miércoles, octubre 26, 2011

GADDAFI HA MUERTO: VIENE EL REPARTO DE LIBIA. Giovanna Flores Medina


Mientras, este jueves 20 de octubre, irrumpe en la prensa 
internacional la noticia que avala la muerte de Muammar Gadafi, 
poco se reflexiona sobre la actual justicia de derechos humanos y el 
futuro de la Primavera Árabe. Con la muerte del dictador, Libia aún 
tiene un largo camino que recorrer: la conquista de su propia 
soberanía y el fin de un sistema autárquico que nunca fue una 
verdadera revolución social. Del mismo modo, hoy, el desafío 
político de la Corte Penal Internacional y de la ONU es redefinir su 
rol en Medio Oriente. En un mundo en crisis resulta vergonzante la 
forma en que los países amigos de Libia han querido repartir su 
tesoro, pero es mucho más deleznable la exhibición de las imágenes 
del ex gobernante mal herido y agonizante. Aquella es la práctica de 
un modelo de conducción de las relaciones internacionales que debe 
erradicarse. Nada más contrario a los derechos humanos que la 
aclamación triunfalista y apasionada de las fotografías de los 
cadáveres, por ejemplo, del Che Guevara  — a quien emulara 
públicamente en su juventud— o del ejecutado Sadam Hussein de 
Irak.


Libia, cuya historia de colonia y trofeo de oriente data del imperio 
griego,  es un caso paradigmático por varias razones. En lo político, 
porque  fue el gobierno más extenso de la zona. Durante casi 42 años 
Muammar Gadafi,  fue el dueño de la nación más rica de África y el 
mejor amigo de Europa en el último decenio. Recordemos que 
proclamó a su gobierno el de la juventud y la revolución socialista del 
Sahara, pero con los años mutó hacia una autocracia maquillada de 
tercera vía con el mismo Anthony Giddens como asesor de gobierno. 
En lo económico, logró consolidar su industria petrolera de la mano 
de capitales europeos y bajo las tesis de la London School Economics. 
Tanto que después de 8 meses de quebranto provocado por una 
guerra civil sostenida por la  soft intervention de la OTAN, existe un 
“grupo de naciones amigas para la reconstrucción de Libia”. Esta 
conferencia liderada por Francia, Inglaterra y Qatar, desarrolla a sus 
anchas una nouvelle diplomacia. Es decir, una diplomacia paralela a 
la ONU como en los mejores tiempos de Lawrence de Arabia. Lo que 
más las motiva: apoyar al Consejo Nacional de Transición Libio en la 
reinversión de sus casi 50 mil millones de dólares congelados al 
comienzo de la guerra en febrero.
En materia de justicia penal internacional también es un modelo. Fue 
con las resoluciones n°1970 y  n°1973 del Consejo de Seguridad de 
la ONU en febrero de este año que se invocó por primera vez la 
“responsabilidad internacional de proteger”. Es ésta la institución que 
justifica la intervención de la OTAN y otorga competencia universal 
a la Corte Penal Internacional para perseguir crímenes en el Estado 
libio. Esto es importante, porque existiendo las mismas razones de 
derecho que en Siria, Baréin o Túnez, las soluciones han sido 
arbitrariamente diversas por parte de la ONU. En este sentido, fue 
polémica la admisión del Consejo Nacional de Transición libio como 
parte de su Asamblea General, mientras Palestina lleva décadas 
pidiendo lo mismo. Tan errática ha sido la conducción de este 
organismo que sólo una vez que los amigos de Libia y el Banco 
Mundial se pronunciaron sobre la suerte del erario público, se dictó 
una nueva  resolución. Esta es la n° 2.009 —del 16 de septiembre—
que sin dar por terminada la guerra, estableció una misión 

humanitaria de apoyo en Libia (UNSMIL) por un período de tres 
meses. Además, ordenó el desbloqueo de los preciados 50 mil 
millones de dólares que debían ser restituidos al nuevo gobierno. Esto 
significó que entraron en operaciones la  Libyan National Oil 
Corporation, el Banco Central de Libia y la Dirección General de 
Inversiones, entre otros.
En dicho escenario, la certeza de la muerte de Gadaf i no implica que 
termine la guerra. A partir de este momento, la lucha ha cambiado de 
eje. El pueblo Libio ya fue convocado a elecciones presidenciales y 
parlamentarias en un plazo de 20 meses. En este período deberá librar 
una férrea batalla por alcanzar su soberanía y democracia,
independiente de la influencia de las potencias “amigas”. Si la 
comunidad internacional acepta que se impongan modelos foráneos 
de parlamentarismo o democracias liberales, deberá cargar entonces 
con la responsabilidad de apoyar el debilitamiento de los derechos 
humanos. La Corte Penal Internacional tendrá la oportunidad 
histórica de aplicar la justicia que el pueblo libio merece respecto de 
gaddafistas, rebeldes y soldados de la OTAN.
Finalmente, la comunidad internacional, más allá de la diplomacia 
oficial, deberá estar atenta. La Primavera Árabe no puede desaparecer 
de la historia como una revuelta más. La población libia no puede ser 
un experimento de políticas públicas, intervención diplomática y 
reparto de sus tesoros por los países en crisis de balanza de pagos. La 
razón: un atentado contra los derechos humanos afecta a todo el 
mundo, la restricción a la libertad política y económica de un 
ciudadano libio es también un delito flagrante que no puede sustentar 
el poder de otro Estado. Esa es la mirada del derecho universal de 
derechos humanos.