A un Año, ¿Qué es el Gobierno Piñera?. Sergio Bitar. Jorge Insunza
Un año después de su inicio las cosas se empiezan a ver distinto.
Ya es un tiempo razonable para esbozar qué es el Gobierno Piñera, qué lo caracteriza, cuál es la lógica que lo ordena y qué puede avizorarse para los próximos años conducidos por la derecha. Este análisis prioriza la apreciación de las insuficiencias. No tenemos una falsa pretensión de objetividad. Hacemos un juicio político y, asimismo, nuestro énfasis en
las debilidades obedece al propósito político de advertir qué riesgos existen para nuestro país.
El Fracaso del Primer Diseño.
Piñera tuvo que asumir las falencias de su diseño inicial. La conformación de un
gabinete refleja siempre una concepción y estilo de gobernar. La selección de las
personas responde a cierta visión de las prioridades y alineamiento de las fuerzas en
las que se busca sustentar. Piñera contó con una gran libertad para constituir su
primer gabinete. Era natural continuar el diseño de la campaña misma, que se había
sostenido principalmente en el propio candidato, sus recursos y equipos más cercanos.
Y puesto en ese rol, mantuvo a distancia a RN y la UDI; seleccionó un equipo de
gestión sin autonomía ni liderazgo político propio; concentró en él mismo la definición
estratégica y las decisiones principales del gobierno.
En lo esencial, Piñera no quiso figuras fuertes y no creó sentido de equipo. Lo pensó
más como un conjunto de gerentes que dependían del Jefe de Estado. Lavín fue la
única excepción, aquella que confirma la regla.
Veamos sus efectos:
1. Al cabo de un año no hay un trazado claro de su gobierno ni de sus metas
principales. En nuestra experiencia, un gobierno que no marca el rumbo estratégico
de su agenda el primer año ya es muy difícil que lo haga después. Las llamadas
“grandes reformas estructurales” son una expresión grandilocuente para medidas
de poca envergadura y bastante dispersas. Por lo tanto, lo más probable es que
mantenga un camino zigzagueante. Es decir, Piñera ha perdido tiempo e iniciativa.
2. Piñera concibió el gobierno con una idea: mejorar la gestión. Sabía que la
recuperación de la economía estaba en marcha después de la tremenda crisis
mundial, que el país contaba con grandes reservas internacionales, buenas tasas
de inversión y un endeudamiento público muy bajo. Sabía también que después de
20 años se había consolidado un clima de estabilidad política y paz social. Piñera
pensó que él podía aprovechar una ola ascendente y hacer más rápido el camino
de Chile al desarrollo.
Subestimó dos aspectos claves: primero, cómo funciona el Estado, que no es la
simple extensión del manejo de una empresa, sobre todo porque debe articular
múltiples intereses sociales legítimos y porque tiene límites en su esfera de acción
(sólo se puede hacer aquello expresamente autorizado); y, segundo, que en la vida
política siempre hay imponderables: no existe la previsión total de las variables y
un gobierno siempre debe tener capacidad para enfrentar escenarios de crisis.
La solidez de una estrategia, se sabe, es que debe navegar en aguas cambiantes y
adversas. En el Gobierno Piñera han primado los imponderables sobre la estrategia.
Su equipo sobrestimó su propia capacidad de prevenir y maniobrar y creó un clima
de arrogancia y menosprecio a lo hecho antes, que se les ha vuelto en contra.
En los próximos dos años esta actitud puede inducir a un descuido de la evolución
de la situación económica internacional. Las circunstancias que vive Chile son
especialmente excepcionales, nunca antes habían coincidido tan bajas tasas de
interés, abundante liquidez y un precio del cobre tan alto. Las presiones
inflacionarias pueden aumentar en Chile y en el mundo. El precio de los alimentos
de nuevo está creciendo aceleradamente, las tensiones geopolíticas siguen
dominando el precio del petróleo y el crecimiento de la demanda de los países
emergentes, con mucha población que se incorpora al mercado, también impulsa el
alza de los precios. Esto obliga desde ahora a cuidar los principales equilibrios
fiscales y moderar las expectativas.
El Gobierno Piñera ha demostrado ser amateur en manejos de crisis. Hay impericia
en los imprevistos, alargan innecesariamente los conflictos y varias crisis han sido
gatilladas por errores del propio gobierno. Esta incapacidad explotó este verano,
con el Paro de Magallanes y el conflicto por las mentiras de la Intendenta Van
Rysselberghe.
El cambio de gabinete desnudó todas estas falencias sustantivas. No se trató de un
simple problema de nombres; demostró que había un grueso problema de
concepción y arquitectura del gobierno.
3. La temprana salida de Ravinet también echó por tierra la idea de un “gobierno
de unidad nacional” y el deseo de atraer a ciertos personajes de la Concertación. A
la vuelta de un año, Piñera se vio obligado a asumir que la base real de su sustento
político es RN y la UDI.
La Coalición por el Cambio no existe. No logró ningún quiebre en la DC ni cooptó a
nadie relevante, y la humillación final a Ravinet se transformó en un escarmiento a
cualquiera que quiera hacer algo parecido. Adolfo Zaldívar navega en un cargo
internacional, mientras los diputados Araya y Sepúlveda marcan su independencia
del gobierno… y parecen sentirse cada vez más incómodos en su alianza con la
derecha. Chile Primero murió en el intento. Y no hay nada más alrededor.
4. La gestión, que era la bandera principal de Piñera, ha sido poco eficiente. Los
mandos medios carecen de suficiente preparación y varios de ellos no tienen
vocación pública. Deslegitimaron la Alta Dirección Pública, despidieron por razones
políticas a gente elegida en esos procesos y crearon un clima de desconfianza y
temor entre los funcionarios públicos.
En varios casos la ineficiencia ha sido sorprendente: las decisiones sobre
Magallanes son ejemplo de desconocimiento de la realidad regional con altísimo
costo económico y social; la toma de un hotel en la Isla de Pascua duró más de
seis meses; hubo baja ejecución presupuestaria; nunca se había visto las colas que
se armaron en SERVIU por los subsidios; la JUNAEB no licitó a tiempo la
alimentación escolar; una Intendenta se jacta de engañar al gobierno central para
obtener subsidios de terremoto para quienes no correspondía y no recibe sanción
alguna, traspasando el limite de la ética en los asuntos públicos.
Son demasiadas señales como para que no se consideren una tendencia.
El Ethos Piñera
Hay un punto todavía más sustantivo dando vueltas: qué representa Piñera y cómo su
propio carácter define a este gobierno.
1. El propio Presidente Piñera ha intentado exaltar su ejecutividad, agilidad, eficiencia
y resolución. La prensa hizo al inicio una verdadera cadena nacional de ese
posicionamiento y su asociación a las casacas rojas. Era el entusiasmo con las
virtudes del management y la expresión de una cultura empresarial competitiva
que es valorada en muchos sectores de la sociedad. Una parte significativa de la
ciudadanía tiene en alta estima estos valores, porque los asocia a la autonomía, el
emprendimiento, la iniciativa individual y la ambición. Parte importante de su
triunfo se basó en ese imaginario: Piñera le podía poner dinamismo empresarial a
un Estado débil e insuficiente en muchos campos. De hecho, de acuerdo a los
estudios de opinión previos a las elecciones, éstos eran valores relevantes para los
segmentos electorales que estaban decidiendo la elección presidencial.
Con el tiempo este imaginario se ha ido diluyendo. Las virtudes mencionadas no
parecen dar los frutos esperados, la agilidad termina siendo una forma de
pasar por encima de las reglas prudentes del manejo publico, desde Barrancones
hasta el helicóptero, episodio donde el presidente da dos versiones distintas en
pocas horas. Tiene pleno sentido el contraste entre la rapidez con la que quiere
liquidar las empresas del Estado, como Edelnor o las sanitarias, con la lentitud
para resolver la venta de sus acciones propias.
2. A poco andar, la cuestión de los conflictos de interés se transformó en un asunto
de Estado. Es revelador que Piñera haya despreciado este factor y no escuchara
las advertencias. Las consideraba una majadería y jamás vio o quiso ver su
trasfondo ético. La propia vocera reiteraba que se trataba de asuntos personales.
La crítica de Arturo Fontaine en esta materia era muy directa y contundente: los
conflictos de interés de Piñera podían afectar su autoridad moral, y pasó tal cuál. El
tiempo demostró cuánta razón tenía y cómo su lentitud en vender Lan Chile y
luego sus resistencias a enajenar sus acciones de Chilevisión y Blanco&Negro se
3transformaron en asuntos públicos. La irrupción del caso Bielsa en la opinión
pública no se explica sin ese conflicto de interés.
Esa crítica viene de una matriz más clásica y republicana, de rasgos portalianos,
que definitivamente Piñera no encarna. Incluso, si se recuerda, el eje argumental
de Arturo Fontaine fue que la eficiencia podía perder valor si se deterioraba la
fortaleza ética del gobierno.
El punto es que esa confusión entre intereses públicos y negocios privados parece
no inquietar al gobierno. Simplemente no lo ven, lo que es más grave. Esa
confusión se extiende a diversos funcionarios, que vienen de directorios de
empresas privadas y esperan volver a los mismos, lo que inevitablemente
condiciona sus comportamientos y debilita la defensa de los intereses públicos y del
Estado. Por cierto, también abre espacio para irregularidades: un ex-funcionario
que aparentemente utiliza material de gobierno para su empresa de seguridad, una
empresa comercial utilizada para la emergencia durante el terremoto que no paga
derechos aduaneros e impuestos; el sobreprecio del puente mecano, funcionarios
regionales que hacen obras con empresas de las cuales son socios, etc. Si es
legitimo realizar en paralelo negocios privados y gestión publica, si el presidente así
lo estima, porque no lo puede hacer un funcionario de menor rango. Pero abrir esa
puerta es exponer al país a las irregularidades y a una espiral que otros países han
recorrido, a veces sin retorno.
3. La credibilidad de Piñera también se ha visto afectada.
Cada crisis tiene un anuncio grandilocuente, de la “gran reforma” tal o cual, que a
poco andar se desvanece y pierde relevancia a medida que se esfuma la
sensibilidad pública que la generó: pasó con la reforma de seguridad laboral tras el
rescate a los mineros; con los diálogos con la comunidad mapuches después de la
huelga de hambre; con las ventajas otorgadas a las centrales de carbón después
que se acabó el caso de Punta de Choros; con la reforma de las cárceles, que
volvió a la nebulosa una vez terminada la cobertura a la tragedia; con los anuncios
de ampliación del Estadio Nacional que quedaron en nada.
La credibilidad también se socava porque Piñera trasunta la falta de un sentido de
trascendencia. La suma de cualidades técnicas y ejecutivas, la persistencia y el
énfasis en la eficacia, carecen de un “alma” que haga cuajar estos rasgos en un
conjunto virtuoso, que mezcle carisma con convicciones y compromiso genuino,
más allá de la avidez de éxito. El tono repetitivo, las frases memorizadas, los
gestos calculados, son la expresión formal y retórica de esta carencia. Piñera no
tiene problemas de “brillo”, pero sí de transmitir un alma en lo que hace. Sus
discursos siempre recurren a esos vocablos: alma, espíritu, corazón, sentido, pero
es la típica paradoja de utilizar palabras que en el fondo tratan de tapar la ausencia
de lo que se quiere transmitir. Hay cosas que se hacen sentir y que no es necesario
declararlas.
El “drama” de Piñera es que quiere ser querido. Puede ser respetado y temido,
pero no querido… y la sombra de Bachelet sigue siendo un contraste muy fuerte.
Su gran oportunidad para revertir esa percepción fue el rescate de los mineros,
pero la perdió rápidamente. La tragedia puso en acción sus rasgos de agilidad,
decisión y determinación, que fueron claves en la crisis. La situación exigía acción,
asertividad y una ética de la excelencia que Piñera logró transmitir. Fue su mejor
momento, y valorado con razón por la ciudadanía. Pero se diluyó. ¿Por qué?
Probablemente porque no hizo de ese magnifico momento histórico el inicio de un
nuevo relato, de la identidad chilena—un país solidario que hace todo por los
mineros y que posee capacidad técnica para lograrlo. Fue solo un instante.
Sus virtudes empresariales no han sido suficientes para revertir estos rasgos. La
ausencia de una mirada profunda del país y de una visión histórica se hace sentir. La
mera gestión es a-histórica y, como viene de una cultura bursátil que no hecha raíces,
que está más atento a los quiebres que a los procesos, a las oportunidades que a la
lenta construcción de una industria, ha dejado de lado la comprensión del sentido de la
historia. Eso determina su énfasis por lo episodios, la debilidad en la apreciación de los
conflictos sociales, la falta de diálogo político con sus propias fuerzas y con la oposición
y la falta de un trazado de largo plazo.
La mirada empresarial de la sociedad que imbuye a muchos altos funcionarios percibe
al ciudadano como consumidor, lo cual también conlleva un menosprecio por el dialogo
social.
A nuestro juicio, la ausencia de un diseño estratégico del gobierno y el abandono del
rol de Jefe de Estado como un constructor de acuerdos nacionales para reformas
profundas y un referente ético para la sociedad, son consecuencia del carácter y estilo
de Piñera. Es muy difícil un cambio en su período de gobierno.
¿Surgirá Una “Nueva Derecha”?
La otra pregunta que ronda es ¿qué derecha representa Piñera?
Aclarar este punto es esencial para comprender la naturaleza del gobierno y su posible
accionar futuro.
Las distinciones clásicas que separan a la derecha en los polos “liberal” y “conservador”
no parecen ser muy útiles para responder esta pregunta. Hay matices que no quedan
cubiertos o interpretados con esta díada. Y, en parte, Piñera encarna una ruptura a
esas tradiciones.
Piñera no es parte de la matriz UDI, es decir, conservador en lo moral, neo-liberal en lo
económico y clientelista en su vínculo con el mundo popular, aunque esos rasgos
también existen en una parte de RN y en la derecha en general. No tiene una crítica
ideológica a la UDI, sino que simplemente no es parte de esa cultura.
Aunque es católico, no adscribe la matriz del Opus Dei que se volvió influyente en la
derecha tradicional desde la década de los ’70. Tampoco es un liberal de convicciones
fuertes. Cree en el liberalismo económico, pero toma distancia del liberalismo en los
valores de sociedad.
5En este sentido, Piñera representa una derecha que surge de una generación
empresarial exitosa de las últimas décadas, que sintoniza más con una cultura
globalizada, que ha construido una ética en torno a la ambición.
Piñera representa un giro en la derecha, pero todavía sin un fondo cultural y sin
espesor de ideas. Valora el éxito económico y la gestión pero carece de una mirada
que fije un horizonte histórico para su gobierno. Piñera quiere entrar a la historia,
declara con grandilocuencia que quiere ser el mejor Presidente de la historia de Chile,
pero no tiene una comprensión de qué significa eso. La queja de Gallagher es esa:
falta una mirada profunda.
En consecuencia, la tesis de la “nueva derecha” tiene esa debilidad sustantiva. Es un
concepto, una idea, un slogan, que carece de fondo histórico y cultural en la sociedad
chilena.
El giro busca acercarse al concepto de “derecha progresista” que ronda en algunos
líderes mundiales y que en los últimos años han tratado de identificar a Sarkozy y a
Cameron. Se basa en dos ejes: incorporar en su agenda nuevos temas, que antes la
derecha los dejaba en el espacio político y cultural de la centro-izquierda: el
medioambiente, los problemas indígenas, la creación de empleos dignos, el respeto a
los derechos humanos, y la construcción de una sociedad más justa y meritocrática; y,
luego, consolidar una “nueva mayoría social”, esto es, tiene un componente
pragmático-electoral. Es un proyecto que busca articular una mayoría social y política,
que se propone gobernar en un largo plazo, “por dos o tres períodos”.
La incorporación de nuevos temas apunta a un aggiornamento de la derecha en un
plano que supera la mera “moderación” de centro o el talante liberal. Se acerca a
temas que hoy son transversales en muchos países desarrollados o son parte de un
debate global, que conversa o se articula con una tradición intelectual más heterodoxa,
que incorpora el ideario de la protección ambiental, el cambio climático, la calidad de
vida y los empleos, la participación ciudadana, el pluralismo jurídico, entre otros
tópicos.
Guy Sorman explicó la variante más liberal de este enfoque, que se aleja de los valores
de autoridad y la tradición católica que han caracterizado a la derecha hasta ahora. A
su juicio, los énfasis de una “nueva derecha” deben ser: “realismo, pues no se juzgará
por sus intenciones, sino por su resultado”; creatividad social, o sea, que debe
entregar justicia social, “aunque con instrumentos distintos a los de la izquierda”; y,
“responsabilidad individual como base de todas las políticas” versus la “responsabilidad
colectiva” que prioriza la izquierda.
Pero su pragmatismo también es explícito: busca quitarle banderas a la Concertación y
a la izquierda. Planteado así, tiene un rasgo oportunista que está a la base de algunos
de los cuestionamientos que provienen desde la derecha, sobre todo de quienes
advierten el riesgo de perder identidad y una referencia cultural clara.
Creemos que hay un espacio cultural para la “nueva derecha”, pero muy
probablemente será ahogado por la derecha tradicional. Es cierto que una elite ha
estado surgiendo en los últimos años y que empalma mejor con este nuevo ethos.
Tienen nichos en el ámbito académico y empresarial y coinciden con una cultura
forjada en el tráfago globalizador de Chile. Esta más cerca del modelo empresarial de
la gran city y más ajena a los viejos agricultores que dominaron la derecha chilena. Es
pragmática y aspira a ser global, aunque el talante conservador chileno le quita
glamour. Pero su problema es que esta “nueva derecha” no logra todavía entablar una
disputa real al fondo formador y articulador del Opus Dei y los Legionarios de Cristo:
carecen de su densidad instauradora. Su diseño intelectual no está articulado ni tiene
los soportes institucionales que ha forjado el bloque conservador en los últimos años.
El impulso que les otorga estar en el gobierno no es suficiente. Necesitan crear una
masa crítica en la sociedad civil, y eso les exige tener una disciplina superior a la que
han demostrado hasta ahora. En ese terreno la UDI es muy superior al “piñerismo”.
Según Diego Barros Arana, la palabra “pipiolos” en Chile, como chilenismo del siglo
XIX, era una “voz provincial con que se designaba a los hombres sin posición fija,
inquietos y movedizos”. Sólo desde este estilo, no será fácil que una “nueva derecha”
triunfe en esta disputa hegemónica con la UDI. Tienen que hacer algo radicalmente
superior a lo que han hecho hasta ahora en la derecha.
La Agenda Real del Gobierno Piñera
Tiene sentido explorar, entonces, ¿cómo se expresa esto en la agenda del Gobierno
Piñera? o ¿cómo se está traduciendo realmente esta “nueva derecha”? y, luego, ¿qué
podemos esperar?
Lo primero que asomó en este primer año es la sucesión de anuncios, debates y crisis
o conflictos que dominaron la agenda, sin que se vislumbre una ejecución estratégica
en marcha.
El terremoto cambió la agenda. Ello obligaba a replantear una nueva mirada de corto y
mediano plazo. Sin embargo, el error de Piñera fue que en vez de tratar el terremoto
como una tarea nacional, que integre a todos en una misión de unidad, prefirió el
camino propio y la descalificación a los momentos más críticos enfrentados por la
Presidenta Bachelet. Piñera llama a la unidad nacional, pero no toma acciones
consistentes con ese llamado; acude a la retórica de la unidad nacional, pero no crea
las condiciones políticas que ello exige. Por contrario, optó por actuar solo y sin
construir acuerdos: para definir su financiamiento, lo que obligó a separar el proyecto
y discutir aparte el royalty a la minería; en no trabajar con los municipios los planes de
reconstrucción, siendo especialmente sectario con los alcaldes de la oposición; y,
después, en preferir la confrontación frente a las críticas, en vez de escuchar y
dialogar. La construcción de acuerdos y consensos es siempre una primera
responsabilidad de los gobiernos, no de la oposición.
Piñera no ha buscado realmente los acuerdos nacionales. Lo dice y no lo hace.
Tampoco logró encapsular la agenda del terremoto, para separarla de los demás
debates. Y, al final, las urgencias del terremoto no explican el predominio de la
coyuntura sobre la agenda de reformas de largo plazo.
Lo que está dominando la agenda del Gobierno Piñera son los episodios, no una
estrategia de reformas. Baste recordar: la lentitud de la venta de Lan Chile, su
indefinición sobre Chilevisión y la negativa a vender Blanco&Negro. Las polémicas de
Hinzpeter con Fontaine, despreciando sus críticas; con Bachelet, tratando de censurar
sus opiniones; con Escalona, tratándolo de ignorante por sus discrepancias en torno al
financiamiento de la reconstrucción; con Espinoza, haciéndole una velada amenaza
frente a las críticas. Después vino el debate en torno a Bielsa y las parodias de Kramer,
que de manera increíble duraron casi un mes como tema nacional. Las movilizaciones
contra la central termoeléctrica en Barrancones derivó en una improvisación
sobrepasando la institucionalidad ambiental. La tragedia de la Mina San José concentró
las energías del gobierno, con razones fundadas y con éxito, aunque los anuncios en
materia laboral después se desvanecieran. La huelga de hambre de los comuneros
mapuches trató de ser silenciada hasta que estalló como una crisis que el gobierno
sólo pudo resolver gracias a la intervención de la Iglesia. Termina el año con el
incendio de la Cárcel de San Miguel, y comienza el año 2011 con una crisis en
Magallanes, generada por sus propios ministros, que termina en uno de los paros más
duros y prolongados de los últimos 25 años. A fines de Enero Piñera vuelve a
enredarse por su falta de prolijidad al aterrizar sorpresivamente su helicóptero en una
carretera y Febrero comienza con la crisis de la Intendenta Van Rysselberghe, que
confiesa haber engañado al Gobierno para conseguir subsidios especiales del
terremoto. Esta última crisis repitió un patrón y develó un serio problema de
gobernabilidad: la actuación del gobierno volvió a dilatarse por casi dos semanas,
eternizando el conflicto, y el veto explícito de la UDI a una sanción a Van Rysselberghe
encajonó a Piñera e instaló el juicio de que existe de facto un co-gobierno de la UDI.
La secuencia tiene algo de comedia trágica. Es lamentable cómo se pierde un tiempo
valioso respecto de sus tareas fundamentales.
La primacía de la coyuntura expresa un vacío de agenda estratégica. Todo gobierno
enfrenta crisis y conflictos; la pregunta es por qué se vuelven centrales y succionan las
reformas sustantivas.
A nuestro juicio, hay dos factores que explican esa tendencia del Gobierno Piñera.
El primero es que gobierna mirando las encuestas y alimenta un clima populista en el
país.
Es riesgoso cuando un Presidente se enamora de sus cifras de popularidad, construidas
sobre la base de la sensibilidad de un caso como el rescate de los mineros, en vez de
fundar ese apoyo en reformas o en la resolución de problemas estructurales del país,
como lo logró Bachelet después de enfrentar con éxito la crisis económica mundial.
Es un riesgo populista promover el personalismo de las decisiones y debilitar las
instituciones. Probablemente las considera lentas, ineficientes o engorrosas y prefiere
los actos de liderazgo en vez de la articulación de actores e ideas, que son las que
mueven un proyecto.
El segundo, y más medular, es que su agenda de reformas es superficial.
¿Cual es la agenda estratégica del gobierno vista hoy?
La reforma de la educación se levantó como la mayor transformación desde la década
de los ’60 y, al final se envió al Congreso una reforma laboral del sector docente y una
inyección de recursos para paliar su déficit, sin abordar los temas medulares en juego.
Las mejorías resultaron gracias a las presiones de la oposición: carrera docente,
educación pública, educación preescolar y más financiamiento par las escuelas
municipales.
A un año se ha hecho poco para definir la matriz energética del país y, en contra de lo
que ocurrió en Punta de Choros, siguen facilitándose las condiciones para las centrales
termoeléctricas que van a poner a Chile entre los países con más alto índice de CO2 a
nivel global.
Tampoco parece tomarse en cuenta la necesidad de revisar y emprender un cambio
más sustantivo de la estructura productiva. Enrique Marshall planteó recientemente
una evaluación acuciante: Chile está creciendo por el impulso del ciclo, esto es, por el
aumento de la demanda interna post-crisis y por las positivas cifras del sector externo
relevante para el país, pero no porque haya un impulso de una agenda estructural procrecimiento. No hay nada relevante en materia de innovación ni asociaciones públicoprivadas para impulsar áreas específicas. La agenda de PYME se está reduciendo a un
conjunto de micro reformas, algunas muy útiles, pero que no suponen un salto
productivo ni la generación de empleos de calidad.
El plan de infraestructura es básicamente el que dejó preparado el Gobierno Bachelet e
incluso no se está ejecutando a tiempo.
La reforma del Estado, para mejorar gestión y encarar los grandes temas de futuro, no
contiene ninguna propuesta sustantiva.
Las reformas políticas destinadas a mejorar la legitimidad electoral, ampliar la
participación y fortalecer a los partidos, para profundizar la democracia, no han visto
frutos al cabo de un año.
El gobierno ha continuado llevando a cabo, a ratos complementando, las líneas de
acción que venían ejecutándose por los gobiernos anteriores. Pero no hay innovación.
Este cuadro global es compartido por la propia gente de derecha, aunque desde luego
con énfasis distinto. Las posiciones de la derecha está enfrentadas –todas ellas- a un
dilema, porque sintieron que llegaron al gobierno y no ven un rumbo ni una visión de
largo plazo puesta en marcha.
La Necesidad de Construir la Alternativa Progresista
Los rasgos descritos pueden debilitar el curso ascendente del desarrollo chileno. Es
responsabilidad de la oposición señalarlo al país, enfrentar con firmeza aquellas
medidas que se improvisan y desvían de un crecimiento con más democracia, inclusión
social e innovación productiva.
Queda claro que Chile necesita una opción alternativa. Hay un clima de inquietud, y a
ratos de ansiedad, porque la ciudadanía intuye que necesitamos reformas más
profundas. Nuestro desafío no es ser oposición, sino transformarnos en alternativa.
Hay espacio para pasar a la ofensiva y dejar de lado el pesimismo de la derrota. Pero
también es el tiempo de concordar y precisar las reformas fundamentales que el
mundo progresista puede encabezar en la próxima década. La tarea ahora es
concordar ese programa de reformas estructurales y trazar una estrategia, que permita
alinear aspiraciones e intereses de la mayoría. El gran talento de una coalición de
centro-izquierda es saber cómo ampliar esa base social, para impulsar cambios
profundos con una gobernabilidad democrática.
La amplia diversidad de movimientos ciudadanos son expresiones de un nuevo
fenómeno. Y, al mismo tiempo, todavía hay importantes sectores de la sociedad
chilena que necesitan de un sistema de protección social robusto, que actúen como un
colchón de seguridad frente a las crisis económicas y los riesgos sociales. El Estado
debe reasumir un rol mas activo para liderar, en una acción concertada con el sector
privado y la sociedad civil los desafíos globales.
Por eso, hay que pasar de la oposición a la alternativa y prepararnos para impulsar
otro ciclo de reformas más integradoras e innovadoras de la sociedad chilena
Ya es un tiempo razonable para esbozar qué es el Gobierno Piñera, qué lo caracteriza, cuál es la lógica que lo ordena y qué puede avizorarse para los próximos años conducidos por la derecha. Este análisis prioriza la apreciación de las insuficiencias. No tenemos una falsa pretensión de objetividad. Hacemos un juicio político y, asimismo, nuestro énfasis en
las debilidades obedece al propósito político de advertir qué riesgos existen para nuestro país.
El Fracaso del Primer Diseño.
Piñera tuvo que asumir las falencias de su diseño inicial. La conformación de un
gabinete refleja siempre una concepción y estilo de gobernar. La selección de las
personas responde a cierta visión de las prioridades y alineamiento de las fuerzas en
las que se busca sustentar. Piñera contó con una gran libertad para constituir su
primer gabinete. Era natural continuar el diseño de la campaña misma, que se había
sostenido principalmente en el propio candidato, sus recursos y equipos más cercanos.
Y puesto en ese rol, mantuvo a distancia a RN y la UDI; seleccionó un equipo de
gestión sin autonomía ni liderazgo político propio; concentró en él mismo la definición
estratégica y las decisiones principales del gobierno.
En lo esencial, Piñera no quiso figuras fuertes y no creó sentido de equipo. Lo pensó
más como un conjunto de gerentes que dependían del Jefe de Estado. Lavín fue la
única excepción, aquella que confirma la regla.
Veamos sus efectos:
1. Al cabo de un año no hay un trazado claro de su gobierno ni de sus metas
principales. En nuestra experiencia, un gobierno que no marca el rumbo estratégico
de su agenda el primer año ya es muy difícil que lo haga después. Las llamadas
“grandes reformas estructurales” son una expresión grandilocuente para medidas
de poca envergadura y bastante dispersas. Por lo tanto, lo más probable es que
mantenga un camino zigzagueante. Es decir, Piñera ha perdido tiempo e iniciativa.
2. Piñera concibió el gobierno con una idea: mejorar la gestión. Sabía que la
recuperación de la economía estaba en marcha después de la tremenda crisis
mundial, que el país contaba con grandes reservas internacionales, buenas tasas
de inversión y un endeudamiento público muy bajo. Sabía también que después de
20 años se había consolidado un clima de estabilidad política y paz social. Piñera
pensó que él podía aprovechar una ola ascendente y hacer más rápido el camino
de Chile al desarrollo.
Subestimó dos aspectos claves: primero, cómo funciona el Estado, que no es la
simple extensión del manejo de una empresa, sobre todo porque debe articular
múltiples intereses sociales legítimos y porque tiene límites en su esfera de acción
(sólo se puede hacer aquello expresamente autorizado); y, segundo, que en la vida
política siempre hay imponderables: no existe la previsión total de las variables y
un gobierno siempre debe tener capacidad para enfrentar escenarios de crisis.
La solidez de una estrategia, se sabe, es que debe navegar en aguas cambiantes y
adversas. En el Gobierno Piñera han primado los imponderables sobre la estrategia.
Su equipo sobrestimó su propia capacidad de prevenir y maniobrar y creó un clima
de arrogancia y menosprecio a lo hecho antes, que se les ha vuelto en contra.
En los próximos dos años esta actitud puede inducir a un descuido de la evolución
de la situación económica internacional. Las circunstancias que vive Chile son
especialmente excepcionales, nunca antes habían coincidido tan bajas tasas de
interés, abundante liquidez y un precio del cobre tan alto. Las presiones
inflacionarias pueden aumentar en Chile y en el mundo. El precio de los alimentos
de nuevo está creciendo aceleradamente, las tensiones geopolíticas siguen
dominando el precio del petróleo y el crecimiento de la demanda de los países
emergentes, con mucha población que se incorpora al mercado, también impulsa el
alza de los precios. Esto obliga desde ahora a cuidar los principales equilibrios
fiscales y moderar las expectativas.
El Gobierno Piñera ha demostrado ser amateur en manejos de crisis. Hay impericia
en los imprevistos, alargan innecesariamente los conflictos y varias crisis han sido
gatilladas por errores del propio gobierno. Esta incapacidad explotó este verano,
con el Paro de Magallanes y el conflicto por las mentiras de la Intendenta Van
Rysselberghe.
El cambio de gabinete desnudó todas estas falencias sustantivas. No se trató de un
simple problema de nombres; demostró que había un grueso problema de
concepción y arquitectura del gobierno.
3. La temprana salida de Ravinet también echó por tierra la idea de un “gobierno
de unidad nacional” y el deseo de atraer a ciertos personajes de la Concertación. A
la vuelta de un año, Piñera se vio obligado a asumir que la base real de su sustento
político es RN y la UDI.
La Coalición por el Cambio no existe. No logró ningún quiebre en la DC ni cooptó a
nadie relevante, y la humillación final a Ravinet se transformó en un escarmiento a
cualquiera que quiera hacer algo parecido. Adolfo Zaldívar navega en un cargo
internacional, mientras los diputados Araya y Sepúlveda marcan su independencia
del gobierno… y parecen sentirse cada vez más incómodos en su alianza con la
derecha. Chile Primero murió en el intento. Y no hay nada más alrededor.
4. La gestión, que era la bandera principal de Piñera, ha sido poco eficiente. Los
mandos medios carecen de suficiente preparación y varios de ellos no tienen
vocación pública. Deslegitimaron la Alta Dirección Pública, despidieron por razones
políticas a gente elegida en esos procesos y crearon un clima de desconfianza y
temor entre los funcionarios públicos.
En varios casos la ineficiencia ha sido sorprendente: las decisiones sobre
Magallanes son ejemplo de desconocimiento de la realidad regional con altísimo
costo económico y social; la toma de un hotel en la Isla de Pascua duró más de
seis meses; hubo baja ejecución presupuestaria; nunca se había visto las colas que
se armaron en SERVIU por los subsidios; la JUNAEB no licitó a tiempo la
alimentación escolar; una Intendenta se jacta de engañar al gobierno central para
obtener subsidios de terremoto para quienes no correspondía y no recibe sanción
alguna, traspasando el limite de la ética en los asuntos públicos.
Son demasiadas señales como para que no se consideren una tendencia.
El Ethos Piñera
Hay un punto todavía más sustantivo dando vueltas: qué representa Piñera y cómo su
propio carácter define a este gobierno.
1. El propio Presidente Piñera ha intentado exaltar su ejecutividad, agilidad, eficiencia
y resolución. La prensa hizo al inicio una verdadera cadena nacional de ese
posicionamiento y su asociación a las casacas rojas. Era el entusiasmo con las
virtudes del management y la expresión de una cultura empresarial competitiva
que es valorada en muchos sectores de la sociedad. Una parte significativa de la
ciudadanía tiene en alta estima estos valores, porque los asocia a la autonomía, el
emprendimiento, la iniciativa individual y la ambición. Parte importante de su
triunfo se basó en ese imaginario: Piñera le podía poner dinamismo empresarial a
un Estado débil e insuficiente en muchos campos. De hecho, de acuerdo a los
estudios de opinión previos a las elecciones, éstos eran valores relevantes para los
segmentos electorales que estaban decidiendo la elección presidencial.
Con el tiempo este imaginario se ha ido diluyendo. Las virtudes mencionadas no
parecen dar los frutos esperados, la agilidad termina siendo una forma de
pasar por encima de las reglas prudentes del manejo publico, desde Barrancones
hasta el helicóptero, episodio donde el presidente da dos versiones distintas en
pocas horas. Tiene pleno sentido el contraste entre la rapidez con la que quiere
liquidar las empresas del Estado, como Edelnor o las sanitarias, con la lentitud
para resolver la venta de sus acciones propias.
2. A poco andar, la cuestión de los conflictos de interés se transformó en un asunto
de Estado. Es revelador que Piñera haya despreciado este factor y no escuchara
las advertencias. Las consideraba una majadería y jamás vio o quiso ver su
trasfondo ético. La propia vocera reiteraba que se trataba de asuntos personales.
La crítica de Arturo Fontaine en esta materia era muy directa y contundente: los
conflictos de interés de Piñera podían afectar su autoridad moral, y pasó tal cuál. El
tiempo demostró cuánta razón tenía y cómo su lentitud en vender Lan Chile y
luego sus resistencias a enajenar sus acciones de Chilevisión y Blanco&Negro se
3transformaron en asuntos públicos. La irrupción del caso Bielsa en la opinión
pública no se explica sin ese conflicto de interés.
Esa crítica viene de una matriz más clásica y republicana, de rasgos portalianos,
que definitivamente Piñera no encarna. Incluso, si se recuerda, el eje argumental
de Arturo Fontaine fue que la eficiencia podía perder valor si se deterioraba la
fortaleza ética del gobierno.
El punto es que esa confusión entre intereses públicos y negocios privados parece
no inquietar al gobierno. Simplemente no lo ven, lo que es más grave. Esa
confusión se extiende a diversos funcionarios, que vienen de directorios de
empresas privadas y esperan volver a los mismos, lo que inevitablemente
condiciona sus comportamientos y debilita la defensa de los intereses públicos y del
Estado. Por cierto, también abre espacio para irregularidades: un ex-funcionario
que aparentemente utiliza material de gobierno para su empresa de seguridad, una
empresa comercial utilizada para la emergencia durante el terremoto que no paga
derechos aduaneros e impuestos; el sobreprecio del puente mecano, funcionarios
regionales que hacen obras con empresas de las cuales son socios, etc. Si es
legitimo realizar en paralelo negocios privados y gestión publica, si el presidente así
lo estima, porque no lo puede hacer un funcionario de menor rango. Pero abrir esa
puerta es exponer al país a las irregularidades y a una espiral que otros países han
recorrido, a veces sin retorno.
3. La credibilidad de Piñera también se ha visto afectada.
Cada crisis tiene un anuncio grandilocuente, de la “gran reforma” tal o cual, que a
poco andar se desvanece y pierde relevancia a medida que se esfuma la
sensibilidad pública que la generó: pasó con la reforma de seguridad laboral tras el
rescate a los mineros; con los diálogos con la comunidad mapuches después de la
huelga de hambre; con las ventajas otorgadas a las centrales de carbón después
que se acabó el caso de Punta de Choros; con la reforma de las cárceles, que
volvió a la nebulosa una vez terminada la cobertura a la tragedia; con los anuncios
de ampliación del Estadio Nacional que quedaron en nada.
La credibilidad también se socava porque Piñera trasunta la falta de un sentido de
trascendencia. La suma de cualidades técnicas y ejecutivas, la persistencia y el
énfasis en la eficacia, carecen de un “alma” que haga cuajar estos rasgos en un
conjunto virtuoso, que mezcle carisma con convicciones y compromiso genuino,
más allá de la avidez de éxito. El tono repetitivo, las frases memorizadas, los
gestos calculados, son la expresión formal y retórica de esta carencia. Piñera no
tiene problemas de “brillo”, pero sí de transmitir un alma en lo que hace. Sus
discursos siempre recurren a esos vocablos: alma, espíritu, corazón, sentido, pero
es la típica paradoja de utilizar palabras que en el fondo tratan de tapar la ausencia
de lo que se quiere transmitir. Hay cosas que se hacen sentir y que no es necesario
declararlas.
El “drama” de Piñera es que quiere ser querido. Puede ser respetado y temido,
pero no querido… y la sombra de Bachelet sigue siendo un contraste muy fuerte.
Su gran oportunidad para revertir esa percepción fue el rescate de los mineros,
pero la perdió rápidamente. La tragedia puso en acción sus rasgos de agilidad,
decisión y determinación, que fueron claves en la crisis. La situación exigía acción,
asertividad y una ética de la excelencia que Piñera logró transmitir. Fue su mejor
momento, y valorado con razón por la ciudadanía. Pero se diluyó. ¿Por qué?
Probablemente porque no hizo de ese magnifico momento histórico el inicio de un
nuevo relato, de la identidad chilena—un país solidario que hace todo por los
mineros y que posee capacidad técnica para lograrlo. Fue solo un instante.
Sus virtudes empresariales no han sido suficientes para revertir estos rasgos. La
ausencia de una mirada profunda del país y de una visión histórica se hace sentir. La
mera gestión es a-histórica y, como viene de una cultura bursátil que no hecha raíces,
que está más atento a los quiebres que a los procesos, a las oportunidades que a la
lenta construcción de una industria, ha dejado de lado la comprensión del sentido de la
historia. Eso determina su énfasis por lo episodios, la debilidad en la apreciación de los
conflictos sociales, la falta de diálogo político con sus propias fuerzas y con la oposición
y la falta de un trazado de largo plazo.
La mirada empresarial de la sociedad que imbuye a muchos altos funcionarios percibe
al ciudadano como consumidor, lo cual también conlleva un menosprecio por el dialogo
social.
A nuestro juicio, la ausencia de un diseño estratégico del gobierno y el abandono del
rol de Jefe de Estado como un constructor de acuerdos nacionales para reformas
profundas y un referente ético para la sociedad, son consecuencia del carácter y estilo
de Piñera. Es muy difícil un cambio en su período de gobierno.
¿Surgirá Una “Nueva Derecha”?
La otra pregunta que ronda es ¿qué derecha representa Piñera?
Aclarar este punto es esencial para comprender la naturaleza del gobierno y su posible
accionar futuro.
Las distinciones clásicas que separan a la derecha en los polos “liberal” y “conservador”
no parecen ser muy útiles para responder esta pregunta. Hay matices que no quedan
cubiertos o interpretados con esta díada. Y, en parte, Piñera encarna una ruptura a
esas tradiciones.
Piñera no es parte de la matriz UDI, es decir, conservador en lo moral, neo-liberal en lo
económico y clientelista en su vínculo con el mundo popular, aunque esos rasgos
también existen en una parte de RN y en la derecha en general. No tiene una crítica
ideológica a la UDI, sino que simplemente no es parte de esa cultura.
Aunque es católico, no adscribe la matriz del Opus Dei que se volvió influyente en la
derecha tradicional desde la década de los ’70. Tampoco es un liberal de convicciones
fuertes. Cree en el liberalismo económico, pero toma distancia del liberalismo en los
valores de sociedad.
5En este sentido, Piñera representa una derecha que surge de una generación
empresarial exitosa de las últimas décadas, que sintoniza más con una cultura
globalizada, que ha construido una ética en torno a la ambición.
Piñera representa un giro en la derecha, pero todavía sin un fondo cultural y sin
espesor de ideas. Valora el éxito económico y la gestión pero carece de una mirada
que fije un horizonte histórico para su gobierno. Piñera quiere entrar a la historia,
declara con grandilocuencia que quiere ser el mejor Presidente de la historia de Chile,
pero no tiene una comprensión de qué significa eso. La queja de Gallagher es esa:
falta una mirada profunda.
En consecuencia, la tesis de la “nueva derecha” tiene esa debilidad sustantiva. Es un
concepto, una idea, un slogan, que carece de fondo histórico y cultural en la sociedad
chilena.
El giro busca acercarse al concepto de “derecha progresista” que ronda en algunos
líderes mundiales y que en los últimos años han tratado de identificar a Sarkozy y a
Cameron. Se basa en dos ejes: incorporar en su agenda nuevos temas, que antes la
derecha los dejaba en el espacio político y cultural de la centro-izquierda: el
medioambiente, los problemas indígenas, la creación de empleos dignos, el respeto a
los derechos humanos, y la construcción de una sociedad más justa y meritocrática; y,
luego, consolidar una “nueva mayoría social”, esto es, tiene un componente
pragmático-electoral. Es un proyecto que busca articular una mayoría social y política,
que se propone gobernar en un largo plazo, “por dos o tres períodos”.
La incorporación de nuevos temas apunta a un aggiornamento de la derecha en un
plano que supera la mera “moderación” de centro o el talante liberal. Se acerca a
temas que hoy son transversales en muchos países desarrollados o son parte de un
debate global, que conversa o se articula con una tradición intelectual más heterodoxa,
que incorpora el ideario de la protección ambiental, el cambio climático, la calidad de
vida y los empleos, la participación ciudadana, el pluralismo jurídico, entre otros
tópicos.
Guy Sorman explicó la variante más liberal de este enfoque, que se aleja de los valores
de autoridad y la tradición católica que han caracterizado a la derecha hasta ahora. A
su juicio, los énfasis de una “nueva derecha” deben ser: “realismo, pues no se juzgará
por sus intenciones, sino por su resultado”; creatividad social, o sea, que debe
entregar justicia social, “aunque con instrumentos distintos a los de la izquierda”; y,
“responsabilidad individual como base de todas las políticas” versus la “responsabilidad
colectiva” que prioriza la izquierda.
Pero su pragmatismo también es explícito: busca quitarle banderas a la Concertación y
a la izquierda. Planteado así, tiene un rasgo oportunista que está a la base de algunos
de los cuestionamientos que provienen desde la derecha, sobre todo de quienes
advierten el riesgo de perder identidad y una referencia cultural clara.
Creemos que hay un espacio cultural para la “nueva derecha”, pero muy
probablemente será ahogado por la derecha tradicional. Es cierto que una elite ha
estado surgiendo en los últimos años y que empalma mejor con este nuevo ethos.
Tienen nichos en el ámbito académico y empresarial y coinciden con una cultura
forjada en el tráfago globalizador de Chile. Esta más cerca del modelo empresarial de
la gran city y más ajena a los viejos agricultores que dominaron la derecha chilena. Es
pragmática y aspira a ser global, aunque el talante conservador chileno le quita
glamour. Pero su problema es que esta “nueva derecha” no logra todavía entablar una
disputa real al fondo formador y articulador del Opus Dei y los Legionarios de Cristo:
carecen de su densidad instauradora. Su diseño intelectual no está articulado ni tiene
los soportes institucionales que ha forjado el bloque conservador en los últimos años.
El impulso que les otorga estar en el gobierno no es suficiente. Necesitan crear una
masa crítica en la sociedad civil, y eso les exige tener una disciplina superior a la que
han demostrado hasta ahora. En ese terreno la UDI es muy superior al “piñerismo”.
Según Diego Barros Arana, la palabra “pipiolos” en Chile, como chilenismo del siglo
XIX, era una “voz provincial con que se designaba a los hombres sin posición fija,
inquietos y movedizos”. Sólo desde este estilo, no será fácil que una “nueva derecha”
triunfe en esta disputa hegemónica con la UDI. Tienen que hacer algo radicalmente
superior a lo que han hecho hasta ahora en la derecha.
La Agenda Real del Gobierno Piñera
Tiene sentido explorar, entonces, ¿cómo se expresa esto en la agenda del Gobierno
Piñera? o ¿cómo se está traduciendo realmente esta “nueva derecha”? y, luego, ¿qué
podemos esperar?
Lo primero que asomó en este primer año es la sucesión de anuncios, debates y crisis
o conflictos que dominaron la agenda, sin que se vislumbre una ejecución estratégica
en marcha.
El terremoto cambió la agenda. Ello obligaba a replantear una nueva mirada de corto y
mediano plazo. Sin embargo, el error de Piñera fue que en vez de tratar el terremoto
como una tarea nacional, que integre a todos en una misión de unidad, prefirió el
camino propio y la descalificación a los momentos más críticos enfrentados por la
Presidenta Bachelet. Piñera llama a la unidad nacional, pero no toma acciones
consistentes con ese llamado; acude a la retórica de la unidad nacional, pero no crea
las condiciones políticas que ello exige. Por contrario, optó por actuar solo y sin
construir acuerdos: para definir su financiamiento, lo que obligó a separar el proyecto
y discutir aparte el royalty a la minería; en no trabajar con los municipios los planes de
reconstrucción, siendo especialmente sectario con los alcaldes de la oposición; y,
después, en preferir la confrontación frente a las críticas, en vez de escuchar y
dialogar. La construcción de acuerdos y consensos es siempre una primera
responsabilidad de los gobiernos, no de la oposición.
Piñera no ha buscado realmente los acuerdos nacionales. Lo dice y no lo hace.
Tampoco logró encapsular la agenda del terremoto, para separarla de los demás
debates. Y, al final, las urgencias del terremoto no explican el predominio de la
coyuntura sobre la agenda de reformas de largo plazo.
Lo que está dominando la agenda del Gobierno Piñera son los episodios, no una
estrategia de reformas. Baste recordar: la lentitud de la venta de Lan Chile, su
indefinición sobre Chilevisión y la negativa a vender Blanco&Negro. Las polémicas de
Hinzpeter con Fontaine, despreciando sus críticas; con Bachelet, tratando de censurar
sus opiniones; con Escalona, tratándolo de ignorante por sus discrepancias en torno al
financiamiento de la reconstrucción; con Espinoza, haciéndole una velada amenaza
frente a las críticas. Después vino el debate en torno a Bielsa y las parodias de Kramer,
que de manera increíble duraron casi un mes como tema nacional. Las movilizaciones
contra la central termoeléctrica en Barrancones derivó en una improvisación
sobrepasando la institucionalidad ambiental. La tragedia de la Mina San José concentró
las energías del gobierno, con razones fundadas y con éxito, aunque los anuncios en
materia laboral después se desvanecieran. La huelga de hambre de los comuneros
mapuches trató de ser silenciada hasta que estalló como una crisis que el gobierno
sólo pudo resolver gracias a la intervención de la Iglesia. Termina el año con el
incendio de la Cárcel de San Miguel, y comienza el año 2011 con una crisis en
Magallanes, generada por sus propios ministros, que termina en uno de los paros más
duros y prolongados de los últimos 25 años. A fines de Enero Piñera vuelve a
enredarse por su falta de prolijidad al aterrizar sorpresivamente su helicóptero en una
carretera y Febrero comienza con la crisis de la Intendenta Van Rysselberghe, que
confiesa haber engañado al Gobierno para conseguir subsidios especiales del
terremoto. Esta última crisis repitió un patrón y develó un serio problema de
gobernabilidad: la actuación del gobierno volvió a dilatarse por casi dos semanas,
eternizando el conflicto, y el veto explícito de la UDI a una sanción a Van Rysselberghe
encajonó a Piñera e instaló el juicio de que existe de facto un co-gobierno de la UDI.
La secuencia tiene algo de comedia trágica. Es lamentable cómo se pierde un tiempo
valioso respecto de sus tareas fundamentales.
La primacía de la coyuntura expresa un vacío de agenda estratégica. Todo gobierno
enfrenta crisis y conflictos; la pregunta es por qué se vuelven centrales y succionan las
reformas sustantivas.
A nuestro juicio, hay dos factores que explican esa tendencia del Gobierno Piñera.
El primero es que gobierna mirando las encuestas y alimenta un clima populista en el
país.
Es riesgoso cuando un Presidente se enamora de sus cifras de popularidad, construidas
sobre la base de la sensibilidad de un caso como el rescate de los mineros, en vez de
fundar ese apoyo en reformas o en la resolución de problemas estructurales del país,
como lo logró Bachelet después de enfrentar con éxito la crisis económica mundial.
Es un riesgo populista promover el personalismo de las decisiones y debilitar las
instituciones. Probablemente las considera lentas, ineficientes o engorrosas y prefiere
los actos de liderazgo en vez de la articulación de actores e ideas, que son las que
mueven un proyecto.
El segundo, y más medular, es que su agenda de reformas es superficial.
¿Cual es la agenda estratégica del gobierno vista hoy?
La reforma de la educación se levantó como la mayor transformación desde la década
de los ’60 y, al final se envió al Congreso una reforma laboral del sector docente y una
inyección de recursos para paliar su déficit, sin abordar los temas medulares en juego.
Las mejorías resultaron gracias a las presiones de la oposición: carrera docente,
educación pública, educación preescolar y más financiamiento par las escuelas
municipales.
A un año se ha hecho poco para definir la matriz energética del país y, en contra de lo
que ocurrió en Punta de Choros, siguen facilitándose las condiciones para las centrales
termoeléctricas que van a poner a Chile entre los países con más alto índice de CO2 a
nivel global.
Tampoco parece tomarse en cuenta la necesidad de revisar y emprender un cambio
más sustantivo de la estructura productiva. Enrique Marshall planteó recientemente
una evaluación acuciante: Chile está creciendo por el impulso del ciclo, esto es, por el
aumento de la demanda interna post-crisis y por las positivas cifras del sector externo
relevante para el país, pero no porque haya un impulso de una agenda estructural procrecimiento. No hay nada relevante en materia de innovación ni asociaciones públicoprivadas para impulsar áreas específicas. La agenda de PYME se está reduciendo a un
conjunto de micro reformas, algunas muy útiles, pero que no suponen un salto
productivo ni la generación de empleos de calidad.
El plan de infraestructura es básicamente el que dejó preparado el Gobierno Bachelet e
incluso no se está ejecutando a tiempo.
La reforma del Estado, para mejorar gestión y encarar los grandes temas de futuro, no
contiene ninguna propuesta sustantiva.
Las reformas políticas destinadas a mejorar la legitimidad electoral, ampliar la
participación y fortalecer a los partidos, para profundizar la democracia, no han visto
frutos al cabo de un año.
El gobierno ha continuado llevando a cabo, a ratos complementando, las líneas de
acción que venían ejecutándose por los gobiernos anteriores. Pero no hay innovación.
Este cuadro global es compartido por la propia gente de derecha, aunque desde luego
con énfasis distinto. Las posiciones de la derecha está enfrentadas –todas ellas- a un
dilema, porque sintieron que llegaron al gobierno y no ven un rumbo ni una visión de
largo plazo puesta en marcha.
La Necesidad de Construir la Alternativa Progresista
Los rasgos descritos pueden debilitar el curso ascendente del desarrollo chileno. Es
responsabilidad de la oposición señalarlo al país, enfrentar con firmeza aquellas
medidas que se improvisan y desvían de un crecimiento con más democracia, inclusión
social e innovación productiva.
Queda claro que Chile necesita una opción alternativa. Hay un clima de inquietud, y a
ratos de ansiedad, porque la ciudadanía intuye que necesitamos reformas más
profundas. Nuestro desafío no es ser oposición, sino transformarnos en alternativa.
Hay espacio para pasar a la ofensiva y dejar de lado el pesimismo de la derrota. Pero
también es el tiempo de concordar y precisar las reformas fundamentales que el
mundo progresista puede encabezar en la próxima década. La tarea ahora es
concordar ese programa de reformas estructurales y trazar una estrategia, que permita
alinear aspiraciones e intereses de la mayoría. El gran talento de una coalición de
centro-izquierda es saber cómo ampliar esa base social, para impulsar cambios
profundos con una gobernabilidad democrática.
La amplia diversidad de movimientos ciudadanos son expresiones de un nuevo
fenómeno. Y, al mismo tiempo, todavía hay importantes sectores de la sociedad
chilena que necesitan de un sistema de protección social robusto, que actúen como un
colchón de seguridad frente a las crisis económicas y los riesgos sociales. El Estado
debe reasumir un rol mas activo para liderar, en una acción concertada con el sector
privado y la sociedad civil los desafíos globales.
Por eso, hay que pasar de la oposición a la alternativa y prepararnos para impulsar
otro ciclo de reformas más integradoras e innovadoras de la sociedad chilena
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