La revolución española. Rafael Gumucio R.
“Si no nos dejan soñar, no los dejaremos dormir”
Este subtítulo corresponde a uno de los tantos slogans surgidos de la rebelión ciudadana que, por semanas, ha ocupado la ocupado la famosa Puerta del Sol. En la mayoría de los movimientos espontáneos de la ciudadanía surgen estas frases geniales que logran dibujar la situación de opresión, mucho mejor docto ensayo. Se nos viene al recuerdo el “prohibido prohibir” o la “imaginación al poder”, de los jóvenes de 1968, en París, o el “no pasarán”, de Madrid.
El sistema político español, surgido al fin del franquismo, está haciendo agua por los cuatro costados: la Ley Electoral favorece a un bipolio – muy similar al que tenemos por acá -, a un Partido Socialista Obrero Español, que pretende representar el centro-izquierdo, y aun Partido Popular, que es la derecha – que en las lecciones del 22 de mayo arrasó con el PSOE.
El fenómeno ciudadano de la Puerta del Sol es expresión del completo alejamiento entre el mundo de la política y de sus instituciones de la sociedad civil. Hay una forma de democracia representativa que se agotó completamente: los partidos políticos tradicionales sean estos socialdemócratas o derechistas, son incapaces de canalizar a la ciudadanía, cuya cotidianidad está divorciada de la política.
El tema central de la ocupación de la Puerta del Sol es el fin de la forma de hacer política que implica, necesariamente, la existencia de partidos y sistemas electorales que son rechazados por la soberanía popular. Si nos basamos en esta crisis de representatividad, es evidente, como lo sostienen los voceros de la ocupación, que no importa quien gane las elecciones municipales y autonómicas, sea la derecha o la izquierda, para la ciudadanía
congregada lo que importa es la construcción de un nuevo sistema político y una economía que no esté dominada por los banqueros y los especuladores que, según el Movimiento 15-M, no sólo han conducido a España al caos, sino que también han destruido su cotidianidad y su vida personal y social.
Es difícil prever qué tipo de democracia surgirá de esta crisis de representación, cuyos profetas de vanguardia son los ciudadanos locatarios de la Puerta del Sol. Lo que está claro para mí es que estas formas de representación, expresadas en Constituciones y leyes políticas, están agotadas y que, por lo demás, nada se puede esperar de la socialdemocracia, ni de la derecha y mucho menos de las Democracias Cristianas. El siglo XX ya murió y sus formas de hacer política no pueden ser resucitadas.
Este no es un fenómeno netamente español, también está ocurriendo en otros países de Europa, y en América Latina se instaló ya desde décadas pasadas, con expresiones llamadas populistas, como el Justicialismo, el socialismo de Chávez y los gobiernos de Rafael Correa y de Evo Morales. Nada se gana con perorar contra el llamado populismo que, en algunos casos, representa verdaderos y legítimos intereses populares, que no puede ser contrastado con sistemas de partidos políticos corruptos, en extremo centralizados, absolutamente ajenos a la soberanía popular; la gente olvida fácilmente que el sistema político venezolano es casi igual al chileno, con partidos socialdemócratas y demócrata cristiano – en el caso de los primeros, incluso no existía derecha y, mucho menos, herederos de Pinochet, que no lo podemos comparar con Marcos Pérez Jiménez.
El espontaneismo popular se ha extendido incluso a los países musulmanes de la península arábica, Egipto y el Magreb - Libia, Túnez, Marruecos- que está poniendo fin a regímenes autoritarios, surgidos en la época de los movimientos de liberación africanos e, incluso, del tercermundismo nasserista.
Es difícil aún precisar los alcances, tanto de lo que pueda ocurrir en España, o en los países musulmanes, lo que sí está claro, por el momento, es que los partidos políticos tradicionales, a nivel mundial, están agotados: han dejado de ser partidos de masas para transformarse en aquellos de directorio, propios del siglo XIX. Como fue superado el “cribage” liberal-conservador, lo será en el siglo XXI el de socialdemócratas y partidos derechistas, reemplazándolos por nuevas formas de organización política, que surgen de y para la sociedad civil, con métodos de democracia directa, que superen a la limitada forma de representación
actual.
En Chile está ocurriendo lo mismo, con la sola diferencia de que aún no se rebela una ciudadanía bastante borrega, que ha sido dominada por la Concertación y por la Alianza, que son expresión de la misma forma de apropiarse del Estado, que favorecen una forma repugnante de concentración del poder económico. Si consideramos las políticas de Hacienda de ambas agrupaciones no encontramos ninguna diferencia: lo mismo da un Velasco, que un Larraín. Es de esperar que el pésimo gobierno de Sebastián Piñera ponga fin al juego de repartirse el poder y permita que surjan nuevas formas de hacer política.
No hay que ser completamente pesimista: en Chile está comenzando a surgir, paulatinamente, aun cuando sea por efectos de imitación movimientos masivos, como aquellos que rechazan las termoeléctricas y hoy Hidroaysén, que permiten visualizar una forma de dejar fuera de juego a las mafias políticas, sean estas de los partidos de la derecha o de la seudo-izquierda. Estamos lejos de terminar con el conservantismo, que es una herencia del tirano Portales y sus sucesores políticos e intelectuales, pero al mismo tiempo se puede esperar que se reivindique la herencia progresista de J. M. Infante, Francisco Bilbao, Vicuña Mackenna, y tantos otros.
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