyectos inmediatos que pueden llevarse a cabo en un breve lapso de tiempo, como ocurriría por ejemplo en el presente y en el futuro inmediato, sino que necesitan contar con el futuro, con el tiempo, y con personas y organizaciones, que por ser libres, puedan hacerse responsables y rendir cuenta de estos proyectos, en definitiva responder por ellos.
Nuestro país ha sido testigo en el último tiempo de cómo estos valores compartidos, cada día están menos presentes. Los ejemplos ocurridos en los sistemas financieros, el sistema de pensiones, en la corrupción a diferentes niveles, en la falta de ética de los medios de comunicación social, en el afán de lucro desmedido, muchas veces realizado a través del engaño, en el desprecio de la "presunción de inocencia" de los presuntamente imputados por la justicia penal, son testimonios fidedignos que hacen imperiosa la necesidad de la existencia en la práctica diaria, de una "ética ciudadana". Este debe ser un proceso consensuado, para que los valores expresados en conductas y comportamientos sean efectivamente compartidos por todos los actores de la sociedad. La Democracia Cristiana como partido político, debería comprometerse a impulsar decididamente esta tarea. De esta manera se puede volver a convocar a vastos sectores de la sociedad chilena, y en especial a los sectores jóvenes.

IV. Conclusión

En resumen, se requiere de un gran acuerdo nacional para disminuir las desigualdades e impulsar una ética ciudadana. Es sobre la base de al menos estos dos ejes que deberán definirse políticas concretas en el próximo tiempo. Las grandes reformas que el país requiere con urgencia, tales como la reforma política, la reforma educacional, la de la salud, etc., deberán estar enmarcadas en estas dos grandes dimensiones que deben inspirar y orientar  las políticas públicas concretas que se definan. Estas deben ser,  entre otras, las bases de la identidad Demócrata Cristiana que se debe poner a consideración de otros como un aporte a la discusión, para construir una alianza política sin exclusiones a priori, de largo plazo, que impulse un proyecto nacional , para fortalecer la democracia del Chile del siglo XXI.

[1] Abogado - Cientista Político. Ex Secretario Nacional del Partido Demócrata Cristiano. Ex Vicepresidente Adjunto del Partido Demócrata Cristiano. Ex Embajador en Brasil. Ex Subsecretario de Marina. Ex Vicepresidente Ejecutivo del Comité de Inversiones Extranjeras