GADDAFI HA MUERTO: VIENE EL REPARTO DE LIBIA. Giovanna Flores Medina
Mientras, este jueves 20 de octubre, irrumpe en la prensa
internacional la noticia que avala la muerte de Muammar Gadafi,
poco se reflexiona sobre la actual justicia de derechos humanos y el
futuro de la Primavera Árabe. Con la muerte del dictador, Libia aún
tiene un largo camino que recorrer: la conquista de su propia
soberanía y el fin de un sistema autárquico que nunca fue una
verdadera revolución social. Del mismo modo, hoy, el desafío
político de la Corte Penal Internacional y de la ONU es redefinir su
rol en Medio Oriente. En un mundo en crisis resulta vergonzante la
forma en que los países amigos de Libia han querido repartir su
tesoro, pero es mucho más deleznable la exhibición de las imágenes
del ex gobernante mal herido y agonizante. Aquella es la práctica de
un modelo de conducción de las relaciones internacionales que debe
erradicarse. Nada más contrario a los derechos humanos que la
aclamación triunfalista y apasionada de las fotografías de los
cadáveres, por ejemplo, del Che Guevara — a quien emulara
públicamente en su juventud— o del ejecutado Sadam Hussein de
Irak.
Libia, cuya historia de colonia y trofeo de oriente data del imperio
griego, es un caso paradigmático por varias razones. En lo político,
porque fue el gobierno más extenso de la zona. Durante casi 42 años
Muammar Gadafi, fue el dueño de la nación más rica de África y el
mejor amigo de Europa en el último decenio. Recordemos que
proclamó a su gobierno el de la juventud y la revolución socialista del
Sahara, pero con los años mutó hacia una autocracia maquillada de
tercera vía con el mismo Anthony Giddens como asesor de gobierno.
En lo económico, logró consolidar su industria petrolera de la mano
de capitales europeos y bajo las tesis de la London School Economics.
Tanto que después de 8 meses de quebranto provocado por una
guerra civil sostenida por la soft intervention de la OTAN, existe un
“grupo de naciones amigas para la reconstrucción de Libia”. Esta
conferencia liderada por Francia, Inglaterra y Qatar, desarrolla a sus
anchas una nouvelle diplomacia. Es decir, una diplomacia paralela a
la ONU como en los mejores tiempos de Lawrence de Arabia. Lo que
más las motiva: apoyar al Consejo Nacional de Transición Libio en la
reinversión de sus casi 50 mil millones de dólares congelados al
comienzo de la guerra en febrero.
En materia de justicia penal internacional también es un modelo. Fue
con las resoluciones n°1970 y n°1973 del Consejo de Seguridad de
la ONU en febrero de este año que se invocó por primera vez la
“responsabilidad internacional de proteger”. Es ésta la institución que
justifica la intervención de la OTAN y otorga competencia universal
a la Corte Penal Internacional para perseguir crímenes en el Estado
libio. Esto es importante, porque existiendo las mismas razones de
derecho que en Siria, Baréin o Túnez, las soluciones han sido
arbitrariamente diversas por parte de la ONU. En este sentido, fue
polémica la admisión del Consejo Nacional de Transición libio como
parte de su Asamblea General, mientras Palestina lleva décadas
pidiendo lo mismo. Tan errática ha sido la conducción de este
organismo que sólo una vez que los amigos de Libia y el Banco
Mundial se pronunciaron sobre la suerte del erario público, se dictó
una nueva resolución. Esta es la n° 2.009 —del 16 de septiembre—
que sin dar por terminada la guerra, estableció una misión
humanitaria de apoyo en Libia (UNSMIL) por un período de tres
meses. Además, ordenó el desbloqueo de los preciados 50 mil
millones de dólares que debían ser restituidos al nuevo gobierno. Esto
significó que entraron en operaciones la Libyan National Oil
Corporation, el Banco Central de Libia y la Dirección General de
Inversiones, entre otros.
En dicho escenario, la certeza de la muerte de Gadaf i no implica que
termine la guerra. A partir de este momento, la lucha ha cambiado de
eje. El pueblo Libio ya fue convocado a elecciones presidenciales y
parlamentarias en un plazo de 20 meses. En este período deberá librar
una férrea batalla por alcanzar su soberanía y democracia,
independiente de la influencia de las potencias “amigas”. Si la
comunidad internacional acepta que se impongan modelos foráneos
de parlamentarismo o democracias liberales, deberá cargar entonces
con la responsabilidad de apoyar el debilitamiento de los derechos
humanos. La Corte Penal Internacional tendrá la oportunidad
histórica de aplicar la justicia que el pueblo libio merece respecto de
gaddafistas, rebeldes y soldados de la OTAN.
Finalmente, la comunidad internacional, más allá de la diplomacia
oficial, deberá estar atenta. La Primavera Árabe no puede desaparecer
de la historia como una revuelta más. La población libia no puede ser
un experimento de políticas públicas, intervención diplomática y
reparto de sus tesoros por los países en crisis de balanza de pagos. La
razón: un atentado contra los derechos humanos afecta a todo el
mundo, la restricción a la libertad política y económica de un
ciudadano libio es también un delito flagrante que no puede sustentar
el poder de otro Estado. Esa es la mirada del derecho universal de
derechos humanos.
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