La identidad del Partido Demócrata Cristiano Chileno.Nicolás Mena Letelier
I. Consideraciones generales.
Se
ha planteado en el debate del último tiempo tanto al interior del Partido
Demócrata Cristiano como en la esfera pública, el tema de la "identidad del
Partido Demócrata Cristiano en Chile". Por cierto, ésta no es una
discusión banal, ya que parte de consideraciones fundamentales respecto al
espacio que debe ocupar el Partido Demócrata Cristiano chileno, dentro del
marco del sistema de partidos, pero también porque alude de manera principal a
orientaciones fundamentales que deberían guiar la acción política de este
partido en el próximo tiempo.
Es
preciso partir de una definición fundamental. El Partido Demócrata Cristiano es
un partido político. Esta puede aparecer aparentemente una afirmación inútil.
Sin embargo no lo es, si consideramos que muy a menudo se definen a sí mismo
como partidos, organizaciones que en la práctica son sólo facciones. En efecto,
el término partido, etimológicamente significa "parte". Pero para que
sea realmente un partido político, esta parte debe estar orientada hacia una
"totalidad", es decir un partido político para ser tal requiere entre otras cosas, tener un
proyecto para toda la sociedad, que está
constituido por valores, creencias, e intereses diversos. Si no es así, aunque
se llame partido político, no lo es, y normalmente son facciones, orientadas
solamente a la obtención del poder por el poder
y a la satisfacción de intereses particulares, que no expresan fuerzas
sociales significativas.
En
cada época histórica, los partidos políticos que despliegan sus proyectos para
la sociedad en su conjunto, se moldean en una dinámica tensión o conflicto
entre los ideales y la realidad, las aspiraciones y las restricciones, los que
propugnan el cambio y los que defienden la permanencia, los que ponen el
énfasis en los valores, y aquellos otros que lo ponen en los intereses. Los
partidos políticos, tienden a identificarse en una u otra dimensión de estos
polos. Hay partidos que invocando el realismo, sostienen que lo importante es expresar intereses,
conquistar el poder, y manipular la sociedad para alcanzar sus objetivos. En el
otro extremo, están aquellos partidos cuyo discurso está constituido por
aspiraciones, por ideales, sin referencia alguna a las restricciones que
plantea la propia realidad. Son voluntaristas. Pretenden hacer creer que la
praxis política es una reproducción exacta de lo que se ha elaborado en el
"pensar". Desprecian o desconocen la realidad y los intereses que en
ella operan. Para la Democracia Cristiana, esta es una dicotomía falsa y
simplista. Es falsa, porque la política es una "arquitectura social"
compleja e interdependiente. En ella se conjugan valores, creencias e
intereses. Es simplista, porque se pretende reducir todo a una sola dimensión,
y no hay causas únicas de la realidad social. La realidad es siempre más
compleja que los modelos que se pretenden fundar o los esquemas que se quieren
construir. En este sentido, la
Democracia Cristiana tiene "ideología", es decir cómo lo diría
Manheimm, "ideas para la acción".
Se concibe la política como acción. Pero la acción o las acciones
suponen un discurrir sobre la acción, por mucho que la realidad ponga
restricciones para la acción política y que nunca el pensamiento que se
elabore, pueda tener una exacta concordancia con ésta. Ello no significa que la
acción política no esté precedida de ideas. Si partimos de estos supuestos,
significa que se está en la política para buscar en cada época histórica una síntesis
creadora entre el pensamiento y la acción. La Democracia Cristiana nació a la
vida política para cambiar la sociedad, para construir un nuevo orden social a
partir del conocimiento de la realidad, que naturalmente es distinta en cada
época histórica.
Si hacemos una breve síntesis de su evolución
y de sus planteamientos diversos para cada realidad del país, la Democracia
Cristiana nació de una escisión del partido conservador, porque pretendía
cambiar la sociedad. Se busco en esa época una síntesis creadora entre la
democracia, el cambio social y la justicia, y se puso énfasis en que era
posible realizar las transformaciones que el país requería a través de métodos democráticos. Se opuso a quienes
querían mantener el orden social sin cambios profundos y aquellos otros que en
aquel período histórico ponían el énfasis en el cambio social, pero no
necesariamente por métodos democráticos. Sin embargo, esto jamás hizo de la
Democracia Cristiana un partido de centro en el sentido de ser un partido que
estaba en medio entre la derecha y la izquierda. Por el contrario, su planteamiento, aprobado en diversos congresos
del Partido, fue:" estamos más allá de las derechas y de las
izquierdas." Esta fue la tesis central que sostuvo siempre Jaime Castillo Velasco.
Posteriormente, se opuso al gobierno de la Unidad Popular,
porque se quería afirmar la vía
democrática para la realización de los cambios en la sociedad chilena, cuestión
que algunos partidos de la coalición de gobierno de aquella época, no valoraban
suficientemente.
Se opuso al régimen dictatorial del general
Pinochet y fue parte de la oposición
democrática, junto a otros partidos de la izquierda chilena, primero a través
de la alianza democrática y posteriormente de la coalición de partidos que
fundaron la concertación de partidos por la democracia.
La
Democracia Cristiana, no está en política para administrar más o menos
eficientemente el actual orden de cosas. No es un partido pragmático,
instrumental o desechable. Tampoco es un partido ideológico, en el sentido de
un partido voluntarista que carece del conocimiento de las limitaciones y
restricciones que plantea la realidad.
Se busca el poder para transformar la sociedad. En este contexto, no ha sido
jamás un partido de centro. Se podría señalar, que en el contexto internacional
particular en el cual él comunismo tenía una relevancia y el control de
determinados países, la Democracia Cristiana se oponía a ese sistema, pero con
la misma fuerza se oponía al sistema capitalista. Pero esto nunca hizo de la DC un partido de centro, en el
sentido de un partido equidistante, puesto que el espacio que siempre se ocupo
fue el espacio de la transformación de la sociedad, del cambio democrático. No otra cosa fue la "revolución
en libertad," que impulsará el gobierno de Eduardo Frei Montalva. Quizás,
políticamente se planteó que la Democracia Cristiana era un partido de centro
en el contexto de la guerra fría. Pero ello nunca fue ni debiera ser la
identidad básica del Partido Demócrata Cristiano Chileno.
Para
los democratacristianos, su ideología se
fundamenta básicamente en el hecho de que la democracia está fundada en
valores: el respeto a la dignidad de cada persona, la defensa irrestricta de la
libertad, la búsqueda de la justicia y la
búsqueda de grados crecientes de igualdad en la sociedad. La democracia,
no es sólo un mecanismo procedimental, es una forma de vida que parte del
respeto a cada persona, y por tanto de la diversidad, base de la concepción de
una sociedad plural. Por lo tanto en la dicotomía que anteriormente se
planteaba, la Democracia Cristiana coloca el énfasis en los valores más que en
los intereses, en el cambio más que la permanencia. Estos valores, se expresan
de manera diversa en las realidades de cada momento histórico, en la que el Partido
Demócrata Cristiano le corresponde actuar. Ello coloca como primer requisito,
el adecuado conocimiento de la realidad, que hoy es distinta a la que existía
hace 20 o 50 años.
De esta manera, se parte del supuesto de la
globalización de los mercados, pero también crecientemente, en el de las
sociedades en su conjunto. No habrá desarrollo autárquico para ningún país.
Esto implica que su aporte a la globalización deberá orientarse, por una parte a qué la globalización no sea
una nueva forma de exclusión y de desigualdad,
y por otra, a trabajar por la humanización de este proceso, no para ser
excluyentes, sino para acoger a todas las corrientes humanistas, que son de
diferentes credos religiosos y corrientes ideológicas y que buscan colocar en
el centro del desarrollo a la persona como fin, y jamás bajo ninguna
circunstancia, como un instrumento.
Es dentro de este contexto, qué la Democracia
Cristiana hace un aporte fundamental en el actual escenario político a la
Concertación y a todos los partidos y movimientos de la oposición, para un
proyecto para el Chile del siglo XXI que debería fundarse en dos ejes
principales: la disminución de las desigualdades existentes en la sociedad
chilena; y la promoción de una ética ciudadana.
II. La disminución de las desigualdades.
La
igualdad no es un estado sino un proyecto que supone un compromiso vital y
permanente que impulse las convicciones y conducta de las personas. Es un
principio de organización que estructura el devenir de la sociedad. La puesta
en acción de un principio de igualdad no podrá apreciarse en un momento dado,
sino en relación a una tendencia, pues se trata de un proyecto de sociedad, de
un objetivo perseguido. El principio de igualdad es siempre una proyección
hacia el futuro, y podría decirse, que debe operar a pesar del pasado y para
cambiar el estado presente. La idea de igualdad se opone al determinismo
consistente en explicar el futuro de la vida de las personas como una
consecuencia necesaria e inevitable de las oportunidades que tuvo en el pasado,
o que tienen el presente. Toda idea o concepción de la igualdad consiste en
compensar el peso del pasado, para ser menos desigual las condiciones del futuro. Si cada uno tiene
la impresión de depender más de su pasado que de su relación con los o otros,
la tentación al individualismo será más fuerte y la desarticulación social más
profunda.
En
razón de ello, se deben impulsar políticas para hacer frente a las viejas y a
las nuevas desigualdades. En nuestro país se han incrementado las desigualdades
tradicionales o estructurales, tales como las referidas a la distribución del
ingreso, el acceso a la salud, el acceso a la educación, etc. Pero, han surgido
nuevas desigualdades, algunas de las cuales podrían sintetizarse en las
siguientes: desigualdades con respecto a la posibilidad de obtener un empleo
permanente; desigualdades respecto al trabajo de las mujeres;
desigualdades geográficas entre las
regiones y comunas que tienen que ver con capacidades decisorias existentes en
ellas; desigualdades de acceso al sistema financiero, desigualdades con
relación al sistema de pensiones, etc. Existen, adicionalmente, un conjunto de
desigualdades referidas a la vida cotidiana que tienen que ver con
desigualdades en el acceso a los equipamientos públicos, en especial a las
guarderías infantiles, desigualdades en los equipamientos deportivos,
desigualdades con respecto a la seguridad de las poblaciones y barrios,
desigualdades para acceder a la justicia, desigualdades en materia de
transporte que se ve incrementada por las transformaciones sociales del
territorio etc.
Estas
nueva desigualdades generan conflictos producto de la creciente toma de
conciencia de la profundidad de las desigualdades "microeconómicas" y
de la vida cotidiana, que no tienen un espacio adecuado donde puedan ser
canalizadas, careciendo de instituciones que se ocupen de ellas y de fuerzas organizadas que representen sus
diferentes componentes. Los conflictos que se generan dentro de este marco, están
ligados a la coyuntura que raramente se reproducen, lo que dificulta el trabajo
de regular de canalización de la
conflictividad de los movimientos sociales y políticos. Esto hace que los
conflictos se muevan entre la agresividad esporádica y la resignación lo que
genera comportamientos que se expresan en la ausencia de participación, y muy a
menudo, en apatía y desinterés por actuar en la vida pública.
Para
construir un proyecto político de largo plazo que oriente las acciones,
comportamientos y las políticas públicas hacia una cada vez mayor reducción de
las desigualdades en la sociedad se requerirá un esfuerzo sistemático de
análisis y reflexión, que debería orientarse a cuatro líneas fundamentales:
1)
Al contrario de las ilusiones tecnocráticas sobre la gestión solamente racional
de las cosas, la política democrática
tiene sus raíces en la comprobación de conflictos, que se puede abordar
solamente a través del compromiso. De esta manera, las nuevas formas inéditas
de desigualdades descritas y la
aparición de nuevos problemas sociales que se han generado por el
desarrollo de la sociedad, desempeñan un
papel fundamental. Lo político sólo recuperará su función central, que es
devolver a dar un sentido al porvenir, s si toma en consideración integralmente
esta realidad. Es urgente dar un sentido riguroso a la acción política , pues
sólo con esta condición podremos entrar en una nueva era que va requerir que la
política promueva e impulse acuerdos, un nuevo contrato social, cuyo objetivo
central será establecer y concordar los objetivos y mecanismos para disminuir
las desigualdades.
Por
otra parte, se requiere abordar con urgencia la mayor desigualdad que existe en
el sistema político, que se refiere la existencia del sistema electoral
binominal que impide que se expresen de manera igualitaria mayorías y minorías,
ya que un 51%, de representación es igual aún 35% o menos de representación.
Esto va generando un empate político y afecta de manera muy determinante a la
representatividad de la democracia.
2)
Vigencia del principio de igualdad de oportunidades y reestructuración del
Estado. Es indispensable volver a considerar el principio de igualdad de
oportunidades puesto que las diferencias de las oportunidades entre las
personas son de tal naturaleza, que nada está más desigualmente repartido de
sus condiciones iniciales. El principio de igualdad de oportunidades contribuye
en cierto sentido, a debilitar el peso del pasado y permitir que la definición
de los destinos no se explique únicamente por la distribución de las cualidades
iniciales. Dentro de este contexto, se requiere de una reformulación profunda
de la estructura y funcionamiento del rol del Estado. Ello, producto de que el
proceso de globalización en el cual se encuentra inserto necesariamente el
país, ha generado una expansión de la economía de mercado que requiere un
Estado diferente, en cuya estructura se coloque el énfasis en las tareas de
regulación, pero también fundamentalmente en la disminución de las
desigualdades para fomentar la cohesión de la sociedad. Se requiera darle un
nuevo sentido a los servicios públicos que deberían tener como objetivo
central, el de contribuir con la mayor eficiencia y al menor costo posible, a
la disminución de las desigualdades. Lo importante será diseñar un nuevo
servicio público del mañana, es decir aquel que mejor se adapte a la producción
del vínculo social mediante la reducción de las desigualdades.
3)
Repensar las categorías y normas para la redistribución. En la sociedad
industrial se introdujeron progresivamente un conjunto de mecanismos que tenían
por objeto manejar las diferencias tradicionales de clase. Era la política de
ingreso, la política fiscal, las negociaciones colectivas, que incluyen un conjunto
de dispositivos que permitían discutir y organizar las diferencias. Estos
mecanismos, no son actualmente los más adecuados porque las desigualdades se
han modificado ampliamente. Por lo tanto, uno de los principales desafíos será
encontrar los mecanismos sociales que permitan manejar los nuevos sistemas de
diferenciación que surgen mucho más individualizados y complejos.
4)
El derecho a la participación y a la integración como fundamentos de una
reformulación de los derechos sociales. En la actualidad, los derechos sociales
ya no pueden entenderse únicamente como "derechos a percibir",
"derechos a", derechos pasivos a indemnización. No es posible
construir un nuevo orden social basado en un vasto dispositivo de asistencia.
Hay que lograr la participación de todos en la vida social. Se requieren en consecuencia, explorar un tercer tipo de
derecho. Los llamados derechos a la integración, es decir todos aquellos
derechos que permiten una inserción de todas las personas en el orden social.
Aquellos derechos que nacen o que se derivan de una lógica de pertenecer al cuerpo social, a la comunidad. Se trata
del derecho que eviten la exclusión, es decir el no ser considerado útil para
la sociedad. Éste derecho a la integración, va más allá de un derecho social
clásico. Lo enriquece y lo complementa con un imperativo moral, porque no se
refiere solamente al derecho a la subsistencia. Se considera a las personas
como miembros de la sociedad en la cual tienen derecho a tener un lugar. Lo que
se afirma no sólo es el derecho de vivir, sino el derecho de vivir en sociedad.
III. Promoción de una ética ciudadana.
Nuestro
país ha tenido una transición política, relativamente exitosa, y una transición
económica. Pero no ha tenido hasta la actualidad, una " transición
ética". Es decir cada día resulta más evidente que no hay valores
compartidos entre los distintos estratos actores y grupos en la sociedad
chilena. Uno de estos valores que no han sido suficientemente arraigados y
compartidos por todos se refieren a las violaciones de los derechos humanos
ocurridas durante el régimen militar. Tal vez no de manera explícita, muchos no
están de acuerdo con que esto efectivamente ocurrió en gran escala. Más aún,
muchos se distanciaron del régimen militar, cuando se descubrieron ilícitos del
dictador, pero no necesariamente por las violaciones a los derechos humanos. No
existe por lo tanto una "ética mínima" que establezca valores
compartidos por toda la sociedad, que se expresen en conductas y
comportamientos concordantes con los mismos. Muchos confunden esta ética
ciudadana, con las "éticas de máximo", que se refieren a concepciones
morales personales de carácter religiosa, filosóficas, o agnósticas. Estas
éticas, no pueden imponerse en una sociedad plural. Se puede dar testimonio de
ellas, convocar, pero en ningún caso imponer en sociedades democráticas
pluralistas. De lo contrario, se entra en integrismos religiosos que han
generado nefastas consecuencias en muchos países.
El
Partido Demócrata Cristiano debería comprometerse en su acción concreta a la
promoción de una ética ciudadana, que es un tipo de saber práctico, preocupado
por averiguar cuál debe ser el fin de la acción, para poder decidir qué hábitos
se han de asumir, como se ordenan las metas intermedias, cuáles son los valores
por los que debemos orientarnos, que modos de ser o carácter hemos de incorporar, con el objeto
de obrar con prudencia, es decir, tomar decisiones acertadas. El compromiso
debería ser en consecuencia con la ética
aplicada a toda la sociedad, y a todas las organizaciones que la integran. No
se trata de declaraciones genéricas. Sino que de conductas y comportamientos
que expresen valores compartidos por todas las organizaciones: los partidos
políticos, las organizaciones de la social civil, las empresas, las iglesias,
etc. Se trata de valores que se refieran a todas las dimensiones de la vida
social. A la política, a la economía, al consumo, los colegios profesionales, a
las organizaciones sociales. Deben ser valores "mínimos compartidos"
que se expresan en conductas y comportamientos que todos debemos concordar y
actuar, conforme a ellos. Esto puede expresarse en códigos éticos aplicables a
las empresas, a los partidos políticos, a las organizaciones sociales, etc.
Hay
que tener en cuenta que los proyectos éticos no son solamente proyectos
inmediatos que pueden llevarse a cabo en un breve lapso de tiempo, como
ocurriría por ejemplo en el presente y en el futuro inmediato, sino que
necesitan contar con el futuro, con el tiempo, y con personas y organizaciones,
que por ser libres, puedan hacerse responsables y rendir cuenta de estos
proyectos, en definitiva responder por ellos.
Nuestro
país ha sido testigo en el último tiempo de cómo estos valores compartidos,
cada día están menos presentes. Los ejemplos ocurridos en los sistemas
financieros, el sistema de pensiones, en la corrupción a diferentes niveles, en
la falta de ética de los medios de comunicación social, en el afán de lucro
desmedido, muchas veces realizado a través del engaño, en el desprecio de la
"presunción de inocencia" de los presuntamente imputados por la
justicia penal, son testimonios fidedignos que hacen imperiosa la necesidad de
la existencia en la práctica diaria, de una "ética ciudadana". Este
debe ser un proceso consensuado, para que los valores expresados en conductas y
comportamientos sean efectivamente compartidos por todos los actores de la
sociedad. La Democracia Cristiana como partido político, debería comprometerse
a impulsar decididamente esta tarea. De esta manera se puede volver a convocar
a vastos sectores de la sociedad chilena, y en especial a los sectores jóvenes.
IV.
Conclusión
En
resumen, se requiere de un gran acuerdo nacional para disminuir las
desigualdades e impulsar una ética ciudadana. Es sobre la base de al menos
estos dos ejes que deberán definirse políticas concretas en el próximo tiempo.
Las grandes reformas que el país requiere con urgencia, tales como la reforma
política, la reforma educacional, la de la salud, etc., deberán estar
enmarcadas en estas dos grandes dimensiones que deben inspirar y orientar las políticas públicas concretas que se
definan. Estas deben ser, entre otras,
las bases de la identidad Demócrata Cristiana que se debe poner a consideración
de otros como un aporte a la discusión, para construir una alianza política sin
exclusiones a priori, de largo plazo, que impulse un proyecto nacional , para
fortalecer la democracia del Chile del siglo XXI.
[1]
Abogado - Cientista Político. Ex Secretario Nacional del Partido Demócrata
Cristiano. Ex Vicepresidente Adjunto del Partido Demócrata Cristiano. Ex
Embajador en Brasil. Ex Subsecretario de Marina. Ex Vicepresidente Ejecutivo
del Comité de Inversiones Extranjeras
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