Chile es un festival. Andres Rojo Torrealba
Aunque
han aparecido otros festivales que amenazan la hegemonía del tradicional de
Viña del Mar, este sigue siendo el más significativo por una razón muy
sencilla, y es que es la última fiesta antes del reinicio de las actividades
rutinarias. Habrá quien se tome las
vacaciones en otras fechas más apropiadas, menos calurosas y menos atiborradas
de turistas disputando la última mesita del restaurant o el metro cuadrado de
playa, pero lo concreto es que, terminado febrero finaliza el período de
descanso.
Y como somos un país tan falto de personalidad para todo, cuando unos se
van de descanso es como si todos interrumpiéramos lo que estamos haciendo y nos
vamos de vacaciones. Presidente,
ministros, jueces, parlamentarios desaparecen, y solos nos quedamos esperando
que pase el verano y que vuelva a suceder algo o nada con el país.
Y es en ese instante, cuando ya se
asoma el último fin de semana del veraneo, que se produce el Festival de Viña
del Mar, y no importa los escandalillos de las figurillas más o menos
famosillas, que de los numerosos números que se presentan sólo uno, o dos, o
tres sean del interés de uno, pero la gran mayoría se vuelca al festival y por
una semana Chile entero es un festival.
De mentira, claro, porque esa no es la realidad sino un juego de
máscaras.
O era un festival, porque mucha
agua ha pasado por los puentes del estero Marga-Marga desde que se inició este
evento hace ya 53 años, y lo que era virtualmente un monopolio ha dejado de
serlo. Otras ciudades se han atrevido a
montar sus propias fiestas y han aparecido otros canales de televisión, tanto
por señal abierta como por cable, y entonces el impacto del festival de Viña ya
no es el mismo porque sencillamente todo cambia.
Los nuevos festivales han
arrebatado audiencia televisiva al evento principal pero no le han podido
disputar espacio en los medios de prensa ni en las conversaciones porque, a fin
de cuentas, de lo que se trata es de participar en la última fiesta antes de ponerse
serios de nuevo, dentro de lo razonablemente posible claro, porque apenas asome
otro motivo podemos volver en un dos por tres al baile sudoroso, los viajes en
buses atestados y las borracheras sin más sentido que el aumento de las
estadísticas en accidentes de tránsito y asumir nuestra inconsciencia por un
ratito. Se acaba el verano y empieza el
año, como si no hubiera dado inicio ya hace dos meses atrás.
Al final, Chile es un festival y
cualquier excusa es buena para celebrar, aunque los motivos objetivos sean
pocos. No es malo, siempre que no se
abuse del escapismo.
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