En el gobierno de las maravillas. Jorge Navarrete P.
Era su segunda cuenta pública sobre el estado de la nación y había muchas expectativas. Sebastián Piñera comenzó dando cuenta de los principales logros de su gobierno: crecimiento económico, generación de empleo y mejoras en los índices de educación y seguridad ciudadana. Y más allá de las disputas metodológicas sobre cómo medir estos avances -o que para muchos lo que hoy se cosecha es principalmente producto de lo que se sembró ayer-, nobleza obliga a reconocer el mejor desempeño en áreas fundamentales para nuestra prosperidad y desarrollo.
Sin embargo, faltando al más mínimo pudor y embriagado por la complacencia, el Presidente se despacha en seguida un balance sobre las tareas de la reconstrucción que no resiste el más mínimo análisis. Después de haber destituido a la intendenta de la región más afectada por el terremoto, habiendo el mismo Piñera reconocido los evidentes atrasos, como lo refrendó el nuevo ministro de Vivienda y, para qué decir, la elocuencia de un diputado de gobierno -"no le podemos seguir mintiendo a la gente"-, lo de ayer fue bochornoso.
Y ese fue el tono que desgraciadamente marcó una parte importante del discurso. Primero, en más de una docena de veces el Presidente reiteró anuncios que ya había efectuado hace exactamente un año. Así, por ejemplo, volvió a decir que enviaría un proyecto de ley sobre elecciones primarias, evidenciando que en nada se avanzó todo este tiempo, y con el agravante de que esa iniciativa -en idénticos términos a los explicados por Piñera- se presentó por el gobierno anterior y duerme hoy el sueño de los justos en la Cámara de Diputados.
A continuación, una vez más el Presidente sucumbió a la tentación de invocar la herencia del gobierno anterior cuando se trataba de excusar el incumplimiento de sus compromisos, aunque oportunamente la olvidaba para anotarse individualmente algunos triunfos. Tercero, también se evidenciaron flagrantes contradicciones, como insistir en lo nocivo del consumo de alcohol y, al mismo tiempo, haber cedido a lobby que evitó que se aumentara el impuesto a los licores, como de hecho se hizo para el tabaco y otras industrias.
Quizás el único tema en que el Presidente intentó una mirada estratégica fue en la justificación del proyecto HidroAysén, en el marco de la necesidad de debatir nuestra demanda energética, a la luz de las condiciones que impone el crecimiento económico y la protección del medioambiente.
Y más allá de la majadera autoexaltación, es justamente ahí donde estriba la debilidad de esta segunda intervención ante el pleno del Poder Legislativo: en la ausencia de un hilo conductor que dé coherencia y consistencia a lo que más parecía un modesta lista de supermercado y no, como creo debería ser, a un plan que dé cuenta de los grandes desafíos del país. El mismo Presidente, elogiando la histórica tarea del Congreso, recordó iniciativas que, según él, le "cambiaron el rostro a Chile". Pues bien, ¿cuál será entonces el legado de esta administración? Cuando en el futuro otro mandatario rinda cuenta a la nación, ¿qué recordará como sello del gobierno de Sebastián Piñera?
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